Arzobispo de Zaragoza: Conmemoración de los fieles difuntos

Carlos Escribano Subías
31 de octubre de 2025

La Conmemoración de los Difuntos, que celebramos cada 2 de noviembre, es una solemnidad litúrgica que tiene un valor profundamente humano y teológico, pues abarca todo el misterio de la existencia humana, desde sus orígenes hasta su fin sobre la tierra e incluso más allá de esta vida temporal. Nuestra fe en Cristo nos asegura que Dios es nuestro Padre bueno que nos ha creado, pero además también tenemos la esperanza de que un día nos llamará a su presencia para «examinarnos sobre el mandamiento del amor». (Cfr. Catecismo n. 1020-1022). Esta celebración tiene este año una resonancia especial al contemplarse a la luz del Jubileo de la Esperanza. Si el lema del Jubileo nos invita a ser «Peregrinos de la Esperanza», esta Conmemoración nos recuerda que la Iglesia es una comunidad de peregrinos unidos por la fe en la Resurrección y la certeza de la Vida Eterna, que es la meta última de toda esperanza cristiana.

Nuestra visita a los cementerios, nuestras oraciones y el recuerdo afectuoso de nuestros seres queridos se fundamentan en una convicción profunda: que la vida no termina con el último aliento. Esta certeza es el corazón de la esperanza. El dolor de la ausencia es real y humano, pero la fe nos permite mirarlo con una perspectiva diferente. Sabemos que el vínculo de amor que nos unió a quienes han partido no se ha roto, sino que se ha transformado. Oramos por ellos no como por algo perdido, sino como por personas que están en el camino definitivo hacia la plenitud.

En este día, la esperanza se manifiesta en que, tras el final de su existencia terrenal, nuestros difuntos están al amparo de la infinita misericordia y amor redentor de Dios. Esta confianza disipa la angustia y nos permite descansar en la certeza de que su destino está en las mejores manos. También, la esperanza nos permite vislumbrar un futuro en el que la separación será superada. Es la visión consoladora de un día en que todos seremos congregados en el hogar de Dios, donde «ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Apocalipsis 21, 4).

A lo largo del mes de noviembre rezamos por nuestros difuntos, rogando por su purificación definitiva que es el paso final hacia la meta de la peregrinación: la visión de Dios. La oración por los difuntos es nuestra forma de caminar espiritualmente a su lado, sosteniéndolos hasta que la esperanza se convierta en realidad, y la fe, en visión. Al orar por los difuntos, manifestamos nuestra creencia en un vínculo que perdura más allá del tiempo: formamos parte de una misma Iglesia. Nuestra plegaria es un acto de amor activo que, movido por la esperanza, acompaña y apoya a nuestros seres queridos en su camino final y los presenta ante el Padre, sabiendo que la Santa Misa ofrecida por los difuntos es el acto de esperanza más grande, pues pone en sus manos el mismo Sacrificio de Cristo, fuente de toda gracia y misericordia, asegurando que su camino hacia la luz eterna se acelere.

Os animo a vivir este mes de noviembre teniendo muy presentes a nuestros fieles difuntos y a rezar por ellos, poniéndolos siempre en las manos del Señor Jesús, la esperanza que no defrauda.

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