En el artículo de este mes, me gustaría destacar, a colación del Día Internacional de la Democracia que se conmemoró el pasado día 15 de septiembre por Naciones Unidas, la experiencia de un grupo de mujeres y hombres, cuyo peso político en la sociedad aparentemente es pequeño, pero sin embargo su trabajo diario tiene un gran valor. Se trata de las trabajadoras y trabajadores del hogar y de los cuidados.

Estas trabajadoras han sido y siguen siendo uno de los colectivos menos considerados en nuestra sociedad. El sector del trabajo del hogar y de los cuidados es uno de los sectores donde todavía no se han reconocido todos los derechos laborales que disfrutamos el resto de personas trabajadoras por cuenta ajena. Se trata de un sector donde fácilmente podemos detectar, con cierta frecuencia, abusos e incluso vulneración de derechos laborales.

Sin embargo, deberíamos caer en la cuenta de que las personas que se dedican a estas laborales, son esenciales para el funcionamiento de nuestra sociedad, ya que se dedican al cuidado de los miembros más débiles de nuestras familias y que requieren del conocimiento no sólo de unas técnicas, sino también del desarrollo de afectos, vínculos y otras competencias difícilmente identificables o cuantificables en los contratos laborales. Además, cuidan también de un factor elemental en el funcionamiento de nuestras vidas: el cuidado de nuestro hogar, en el cual nos desarrollamos, crecemos, descansamos… (por supuesto aquí sólo nos referimos a aquellas personas que se dedican laboralmente a estas tareas, sin menos preciar, todo lo contrario, la dedicación de todas aquellas que lo hacen gratuitamente como integrantes de la propia familia) E incluso, si ampliamos el sector laboral, actúan de manera callada en nuestros lugares de trabajo, comunidades, establecimientos de ocio, parques y jardines, cuando algunas de ellas trabajan en ámbitos fuera del hogar.

Digo que tienen hasta ahora poca influencia política y son poco consideradas incluso a nivel social, porque pocas veces son visibles y pocas veces se tienen en cuenta sus reivindicaciones. Pero hubo un hito, cuando parte de estos colectivos, las kellys, consiguió que el entonces Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recibiese a las representantes de las camareras de piso en la Moncloa, en 2018.

Quiero destacar los esfuerzos de estas trabajadoras y trabadores por organizarse, por buscar fórmulas de apoyo mutuo, por alzar su voz y reivindicar sus derechos, tomando el protagonismo, a pesar de las dificultades con las que pueden encontrarse de horarios, presiones, miedos, desconocimiento del marco legal o rechazo. Y quiero destacarlo, al hilo de ese Día Internacional de la Democracia, como un ejemplo de participación desde lo pequeño, desde el no reconocimiento y desde lo informal, la mayoría de las veces.

Según la propia página web de Naciones Unidas, la democracia es inclusión e igualdad de trato, siendo la participación un elemento fundamental para la paz, el desarrollo y los derechos humanos. Así, reconoce que la participación fortalece la gobernanza y la acción política, mejorando el diálogo social.

Estas iniciativas son ejemplo frente a la devaluación democrática que hoy sufrimos, donde el fracaso de pacto de los partidos políticos en las últimas elecciones les pone en evidencia y la ciudadanía, cada vez más, cae en desánimo y desactiva su participación. Estas mujeres visibilizan la posibilidad de lo pequeño, lo discreto, lo humilde, la discreción. Sus logros no se apoyan en grandes medios, pero por el contrario sí que contienen grandes dosis de coraje e ilusión.

Son iniciativas como la de Trabajadoras del Hogar y Cuidados Zaragoza https://www.facebook.com/Trabajadoras-del-Hogar-Zaragoza-1790852137908674/ en las que no sólo visibilizan sus reivindicaciones, sino que apoyadas en los valores de la gratuidad y la solidaridad, ofrece servicios de asesoría a sus compañeras en distintas materias, organizando talleres de búsqueda de empleo, asesoría laboral o actividades lúdicas para establecer vínculos.

Así pues todas estas mujeres nos empujan a revitalizar nuestra democracia a pie de calle, en el día a día, sin estridencias, pero con determinación; sin alaracas, pero con convicción; y olvidando las quejas y las excusas para pasar a la acción de lo posible, sabiendo que la realidad no avanzará hacia la utopía, si esperamos que sean otros los que la transformen.