Comentario dominical: 20 de octubre de 2019

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO – C

LECTURAS

Ex.17, 8-13 y 2Tim. 3,14-4,2

EVANGELIO:

Lc. 18,1-8

        En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

INTRODUCCIÓN

Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo tiene gente indiferente que pasa de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie. Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia».

MEDITACIÓN REFLEXIÓN

1.- “Ni temo a Dios ni me importan los hombres”.

Esta terrible frase del juez injusto la debemos entender en su verdadero sentido de mutua correlatividad. El prescindir de Dios me lleva a un desentenderme de las personas “creadas a su imagen y semejanza” El “no” de nuestros primeros padres a Dios trajo, como consecuencia, el “no” al hermano. Caín mató a Abel “su hermano”. Las palabras de Caín son muy elocuentes: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? (Gn. 4,9). Frase que puede servir como lema de la insolidaridad. En el plan de Dios, los hermanos estamos para ayudarnos, cuidarnos, protegernos. Cuando esto se hace realidad, brota en nuestro corazón un grito de alegría: “Mirad que hermoso ver a los hermanos unidos” (Salmo 132,1) Todavía más bonito que ver un cielo tachonado de estrellas o una montaña cubierta de nieve, o unos lirios en primavera, es contemplar el maravilloso espectáculo de unos hermanos unidos. Tampoco podemos olvidar que una persona a quien no le importa los hombres, sus hermanos, no pueden tener a Dios como Padre. Y entonces –pronto o tarde- viene el sinsentido de la vida, la tristeza, la amargura y la desesperación.

 

2.- “Esa viuda me está fastidiando”

Las viudas de entonces, totalmente desprotegidas, eran símbolo de la marginación. Entonces, como ahora, los pobres nos molestan, nos fastidian. Esos niños famélicos que aparecen en nuestras pantallas de T.V. nos amargan la comida; esos inmigrantes que vienen a llamar a nuestras puertas pidiendo un trabajo para poder comer, vestir y llevar una vida digna, nos molestan porque nos merman nuestros derechos adquiridos. Pero ¿hemos pensado en lo que deben molestar a esos pobres la vida de los ricos a quienes les sobra de todo?  El pobre Lázaro de nuestros días llama a las puertas del rico Epulón y éste no le da ni las migajas de su mesa. ¿Quiénes son los que tienen derecho a sentirse molestos, los ricos o los pobres?

 

3.- Dios, ¿no hará justicia a los afligidos?

Una de tantas razones del ateísmo contemporáneo es el silencio de Dios ante el sufrimiento de las personas. El evangelio de hoy nos dice que hay que “orar sin desfallecer”. Esto sería muy difícil de entender si no tuviéramos el maravilloso ejemplo de Jesús en la Cruz, acogiendo y haciendo suyo todo el sufrimiento humano para transformarlo en gozo definitivo. Es verdad, por un momento Dios guardó silencio. Aunque los judíos pedían que bajara de la Cruz y así creerían, el Padre no intervino y dejó correr el curso de los acontecimientos. Pero después habló, gritó, resucitando a Jesús y diciendo al mundo que Dios Padre no estaba de acuerdo con la muerte de su Hijo ni con ninguna muerte. No estaba de acuerdo con el sufrimiento humano. Si hubiera estado de acuerdo lo hubiera dejado a su Hijo en el sepulcro. Lo levanto, lo despertó, lo resucitó para no morir jamás. Al final, Dios hizo justicia, pero “a su manera”. Y la justicia en Dios es “amor misericordioso”. Nos quiere Dios Padre demasiado como para dejar las cosas tan mal. ¡Eso sí! Quiere que recemos para cambiar este mundo, para hacerlo más humano, más habitable, más solidario.

ORACIÓN

Este Evangelio, en verso, suena así:

Como la «viuda», nosotros,

con fe viva, te pedimos:

«Haznos justicia, Señor,
frente a nuestros enemigos».

Nuestra sociedad respira

un molesto «paganismo»:

Se han perdido los «valores»
y triunfan todos los «vicios».

Nos sentimos aplastados

por «jueces» duros e inicuos.
Los poderosos nos tratan

con desprecio y con cinismo.

«Ni te respetan a Ti,

ni les importan tus hijos».
Van sembrando de cizaña
tus blancos campos de trigo.

Ten compasión y haz, Señor,
justicia a tus elegidos.

Noche y día te pedimos

que escuches nuestros gemidos.

Limpia, Señor, nuestro mundo
de violencia y egoísmo.
Convierte esta vieja tierra

en nuevo jardín florido.

«Haznos justicia, Señor»,
Padre bueno, Dios amigo.
Que vivamos todos juntos,
en paz y en amor Contigo.

(José Javier Pérez Benedí)

PREGUNTAS

1.- ¿Me importan las personas? ¿Intento meterme en el pellejo del que sufre? ¿Soy solidario con el dolor de los demás?

2.- ¿Me molestan los pobres? ¿Me cansa ver tanta gente que sufre? ¿Qué hago por aliviar el dolor de los demás?

3.- Ante el sufrimiento humano, ¿creo que la oración no sirve para nada? ¿Sé rezar a un Dios a quien no veo? ¿Me sirve el ejemplo de Jesús en la Cruz?

PDF: 20 DE OCTUBRE