Arzobispo de Zaragoza: «Cuando la Iglesia se vuelve «sedentaria» corre el riesgo de volverse «del mundo» en lugar de estar «en el mundo»»

Carlos Escribano Subías
19 de septiembre de 2025

El 5 de octubre próximo y coincidiendo con el Jubileo de los migrantes en Roma, se celebrará en toda la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. También la celebraremos en nuestra diócesis de Zaragoza, organizada por la Delegación de Migraciones, a quienes agradezco todo el trabajo que realizan durante el curso.

Cuando el papa Francisco nos hablaba de los signos de esperanza en la bula de convocatoria para este Jubileo de 2025 nos decía que el primero tenía que ser la paz. (Cfr. Bula 8). En efecto, la exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos que se den por parte de los ciudadanos e inexcusablemente por parte de los gobernantes del mundo. La guerra es un drama que nos golpea hoy con inusual violencia. El resultado es que destruye y desgarra de modo injusto la vida de muchos. Muchos afectados por la guerra y la violencia deben abandonar sus países de origen y emigrar a otros lugares con un futuro incierto y desolado. Por eso Francisco nos pedía “que a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social”. (Bula 13).

El papa León XIV en su mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema «Migrantes, misioneros de esperanza», busca resaltar el papel activo y la riqueza espiritual que los migrantes y refugiados aportan a las comunidades que los acogen.  Nos invita a ver el drama de los desplazados desde su perspectiva, y lo que es más importante, a descubrir con admiración que la esperanza es la virtud que impulsa a muchas de estas personas a superar grandes desafíos, buscando una vida mejor, y, en muchos casos, los convierte en testigos de fe. El papa nos recuerda que la migración es una respuesta natural a la aspiración a la felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada persona y que los migrantes y refugiados, al emprender sus peligrosos viajes, demuestran una valentía y tenacidad que son un «testimonio heroico de una fe que ve más allá de lo que nuestros ojos pueden ver”. Su búsqueda de dignidad y paz en un mundo a menudo hostil los convierte en «mensajeros y testigos privilegiados» de la esperanza.

Desde una perspectiva eclesial la figura de los refugiados y migrantes nos muestra también el camino de la Iglesia: al igual que los migrantes, la Iglesia es una «civitas peregrina», un pueblo de Dios en camino hacia la patria celestial. Cuando la Iglesia se vuelve «sedentaria» y se centra en sí misma, deja de ser un «pueblo peregrino» y corre el riesgo de volverse «del mundo» en lugar de estar «en el mundo». La presencia de los migrantes, por lo tanto, es una «verdadera bendición divina», una oportunidad para que la Iglesia se renueve, se abra a la gracia de Dios y recupere su vocación misionera original.

Os animo a vivir esta Jornada como un momento de esperanza compartida, rezando de un modo muy especial por la paz en el mundo que nos lleve a construir sociedades más justas y fraternas, donde se reconozca la dignidad de todos como hijos de Dios.

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