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Agua y energía: dos pilares básicos de la Casa Común

Iglesia en Aragón
31 de agosto de 2018

Este sábado, 1 de septiembre, se celebra la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación. Con este motivo, la Comisión Episcopal de Pastoral Social hace público un mensaje en el que recuerda que el agua y la energía son dos pilares básicos de la Casa Común. Lo reproducimos, íntegro, a continuación.

[button color=»white» size=»normal» alignment=»none» rel=»follow» openin=»samewindow» ]MENSAJE ANTE LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN [/button]

El Papa Francisco nos ha recordado en su encíclica Laudato si’: sobre el cuidado de la casa común, que “el agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos” (LS 148), alertando al mismo tiempo de “la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía” (LS 46). El acceso a la energía y al agua potable –dos bienes fundamentales para el desarrollo de toda vida humana- constituyen, por tanto, derechos humanos fundamentales y pilares básicos del bien común.

Apoyados en los estudios científicos más recientes, somos conscientes de “la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de personas” (LS 31). Por otro lado, el problema de la contaminación y del cambio climático hace “urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión de dióxido de carbono y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables” (LS 26). Así lo reconoció también la comunidad internacional el año 2015 al elaborar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) recogidos en la Agenda 2030.

La realidad de nuestro país

En nuestro país el acceso a la energía es universal. Sin embargo, en los últimos años se ha constatado que un número creciente de hogares corren el riesgo no poder costear su elevado precio, cayendo en una situación de lo que se llama pobreza energética. Los principales estudios realizados para España coinciden en encontrar un mínimo de un 8-9% de hogares (que son más de 6 millones de personas) que sufren esta pobreza energética, que en una primera aproximación puede definirse como la incapacidad de un hogar de hacer frente al coste de sus necesidades energéticas básicas.

El acceso al agua potable es también universal, aunque los problemas en torno a la distribución de un recurso escaso y repartido de forma tan desigual a lo largo del territorio resultan fuente de no pocos conflictos interregionales e ideológicos. Estos conflictos emergen periódicamente -especialmente durante periodos de sequía prolongada- e invitan a adoptar una visión integral del problema, así como avanzar hacia un pacto nacional del agua que permita establecer una gestión eficiente y justa y que responda al bien común.

Ante la enorme complejidad económica, técnica y política que ambos retos plantean a la comunidad internacional y a los diversos gobiernos nacionales y regionales, resulta legítimo plantearse la contribución que la Iglesia católica y las comunidades cristianas  pueden aportar al cuidado de la Casa Común.

El acercamiento al agua y la energía desde la perspectiva de la ecología integral

La larga reflexión eclesial sobre ambas cuestiones puede resultar de gran valor a la hora de plantear alternativas respecto a estas dos cuestiones. La comunidad cristiana, a quien nada de lo humano le resulta ajeno, descubre en la centenaria tradición de la Doctrina Social de la Iglesia un rico tesoro que puede iluminar las difíciles cuestiones que plantea el acceso al agua y a la energía, así como para facilitar posibles caminos que permitan resolver los conflictos que se generan. Estas contribuciones no son de tipo técnico o político, sino más bien de orden cultural, ético y espiritual.

  1. La llamada a la solidaridad y a la sobriedad

Uno de los rasgos que ha caracterizado la contribución eclesial a las problemáticas relacionadas con la sostenibilidad es la llamada a la solidaridad y a la sobriedad. Benedicto XVI nos recordó que el reto de ofrecer energía limpia para todos no es sólo tecnológico y político, es también cultural y ético: «es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso». Francisco ha reafirmado la llamada al ahorro de su predecesor, recordando al mismo tiempo el imperativo moral de la solidaridad: “Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible” (LS 52).

Respecto al agua, los grandes principios éticos del pensamiento social cristiano son igualmente válidos: “La Santa Sede, por tanto, reitera la importancia de la moderación en el consumo, invoca la responsabilidad de los gobiernos, empresas y particulares. Esta sobriedad se apoya en valores como el altruismo, la solidaridad y la justicia”.

  1. La atención a los más pobres, la defensa de los derechos humanos y la denuncia de la injusticia.

La denuncia de la injusticia, junto a la llamada a la solidaridad y la sobriedad, constituye otro de los elementos distintivos de la contribución eclesial al debate contemporáneo de la sostenibilidad. San Juan Pablo II vislumbró ya una de las razones principales por las que la Iglesia ha tomado conciencia de esta urgencia ética: “En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada, además de la carrera armamentista, por los conflictos regionales y las injusticias aún existentes en los pueblos y entre las naciones, así como por la falta del debido respeto a la naturaleza, la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de la vida”.

En el caso del agua, cuando el acceso o la calidad se ven limitados, nos encontramos ante una seria carencia para el desarrollo de la persona: “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable.” (LS 30). En un sentido similar, en el caso del acceso a la energía, los obispos norteamericanos nos recordaron ya en 1981 que “ninguna política energética es aceptable si no aborda adecuadamente las necesidades básicas”. Tanto la pobreza energética como el acceso deficiente al agua potable suponen dos casos flagrantes de violación de los derechos humanos ante los que los cristianos no podemos permanecer indiferentes.

  1. El redescubrimiento del sentido de la creación, más allá del uso instrumental de los recursos naturales

La Iglesia, en su acercamiento a las cuestiones medioambientales, siempre ha invitado a trascender los análisis meramente económicos y los cálculos políticos para ser capaces de apreciar el valor intrínseco, más allá de su uso instrumental, de los recursos naturales  que disponemos. El papa Francisco nos invita a redescubrir que “nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). E igualmente nos remite al alcance de elementos de la creación en los Sacramentos: “Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza” (LS 235).

La dependencia del ser humano respecto del agua y la energía para poder vivir dignamente nos recuerda no sólo nuestro origen y nuestra estrecha vinculación a la creación, sino algo todavía más profundo: el carácter relacional de toda nuestra existencia. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia lo formuló magníficamente: “La relación del hombre con el mundo es un elemento constitutivo de la identidad humana. Se trata de una relación que nace como fruto de la unión, todavía más profunda, del hombre con Dios. El Señor ha querido a la persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios la criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y normas para proyectar el futuro del mundo, un jardín que Dios le ha dado para que sea cultivado y custodiado (cf. Gn 2,15)”. Ser cuidador y custodio de la creación se convierte, por tanto, en la tarea principal que Dios encomienda al hombre; una tarea que requiere de una sólida formación y de una sensibilidad sacramental, pero también de una imprescindible conformación de hábitos y comportamientos. En esta tarea también la Iglesia puede realizar una valiosa contribución.

  1. La importancia de la labor educativa, la transformación cultural y la espiritualidad

“El problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural” (LS 30). Francisco, con esta afirmación, profundiza sobre la importancia de la educación –a todos los niveles: formal e informal, familiar y social- como factor clave para alcanzar la sostenibilidad y para posibilitar la transformación cultural.

Es necesaria una labor educativa en relación con el uso y distribución de la energía. Como cristianos debemos ofrecer “nuevos patrones de conducta basados en la justicia, la responsabilidad, el altruismo, la subsidiariedad y la concepción del desarrollo integral de los pueblos orientado al bien común”. Y no sólo debe ser una propuesta, estos grandes principios éticos requieren a su vez, para su plena adopción e interiorización, una “educación ética” e, incluso, una vivencia espiritual que alimente y sostenga el compromiso ético: “La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo” (LS 210). En este sentido, las comunidades cristianas, parroquias y comunidades educativas, debemos comprometernos en una mayor vivencia espiritual de la Casa Común, y en una educación para la sostenibilidad. Su concreción pastoral ya va teniendo muchas realizaciones destacando la importancia de las acciones de la red educativa secundaria y universitaria.

Conclusión

 La Iglesia Católica no puede permanecer indiferente ante las necesidades de tantas personas que sufren la pobreza energética y la escasez de agua. En esta Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación nos unimos a todos los cristianos y personas de buena voluntad que trabajan por el bien común de la familia humana dando gracias por el don de la vida y por la creación. Nos comprometemos igualmente a trabajar por la justicia, la paz y la reconciliación entre los pueblos y con la creación. Ojalá nuestra oración y nuestro trabajo nos ayude a reconocer agradecidos la fuente de todo don, el Dios de nuestro Señor Jesucristo, “creador de todo lo visible y lo invisible”.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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