El profesor de la Universidad de Comillas y coordinador del CIR de Migraciones participó en la Jornada de Delegados de Migraciones de la CEE con una ponencia que apeló a la patrística para fundamentar teológicamente la hospitalidad como exigencia bautismal
«La hospitalidad no es un carisma opcional ni una cuestión de sensibilidad ética. Es una exigencia inseparable del bautismo». Con esta afirmación contundente, José Manuel Aparicio, profesor de Teología Moral en la Universidad Pontificia Comillas y coordinador del CIR de Migraciones (UNIJES), marcó el tono de su intervención en la Jornada de Delegados de Migraciones celebrada el pasado 28 de marzo por la Conferencia Episcopal Española.
Bajo el título «Hospitalidad: abrirse o cerrarse a la bendición de Dios», Aparicio propuso un recorrido teológico y espiritual por la noción de hospitalidad desde sus raíces culturales hasta su consolidación en la tradición cristiana. «No se puede ser cristiano sin acoger al otro», subrayó.
La hospitalidad: puente entre humanidad y fe
Desde los primeros compases de su intervención, el teólogo quiso mostrar la centralidad de la acogida en la espiritualidad cristiana. Retomando elementos de las culturas antiguas, como la hospitalidad teoxénica —acoger al otro como enviado de Dios—, y conectándolos con el Antiguo Testamento, afirmó que «la hospitalidad altruista se funda en la memoria de la esclavitud en Egipto. El mandato es claro: “Recuerda que fuiste forastero”».
A partir de ahí, la ponencia fue desgranando diversas figuras bíblicas clave: Rahab, la viuda de Sarepta, Elías o Abraham. Especial atención dedicó al episodio del encinar de Mambré (Gn 18), donde Abraham acoge a tres forasteros que resultan ser enviados divinos. Para Aparicio, este momento representa un punto de inflexión: «La hospitalidad no es aquí una exigencia ética, sino un acto sacramental. La bendición de Dios se desata solo si hay acogida».
Patrística y Nueva Evangelización
Uno de los principales aportes de la conferencia fue su lectura patrística de la hospitalidad, una fuente poco transitada en la reflexión contemporánea sobre migraciones. «La patrística ofrece una originalidad teológica profundamente enraizada en nuestra fe», aseguró. Citó a Orígenes, Cipriano de Cartago, el Discurso a Diogneto o San Basilio Magno como referentes que no solo reflexionaron sobre el deber de acoger, sino que promovieron estructuras concretas para ello, como los xenodoquios, casas para forasteros y peregrinos.
Asimismo, subrayó cómo las primeras comunidades cristianas consideraban la hospitalidad no solo una obra buena, sino un criterio para la misión, un verificador de la fe y una condición para ejercer el liderazgo eclesial. «No puede ser obispo quien no es hospitalario», recordó, citando la Didascalia.
Una cuestión teológica, no solo ética
En la parte final de su intervención, Aparicio advirtió de los riesgos actuales de banalizar la hospitalidad, reduciéndola a una forma de filantropía o ideologizándola desde posturas polarizadas. «Usar las migraciones como ariete ideológico desarticula una espiritualidad auténticamente cristiana», denunció, recordando la advertencia del Papa Francisco en Fratelli tutti sobre los «mundos cerrados».
Para discernir si una comunidad vive una hospitalidad teoxénica —es decir, abierta a Dios a través del otro— o meramente asistencial, propuso algunas preguntas clave: «¿Hay presencia proporcional de migrantes en órganos con capacidad de decisión pastoral? ¿Nos interesamos por su experiencia de Dios, no solo por sus necesidades? ¿Establecemos vínculos de amistad o solo relaciones asistenciales?».
«No se trata de dar, sino de darnos»
La conclusión del teólogo moral resonó con fuerza entre los delegados presentes. Evocando la imagen bíblica de Moisés elevando los brazos para sostener la batalla de su pueblo (Éx 17), recordó una lectura de san Vicente de Paúl: «El cristiano eleva los brazos para que los pobres venzan la pobreza». Y concluyó: «No se trata de dar, sino de darnos. Abrirnos a la hospitalidad es abrirnos a la bendición de Dios».
Con esta intervención, Aparicio no solo ofreció una profunda relectura teológica de la hospitalidad, sino que emplazó a la Iglesia en España a revisar sus estructuras pastorales a la luz de uno de los desafíos más urgentes del siglo XXI: acoger al otro como sacramento de la presencia de Dios.