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«Hasta que la igualdad sea costumbre»: Pepa Torres reclama en Teruel una Iglesia que escuche el grito de las mujeres

David López
26 de noviembre de 2025

En pleno 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la teóloga, religiosa y activista social Pepa Torres puso voz en el Seminario de Teruel al dolor y a la esperanza de las mujeres dentro y fuera de la Iglesia. Su conferencia, titulada «Los márgenes que transitamos las mujeres en la Iglesia. Dolores y esperanzas», se enmarcó en el ciclo diocesano «De Fronteras a Puentes. Diálogo entre Iglesia y mundo», impulsado por la Delegación del Atrio de los Gentiles de la diócesis de Teruel y Albarracín.

Desde el inicio, Torres subrayó la carga simbólica de la fecha y del lugar: «Miles de mujeres, creyentes y no creyentes, están saliendo a las calles para decir que hay que terminar con la violencia hacia las mujeres, que hay que terminar con los feminicidios». Recordó también una iniciativa vivida hace años en Madrid, cuando varias parroquias hicieron sonar sus campanas el 25N «significando que la vida de las mujeres importa» y llamando a «hacer un trabajo fuerte de conciencia, de sensibilización, de denuncia y de propuesta para que la vida de las mujeres tenga valor».

Violencia contra las mujeres y «políticas de la crueldad»

La teóloga situó su reflexión en el contexto social y político actual, marcado por un clima creciente de polarización y discursos de odio. Retomando una expresión de Yayo Herrero, habló de «políticas de la crueldad y de guerra contra la vida» y recordó que esos discursos se muestran especialmente agresivos contra los derechos de las mujeres, los colectivos LGTBIQ+ y las personas migrantes.

En este escenario, insistió en que la fe cristiana no puede adoptar una postura neutral:

«La fe en Jesús de Nazaret es siempre una instancia crítica frente a toda forma de dominación y de poder y nos posiciona siempre a favor de la dignidad de todas y de todos, empezando por los y las más excluidas».

Torres conectó el 25N con el corazón del Evangelio y con la tradición espiritual: «Teresa de Jesús decía que el mundo está ardiendo y que no son tiempos para tratar con Dios negocios de poca importancia». Y añadió que, hoy, una de esas cuestiones que no pueden considerarse «de poca importancia» es precisamente la violencia machista y la desigualdad estructural que sufren las mujeres.

«La Iglesia sigue siendo un gran bastión del patriarcado»

Buena parte de la intervención estuvo dedicada a mirar de frente la realidad intraeclesial. Pepa Torres reconoció el papel decisivo de las mujeres en la vida cotidiana de las comunidades:

«Seguimos siendo las grandes transmisoras de la fe, seguimos sosteniendo la Iglesia y, en gran parte, recreándola, haciéndola creíble, especialmente desde dos ministerios que están en nuestras manos: la caridad y la liturgia».

Sin embargo, denunció que ese protagonismo no se traduce en reconocimiento real ni en participación en los lugares donde se toman decisiones:

«Las mujeres en la Iglesia no somos plenamente reconocidas. Estamos íntimamente infrarrepresentadas en los lugares de toma de decisiones solo por una razón: porque no somos hombres».

Para la teóloga, el problema no es solo de organización interna, sino de raíz espiritual y estructural. Fue muy clara:

«En nuestras Iglesias tenemos que hablar de machismo. El machismo existe. El machismo es un pecado, igual que la violencia de género es un pecado, igual que el racismo o la xenofobia, porque rompen la fraternidad y consideran que hay otros que no son iguales a nosotros, ya sea por su sexo, por su raza o por su situación de clase».

Y dio un paso más, nombrando el patriarcado como una forma de pecado estructural:

«Todo esto tiene que ver con una estructura de pecado que se llama patriarcado. El patriarcado es la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres. Y la Iglesia es todavía enormemente patriarcal».

Feminización de la pobreza… y de las luchas

Torres no se quedó solo en el diagnóstico negativo. Subrayó, por un lado, la feminización de la pobreza y de la violencia, pero, por otro, quiso destacar la feminización de las luchas y de la esperanza:

«Si hablamos de feminización de la pobreza o de la violencia, también tenemos que hablar de feminización de las luchas, de los sueños por otro mundo posible y por otra Iglesia también posible».

Recordó que, en todo el mundo, las mujeres son hoy sujetos activos en las luchas por la tierra, el agua, el medio ambiente, la soberanía alimentaria, la vivienda y los derechos de las personas migrantes: mujeres que «crean tramas comunitarias de resistencia» y generan alternativas basadas en el cuidado y los vínculos.

En el ámbito eclesial, señaló que miles de mujeres cristianas han cambiado en las últimas décadas: se han hecho «más resilientes y más críticas», más formadas y más conscientes de una tradición femenina silenciada —las «genealogías femeninas»— que incluye mujeres profetas, apóstoles y santas cuya memoria ha sido contada muchas veces «desde intereses masculinos y no desde intereses femeninos».

El salón de actos del Seminario se llenó para escuchar a la teóloga Pepa Torres.

«El patriarcado no ha existido siempre… y puede terminar»

Para explicar que el patriarcado no es algo «natural» ni inevitable, Pepa Torres compartió una leyenda de pueblos originarios de la Tierra del Fuego en la que, tras un tiempo de poder y autonomía de las mujeres, los hombres las matan, se apropian de sus máscaras y reescriben la historia, haciendo creer a las niñas que «servirles era su destino».

De esa narración, subrayó dos mensajes:

«El patriarcado no ha existido siempre, y lo mismo que empezó puede terminar. Y la historia cambia y la cambiamos nosotras y nosotros, los seres humanos».

En esa línea, insistió en que las mujeres no buscan invertir la relación de poder:

«No queremos que un matriarcado sustituya al patriarcado. No queremos unas Iglesias donde las mujeres gobiernen por encima de los hombres. Creemos en la fraternidad, en la sororidad, creemos en la igualdad. Creemos en una Iglesia ministerial».

Teología feminista y lectura de la Biblia con ojos de mujer

La ponente situó su reflexión en la tradición de la teología feminista, que en España cuenta con un recorrido desde los años ochenta y con espacios como el Foro de Estudios sobre la Mujer, la Red de Mujeres y Teología o la Escuela de Teología Feminista de Andalucía.

Entre las aportaciones de esta corriente, destacó la necesidad de:

  • Cuestionar la antropología patriarcal que legitima la exclusión y la violencia contra las mujeres.

  • Revisar imágenes, lenguajes y simbólicas de Dios que ignoran la realidad femenina o refuerzan el sexismo, recuperando las imágenes maternales presentes en la Biblia.

  • Reivindicar los cuerpos de las mujeres como imagen y semejanza de Dios, frente a miradas que los consideran «malditos» o peligrosos.

  • Leer la Biblia con ojos de mujer, rescatando figuras como Sifrá y Puá —las parteras que desobedecen el decreto del faraón y salvan la vida de Moisés— o recuperando la verdadera memoria de María Magdalena, «apóstol, primera testigo de la resurrección», tantas veces reducida a un estereotipo de «pecadora convertida».

También reclamó repensar la moral sexual y la moral económica desde sus consecuencias sobre las mujeres, y denunció incoherencias concretas, como la falta de contratos y derechos laborales dignos para muchas quienes trabajan al servicio de parroquias, casas rectorales u obras eclesiales.

Propuestas concretas para una Iglesia más igualitaria

Lejos de quedarse en el plano teórico, Torres compartió una batería de propuestas que diversos grupos de mujeres cristianas están trabajando en distintas diócesis:

  • Mayor presencia de mujeres en vicarías, arciprestazgos y comisiones diocesanas, especialmente allí donde ya existen procesos sinodales abiertos.

  • Participación paritaria en los consejos pastorales y reforma del Derecho Canónico para que estos órganos sean realmente decisorios.

  • Más naturalidad en la presencia de mujeres en el altar, subrayando que también sus cuerpos representan a Cristo y pueden ejercer ministerios de presidencia, palabra y servicio reconocidos.

  • Uso de lenguaje inclusivo y simbología femenina en la liturgia, integrando las imágenes bíblicas que comparan a Dios con una madre que amamanta, una mujer que da a luz o una gallina que reúne a sus polluelos.

  • Difusión de materiales y celebraciones en fechas clave como el 25N, el 8 de marzo o el 22 de julio (santa María Magdalena), para visibilizar la dignidad y la aportación de las mujeres en la Iglesia.

  • Comisiones de igualdad y de buen trato en las diócesis, que permitan acompañar a mujeres víctimas de violencia de género o de abusos dentro de la Iglesia y formar a agentes pastorales en la detección y manejo de estas situaciones.

  • Desarrollo de la pastoral de la diversidad sexual, para acompañar «sin discriminación» a las personas LGTBI y a sus familias que desean seguir formando parte de la comunidad cristiana.

En un momento de su intervención, llegó a imaginar qué ocurriría si las mujeres hicieran una huelga en la Iglesia:

«¿Os imagináis qué pasaría en la catequesis, en la confirmación, en Cáritas, en la acogida, en las misas?».

No como amenaza, sino para evidenciar la dependencia real de las comunidades respecto al trabajo, muchas veces silencioso, de tantas mujeres.

Esperar… y «esperanzar»

En la parte final de la conferencia, Pepa Torres reconoció la paciencia histórica de las mujeres creyentes, pero se hizo eco del cansancio de muchas generaciones:

«Hay que esperar, sí, pero las mujeres estamos hartas de esperar. Hay que tener esperanza del verbo esperanzar: levantarse, construir, no desistir, juntarse con otros y otras para hacer que las cosas cambien».

Entre las palabras que más resonaron en el salón del Seminario de Teruel, destacó una expresión que se ha convertido en lema de muchos grupos de mujeres cristianas:

«Es ese sentir de Dios con nuestras esperanzas y con nuestros sufrimientos lo que nos mueve a muchas mujeres cristianas a no resignarnos, sino a exigir y gestar cambios profundos en las sociedades y en las Iglesias, hasta que la igualdad sea costumbre».

La teóloga concluyó recordando la intuición de la carta a los Gálatas —«ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús»— y la definió como la clave más honda del sueño de una Iglesia en igualdad.

En el marco del 25N, sus palabras sonaron en Teruel como un llamamiento a toda la comunidad diocesana a seguir tendiendo puentes entre fe y realidad, dejando que el grito de las mujeres —dentro y fuera de la Iglesia— atraviese, como decía ella, «los cielos… hasta alcanzar a Dios».

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