Opinión

José Alegre Aragúés

Hacia una Iglesia Sinodal

Nosotros, los curas

9 de julio de 2025

¡Qué bueno si todo el mundo tuviera la experiencia de trabajar por vocación y el salario no fuera la obsesión necesaria para sacar adelante a una familia colgada de una nómina insuficiente! Desearía a todo el mundo vivir la experiencia de sentirse atrapado en un trabajo al que nadie te obliga pero del que te cuelgas con la cuerda del entusiasmo frío que hace vivir en la utopía de un oficio donde la soledad y la abundancia de gente, a tu alrededor, se dan con la misma facilidad que el cansancio y la satisfacción de no hacer nada. En la realidad de un mundo en crisis y, a la vez, entusiastas de algo que parecía a muchos haber quedado atrás.

Hace poco nos reunimos un grupo a celebrar los 60, 50 y 25 años de haber llegado a curas. Quedamos pocos. Somos de una generación que comenzamos cien, en nuestro curso, y solo dos llegamos al final. Con nosotros estuvieron otros que también dedican su vida al Dios-Hombre que nos llamó un día a hablar del Evangelio, genial relato de la vida de un Hombre que expresa en su experiencia vital lo que todos repetiremos, si tenemos la suerte de vivir con la esperanza que nos legó. No nos dejó una buena vida, ni una herencia material que resolviera nuestros problemas, tampoco una varita mágica que superase carencias. Nos dejó una Comunidad-Familia que, como todas, tiene problemas graves. Obispos raros, curas jóvenes salidos de otras épocas y héroes que tienen sus coches para deambular por los inmensos campos de Monegros, Cinco Villas o El Bajo Aragón. Algunos pasan la vida en la carretera para atender pueblos cada vez más lejanos. Su soledad se extiende por comarcas enteras sin recibir mucha atención de un responsable que se interese por su salud, su alegría o su calefacción. No son héroes de pacotilla. Son corazones humanos necesitados, alguna vez, de una palabra de ánimo. Son héroes con nombres y apellidos, mal vestidos a veces, sin asesores ni ayudantes pero con una disponibilidad que cualquier empresa envidiaría, y que no suelen escuchar mucho la palabra “gracias” de un modo sentido y cariñoso por parte de sus responsables.

Y, sin embargo, preguntadles a qué querrían dedicarse si hubieran de repetir el recorrido. No se sabe de qué pasta están hechos estos hombres que Dios llama para que escuchen a quienes otros muchos no hacen caso. Y en eso están cuando les queda un poco de su tiempo. Visitando a X o a Z. Escuchando el silencio de Dios para decirlo a otros. Abriendo los ojos de quienes no terminan de divisar su silueta en el horizonte de este valle. Buscando la Palabra que se perdió por los campos de Galilea. Recogiendo sus ecos para repetírselos a los sordos. Preparando las vasijas de vino para repartir a los que todavía reclaman un poco de sabor para la vida. Entretenidos con las gentes del pueblo cansadas de oír tantas noticias pero, como la mujer de la fuente en Samaría, sin haber escuchado palabras de amor. Ocupados en despertar a tantos muertos para que, al fin, salgan de sus sepulcros a la luz que Tú, Dios de nuestras soledades, colmas de resplandores y haces brillar para orientar a tantos peregrinos, errantes de una vida sin Santiago, sin Jerusalén o Roma.

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