Vivir bien la vida

                Ha muerto una persona conocida por mí desde lejos. Alguna vez, hace años, tuve la suerte de intercambiar con él unas breves palabras. Nada del otro mundo. Palabras porque asistimos a un mismo encuentro. Eso fue todo. Pero ya era sencillo. O me lo ´pareció. Después tuvo misiones más… importantes, por llamarlas de alguna manera.

                No hace mucho tiempo, nos dejó. Ahora estará gozoso, por la misericordia desmedida del Padre, en las buenas manos de la Danza Trinitaria del Amor.

                Han escrito algo sobre él. No mucho, que yo sepa. La sencillez nunca busca botafumeiros ni antes ni después de la muerte. Y los que conocieron su sencillez no están por la labor botafumeira. Por eso, en este artículo, ni digo su nombre. Para que resalte ‘la vida’, que es lo que quiero animar: la vida personal del que escribe y la vida de quien me lea.

                Un conocedor de esta vida le dedica un breve comentario que comienza con el bello, y uno de los más breves del salterio, salmo 130:

“Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas que superan mi capacidad;

sino que acallo y modero mis deseos,

como un niño en brazos de su madre”.

                Dice el comentarista que esa persona encarnó con generosidad y claridad la belleza y sencillez del salmo 130.

“Palabras como poder, tener, crecer, acaparar, medrar, subir, escalar, acumular, imponer, obligar, distancia, vanagloria, falsa modestia, dignidad del cargo, riquezas, juicio, castigo, y un largo etc no tenían lugar ni resquicio en su vida”.

“Sin embargo, otras palabras tales como pobres, sencillo, humilde, desapego, misericordia, sin molestar, comprensión, perdón, austeridad, sencillez, uno más entre los últimos, sin entrometerse, sin distinciones, se colaban con facilidad en su existencia”.

                A estas afirmaciones quería llegar para concluir que formulan un ‘vivir bien la vida’. Si alguien lo ha encarnado de alguna manera -concedamos la tendencia laudatoria del amigo escritor-, todos podemos hacerlo. Y es un buen catálogo de actitudes que dignifican y humanizan -o pueden ayudar no poco- la vida de cualquier persona y, como consecuencia, las relaciones familiares, sociales, amistosas, vecinales, políticas, religiosas, laborales, etc. Y esto sí que es posible a pie de calle.

“No crean que no tuvo defectos. Muchos, algunos evidentes”. Advierte el comentarista. No pretende canonizarlo. También los santos, todos, tuvieron sus fallos, sus manías, sus debilidades… Los defectos también son parte de una vida y, si son asumidos y reconocidos, ayudan a vivir bien la vida, a hacerla real, humana.

“La vida de un hombre no es sino la suma y resta de todo lo bueno y débil que uno tiene”. ¡Qué bella y verdadera afirmación! Toda persona puede así vivir bien la vida. Toda vida es la suma de virtudes y defectos, de aciertos y equivocaciones, que, si trabaja por restar defectos y equivocaciones, las virtudes y aciertos sumarán y sumarán.

Y esa vida tendrá un final en el que creemos los cristianos y que la misericordia de Dios reserva a todos que hayan hecho lo posible por vivir bien la vida, incluidos los tropiezos y equivocaciones. “¡Ven, ven, y siéntate aquí entre los pobres, los sencillos, los humildes, los desheredados, los transeúntes, los encarcelados, los trabajadores, los enfermos a quienes visitaste, los desahuciados, los migrantes a quien devolviste la dignidad!” O junto al vecino de al lado a quien ayudaste, la viejita a quien apoyaste para pasar el semáforo, junto al que te hizo o le hiciste un favor que solucionó un problema sencillo o importante, junto al que fuisteis felices porque os perdonasteis….

La vida se nos ha dado no solo para que la vivamos bien. Se nos ha dado, ¿quizás en primer lugar?, para ayudar a que la vivan bien los otros, todos.

“Ante el misterio del infinito que nos sobrepasa y nos atrae, las religiones nos recuerdan que somos criaturas; no somos omnipotentes, sino mujeres y hombres en camino hacia la misma meta celestial. La condición de criaturas que compartimos instaura así una comunión, una auténtica fraternidad. Nos recuerda que el sentido de la vida no puede reducirse a nuestros intereses personales, sino que se inscribe en la hermandad que nos caracteriza. SÓLO CRECEMOS CON LOS DEMÁS Y GRACIAS A LOS DEMÁS”. [1]

Ante estas personas que intentan vivir bien la vida, podremos decir ahora ya: ¡Qué buen padre! ¡Qué buen hermano! ¡Qué buen amigo! ¡Qué buen hijo! ¡Qué buen vecino! ¡Qué buen compañero de trabajo! ¡Qué buena persona! Y, ojalá, lo puedan decir también de ti, de mí, de todos.


[1] FRANCISCO. VII CONGRESO DE LÍDERES DE RELIGIONES MUNDIALES Y TRADICIONALES. Kazajistán. 14 septiembre 2022