El sacerdote Julián David Sepúlveda Zapata, párroco ‘in solidum’ de la Unidad Pastoral de Graus, escribe de su hogar en Colombia acerca de cómo el Covid-19 ha llegado a su país, donde estaba pasando sus vacaciones.

 

Hace unos meses cuando empezó la propagación de un virus desconocido en un continente lejano, todo parecía «problema de otros”. No se asumía como un problema que nos interpelara. El virus adquirió un nombre, salió de su lugar de origen y llegó a España, mi lugar de residencia hace dos años y cuatro meses; allí presto mi servicio de trabajo pastoral en la Diócesis de Barbastro – Monzón. El 2 de marzo de 2020, partí de Madrid a mi país de origen con el deseo de compartir mis vacaciones al lado de mis familiares, seres queridos, amigos y conocidos de toda la vida. Para esa fecha en Colombia, solo había un caso de Covid-19 comprobado.

Unas vacaciones un poco irregulares, particulares y atípicas, con el corazón partido y fragmentado: con la alegría de estar en familia, encontrarme con los amigos, renovar los grandes recuerdos de mi infancia en mi pueblo natal; también con el corazón triste de ver las noticias y saber que España, mi segunda patria, vive una situación dolorosa y crítica ante la dificultad del virus. Saber que estoy lejos de las comunidades parroquiales que el Señor me encomendó por medio de mi Obispo Diocesano en Barbastro – Monzón es un sinsabor que no puedo describir; pensar en los pueblos es inevitable, tener en la mente a todos los mayores de los 16 pueblos que tengo a mi cargo de la Unidad Pastoral de Graus parece generar una aflicción indescriptible.

Pero no sólo eso, empezar a vivir en carne propia, en Colombia, la suma diaria de contagios por el virus; ya no es situación de un continente lejano, sino una pandemia que nos interpela. Empezamos a vivir momentos difíciles,  de nervios, de pensar por momentos en el cuándo se detendrá esta situación. Las autoridades van tomando
medidas y como ciudadanos vamos asumiendo nuestra responsabilidad. Estamos viviendo en Medellín– Colombia el primer fin de semana de cuarentena preventiva del virus (la cuarentena definitiva se activó el pasado día 24)

Pero frente a todo esto, me queda la confianza y la esperanza en un Dios que es inagotable en su amor y en su misericordia. Un Dios que nos ama y nos acompaña. Un Dios que está presente aunque no podamos ir a la Iglesia. Un Dios que está en mi casa, en tú casa y en todos nuestros pueblos. Un Dios que nos ama con infinitud y desea siempre lo mejor para nosotros porque está en nuestro corazón. No pierdo y te invito a no perder la esperanza.