Flash sobre el Evangelio del Domingo XXI del Tiempo Ordinario


El párroco ha recordado que la fiesta de la Asunción, del pasado domingo, ha producido un corte en la lectura continuada del capítulo sexto del evangelio según san Juan, que habíamos escuchado en los anteriores domingos. El evangelio de hoy (Jn 6, 60-69) hay que conectarlo con los fragmentos leídos el 1 y el 8 de agosto, para no perder el hijo. El buen hombre ha hecho un esfuerzo meritorio para explicarnos cómo fue el reencuentro de Jesús con los judíos después de la multiplicación de los panes; espero culminar su explicación en este café dominical. Jesús, con cara de satisfacción me ha dicho en la puerta de la cafetería:

– ¿Qué tal llevas la recuperación? Veo que ya vas con una sola muleta.

– Como puedes ver, bien. ¡Gracias! Después de andar con dos muletas durante las primeras seis semanas, ya me dejan hacerlo con una sola, y me siento más ágil y seguro -le he dicho mientras buscaba una mesa-. Por cierto, que en tu conversación con los judíos en Cafarnaún no hubo recuperación ni mejoría: muchos se echaron atrás y no volvieron a ir contigo…

– Sí -ha dicho apesadumbrado. Yo les anuncié un pan que da vida y se reparte en la Eucaristía, pero muchos de ellos dijeron que mi modo de hablar era inaceptable y añadieron: ¿quién puede hacerle caso?

– Pienso que este fracaso te llegaría al alma -comenté tratando de quitar hierro al asunto-.

– Lo que me llegó al alma -ha dicho él sin que pudiera reprimir un gesto de tristeza- fue que desperdiciaran el “pan” con el que el Padre quería regalarles, poniendo a modo de excusa aquella pregunta: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6, 51-58).

– Pero, ¿no te parece que era inevitable que surgieran dudas y vacilaciones? Las hubo en la misma comunidad del evangelista Juan; en los primeros años del siglo II, el obispo y mártir Ignacio de Antioquía se quejaba de que algunos “no confiesan que la eucaristía es la carne del Señor”; muy pronto, los gnósticos y docetas dijeron que la eucaristía era un símbolo y no una comida real, en la que se participa de la carne y la sangre de Cristo…

– Mira, entiendo que tuvieran dudas y vacilaciones -ha dicho con talante conciliador-, porque la eucaristía es la prolongación de la encarnación del Hijo de Dios en vuestra carne, hasta meterse en vuestra misma piel, y esto no se digiere el primer día. Pero tanta resistencia a creerme enviado por el Padre, después de haber visto y gustado los signos que avalaban mis palabras, ya era ceguera voluntaria. El mismo evangelista recuerda que poco después tuve que decirles: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras” (Jn 10, 37-38). Algunos llaman a la primera mitad del evangelio de Juan “el libro de los signos”, porque narra hasta seis de estas obras o signos que dan consistencia a mis palabras.

– O sea, que rechazaban la eucaristía porque no creían en ti.

– Ni que la Palabra, que era Dios, “se hizo carne y habitó entre vosotros” (Jn 1, 14). Cierto. No creían que yo soy “el pan vivo que ha bajado del cielo” y que “el que coma de este pan, vivirá para siempre”. Yo les ofrecía vida eterna y ellos se contentaban con los pequeños apaños de los milagros. Ya te dije hace tres domingos que querían milagros, pero yo les daba signos.

– Una pregunta: ¿llegaste a temer que los Doce pensaran como todos?

– No. Cuando les pregunté si ellos también querían irse, Simón Pedro respondió como solía, con el corazón en la mano: “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta sincera confesión de fe me hizo olvidar los sinsabores de aquella jornada -dijo mientras pedía la cuenta con la excusa de que era bueno acompañar el pan de vida con un café-.