Flash sobre el Evangelio del Domingo del Bautismo del Señor

El párroco nos ha dicho que el tiempo de Navidad termina hoy, con el relato del bautismo de Jesús en el río Jordán (Lc 3, 15-16.21-22). Junto con la adoración de los Magos y la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, que se narrará el próximo domingo, completan el tríptico de la Epifanía o manifestación de Jesús como Mesías. ¿Cómo vivió Jesús su bautismo?

– Hubieras tenido que vestirte de fiesta -me ha dicho con un punto de ironía cuando nos hemos encontrado-, ¿no te acordabas de que venías a mi bautismo?

– Perdona -he respondido un poco corrido-, con las prisas de la mañana, me he puesto lo primero que tenía a mano y, además, ahora no se llevan los formalismos en el vestir.

– No es por eso -me ha tranquilizado mientras recogíamos en la barra nuestros cafés-. ¿Recuerdas la parábola en la que el invitado a la boda del hijo del rey fue echado afuera porque no vestía el traje de boda? Con los invitados a mi bautismo ocurre algo parecido: hay que venir revestidos de Espíritu Santo; los pantalones y la camisa que lleves no importa tanto. Pero no era de esto de lo que hoy querías hablar, ¿me equivoco?

– Es cierto; no era de eso. Otra pregunta me viene carcomiendo.

– Bueno, suéltala -me ha dicho mientras empezábamos a saborear el café-.

– ¿Por qué te pusiste en la cola de los que se iban a bautizar para implorar el perdón de Dios por sus pecados? ¿No eres tú el Hijo, semejante en todo a nosotros menos en el pecado?

– ¡Pues, justamente por eso! -ha exclamado rápidamente-. Al Jordán bajó mucha gente buena y arrepentida que intentaba cambiar de vida. Mateo recuerda que también bajaron muchos fariseos y saduceos para aparentar lo que no eran, y Juan les llamó raza de víboras. Yo debía marcar la diferencia, mostrándome solidario con la buena gente pecadora y arrepentida; ya certificaría el Padre que estaba dispuesto a ser el Hijo “obediente hasta la muerte”.

– Pero les desconcertaste a todos -he replicado antes de dar el brazo a torcer-. Incluso a Juan, que no quería bautizarte. Mateo ha conservado sus palabras: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”

– Juan aún no sabía lo que iba a ocurrir -me ha respondido-. Con una honestidad que le honra, confesó que no era el Mesías y añadió: «Yo os bautizo con agua, pero viene el que os bautizará con Espíritu Santo y fuego…». Entonces el Padre manifestó quién soy yo.

– Sí; ya recuerdo que el evangelista Lucas, hombre meticuloso con lo que escribe, dejó constancia de lo extraordinario de la escena y de la voz del Padre -he añadido después de apurar el café que quedaba en mi taza-.

– En efecto; la escena fue grandiosa: me puse a rezar, me cubrió la sombra del Espíritu Santo como a mi Madre en el momento de la encarnación, y se oyó la voz del Padre: «Tu eres mi Hijo, el amado, el predilecto». ¿Qué más hacía falta para ratificar el regalo que os ha hecho enviándome a vosotros?

– Una cosa -he dicho apresuradamente-: que ahora nosotros nos creamos que, cuando fuimos bautizados, el Padre también nos dijo: “Tú eres mi hijo amado”, y que le queramos como buenos hijos…

– Toma nota de lo que acabas de decir -ha concluido mientras depositaba el importe de los cafés como quien dice: “¡Déjalo que hoy es mi bautizo!”-.