Tomados de la mano

                Las manos… Las de todos… Para relacionarnos unos con otros… Acarician… Golpean… Ayudan a levantar o a caer… Se dan, se niegan… Las manos curan y pueden matar… Pueden abrazar y también rechazar… Nos ‘lavamos las manos’ ante una necesidad ajena o echamos una mano para ayudar a superarla… Echamos mano a algo que no es nuestro, metemos mano donde no debemos o damos una mano para colaborar… Damos flores o manipulamos bombas… Así son nuestras manos. Ese doble miembro de nuestro cuerpo tan necesario, tan relacional, tan trabajador, tan lleno de posibilidades… Con él podemos construir o destruir. Las manos nos dignifican o descubren nuestra indignidad…

                Hasta las manos unidas de unos con otros pueden inclinarse a fortalecer el bien para todos o a propagar lo que destruye nuestra humanidad y nuestro entorno natural. Pero en la ‘unión de las manos’ prevalece el aspecto constructivo cuando usamos esa expresión en nuestro hablar de cada día.

Jesús y sus manos siempre son sanantes. Incluso cuando el 4° evangelio dice que hizo “un azote de cordeles” para “echar a todos del templo, ovejas y bueyes” porque han convertido “en un mercado la casa de mi Padre” (Jn 2,14-16). Los otros tres evangelios, nada dicen del azote de cordeles. Las manos de Jesús “tocan” y acarician -leprosos incluidos-, “levantan” y sanan, “bendicen” y animan.[1] Su confianza en el Padre, al morir solo y abandonado, la simboliza en las manos: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46).           

                En nuestra lengua española, nos ‘tomamos de las manos’, nos ‘cogemos’ de la mano para unirnos, ayudarnos, acompañarnos, porque nos amamos. Tomarse de la mano, en nuestro lenguaje a pie de calle, nunca tiene un sentido negativo.

Tomados de la mano, caminamos juntos y reunimos fuerzas para enfrentar solidariamente la vida. Cogidos de la mano fortalecemos el amor, el bien, la justicia, la verdad, el perdón, la paz, la fraternidad, la solidaridad, la alegría… Cogidos de la mano, compartimos el dolor, ayudamos a superar fracasos y desilusiones, ‘tocamos la mano del otro’ y lo sentimos cercano, uno como yo, ya no es enemigo ni desconocido, ya no podré hacerle nada negativo (mientras nos despeguemos nuestras manos).

                Cogidos de la mano, tomados de la mano, echar una mano, dar la mano son expresiones bellas, símbolo expresivo y propositivo de que somos iguales, de que estamos interconectados; en definitiva, que somos hermanos. Y eso que somos, estamos llamados a vivirlo, a conseguirlo.

                Para unir las manos, necesitamos sabernos todos de la misma dignidad. Eso que podemos llamar ‘tener sentido de pertenencia’ a una misma comunidad humana, en la que todos -los de cerca y los de lejos- estamos llamados y tenemos derecho a vivir dignamente. El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme. Así se protege a sí mismo, ya que sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás, cada uno termina buscando sólo su conveniencia y la convivencia se torna imposible. Una persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer sus necesidades, y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. Por lo tanto, no hay lugar para la amabilidad del amor y su lenguaje. El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan”.[2]

                El gran enemigo a batir es, sin duda, el individualismo con su imagen más visible, el consumismo. “Los demás se convierten en meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a niveles exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad”.[3]

Unir las manos, “La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices… Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos”.[4]

                Será una simpleza: pero, tomados de la mano, cesarían hasta las guerras que en pleno siglo XXI siguen vivas, vivas. Ahí al lado y en todos los continentes. Recuerdo para terminar, las guerras, divisiones y conflictos que recordó el Papa en la Bendición Urbi et Orbi del Domingo de Pascua: Ucrania, Jerusalén, Líbano, Siria, Irak, las comunidades cristianas que viven en Oriente Medio, Libia, Yemen, Myanmar, Afganistán, zona del Sahel, Etiopía, República Democrática del Congo. los pueblos de América Latina.

                Nuestra dignidad y nuestro compromiso para que todos los seres humanos podamos vivir esa dignidad en la que nacimos, nos pide caminar cogidos de la mano. ‘Tomados de la mano’, el mundo cambiará. ES PASCUA.


[1] Cfr. Mt 8,15; 9,25; Mc 1,31: 5,41; 8,23; 9,27; Lc 8,54; …

[2] FRANCISCO. Amoris laetitia, 100.

[3] FRANCISCO. Fratelli tutti, 222.

[4] Ibidem, 224.