Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad

Después de la Pascua, la Iglesia nos propone la fiesta de la Santísima Trinidad: el Dios que se nos ha dado a conocer por las obras y palabras de Jesús. La descripción teológica de este misterio resulta complicada: un solo Dios en tres personas, que no son tres dioses sino un sólo y único Dios…

– ¿Era necesaria tanta complejidad? -he pensado en voz alta teniendo ya a Jesús delante-.

– La pregunta no es si esa complejidad es necesaria, sino por qué el único Dios es “Padre”, “Hijo” y “Paráclito” -ha respondido al oír mi perplejidad-. ¿Tendré que recordarte que esa pretensión de encerrar a Dios en vuestra inteligencia tiene algo de atrevimiento?

– No me parece tan atrevido. El lema de la Ilustración fue “atrévete a saber”; en la entraña de nuestra naturaleza pusiste el querer saber -me he disculpado y he tomado un sorbo de café-.

– Por supuesto -me ha respondido-. Gracias a vuestra inquietud intelectual habéis progresado y muchas veces lo habéis hecho en la buena dirección, pero cuando pensáis que podéis suplantar a Dios, corréis el riesgo de pasaros de vueltas, como se dice vulgarmente.

– Si lo dices por la “inteligencia artificial”, estoy de acuerdo en que alguno piensa que hemos “creado la inteligencia” -he reconocido degustando mi café-; pero si no te he entendido mal, dices que la Trinidad nos desvela a Dios y a veces pienso que lo vela…

– Has entendido bien a medias -me ha replicado-. En el evangelio de este día (Jn 3, 16-18; lee desde el principio del capítulo) expliqué a Nicodemo que el Padre os desvela su amor en la Trinidad. Nicodemo era hombre docto y honesto, miembro del sanedrín y estaba seriamente interesado por las obras que yo hacía. Quiso saber más, pero sin comprometerse demasiado; hoy sería uno de esos cristianos “vergonzantes” que silencian su fe para no ver perjudicados sus intereses: vino a verme de noche para no darse a entender. Estaba más interesado por mis obras que por mi persona, y le dije: «Tienes que nacer de arriba para entrar en el Reino de Dios». No le bastaba con reconocer que Dios estaba conmigo, pues también estuvo con los Patriarcas; tenía que reconocer que me había enviado porque «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». Al mirarme, “veis” que Él es amor, pues os ha entregado al que más ama: su Hijo.

– Bueno, para un hombre versado en la Ley de Moisés como Nicodemo era impensable que Dios tuviera un Hijo y que, además, ese Hijo estuviera, en aquel momento, delante de sus ojos.

– Por eso le dije que tenía que nacer de nuevo -ha añadido sin dejarme continuar-, pero entonces Nicodemo no lo entendió y reaccionó diciendo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?» Y me vi obligado a preguntarle: «Tú eres maestro en Israel y no sabes esto?» Reconozco que lo puse en un aprieto, pero pretendía revelarle que el Padre es amor, porque os ama hasta el punto de entregaros a su Hijo y porque, además, el Padre y yo os enviamos al Paráclito para que esté con vosotros y os ayude a comprender mejor cada día que os amamos. Recuerda que dije a mis discípulos: «Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa».

– ¿De modo que la verdad completa es que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ama?

– Así es: la verdad completa es que nuestra Trinidad se revela como amor. No te quedes embobado, como si nunca lo hubieras oído; pero hay que nacer de nuevo para experimentarlo.

– ¡Qué cargado estaba hoy el café! -he dicho mientras recogía mis cosas y él sonriendo se ha adelantado a pagar la consumición-.