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También se puede rezar “gritando”

Raúl Romero López
3 de marzo de 2021

SALMO 116

1 Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante;

2 porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco.

3 Me envolvían redes de muerte,

me alcanzaron los lazos del Abismo,

caí en tristeza y angustia.

4 Invoqué el nombre del Señor: “Señor, salva mi vida”.

5 El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo;

6 el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó.

7 Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo:

8 arrancó mi alma de la muerte,

mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.

9 Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

10 Tenía fe, aun cuando dije: “¡Qué desgraciado soy!”

11 Yo decía en mi apuro:

“Los hombres son unos mentirosos”.

12 ¿Cómo pagaré al Señor

todo el bien que me ha hecho?

13 Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.

14 Cumpliré al Señor mis votos,

en presencia de todo el pueblo.

15 Mucho le cuesta al Señor

la muerte de sus fieles.

16 Señor, yo soy tu siervo,

siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas.

17 Te ofreceré un sacrificio de alabanza,

invocando tu nombre, Señor.

18 Cumpliré al Señor mis votos,

en presencia de todo el pueblo;

19 en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén.

¡Aleluya!

INTRODUCCIÓN

En este salmo un fiel canta a Dios su vivo reconocimiento por una liberación insigne. Una enfermedad, una violenta persecución o tal vez la prisión, pusieron su vida en peligro y su alma al borde de la desesperación. Con una confianza ilimitada, el salmista lanza una súplica acompañada de un voto que Dios acoge. En reconocimiento y para cumplir su voto, va a ofrecer el sacrificio prometido y a bendecir a su insigne salvador.

En un principio, el salmo tenía un carácter individual, pero pronto tomó una orientación comunitaria. De hecho, el salmo entró en la liturgia pascual judía en conexión con el rito de la tercera copa de vino, debido al v. 13 “alzará la copa de la salvación”.

Hay que destacar el candor y la sinceridad con que el salmista expresa sus sentimientos y, sobre todo, el sentido tan elevado que tiene del amor a Dios y de la gratitud. Todas las palabras se le quedan cortas a la hora de agradecer a Dios el beneficio obtenido.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

“Amor con amor se paga” (v. 1).

¡Te amo! Con un grito de amor abre el salmista su cántico de agradecimiento, queriendo responder al amor que Dios le muestra al prestar oído a su oración.

El salmista coloca todo el salmo en la esfera del amor a Dios, un amor agradecido y demasiado grande para poder expresarlo como él quisiera. El salmista parece decir: perdóname por lo poco que te digo cuando digo que te quiero. Es consciente de la cantidad de sentimientos, afectos y emociones que se pierden en el breve camino que hay entre el corazón y los labios.

La angustia suprema es el miedo a perder la comunicación con Dios (v. 3). “

La persona que sufría había caído en una situación crítica: estaba ya tocando la esfera de la muerte. “Los lazos del Abismo” tal vez hagan referencia a las cuerdas con que ataban al condenado a muerte.

La tristeza y la angustia nos hablan de un estado de ánimo depresivo. Todo hacía temer lo peor: el Sheol, lugar donde ya no es posible la alabanza pues se corta toda comunicación con Dios.

También el grito se puede convertir en oración (v.4).

“Invoqué”. El verbo original KRH significa gritar. Y tiene mucha más fuerza. Nos indica que existe una oración hecha a gritos. Cuando se nos han agotado todas las palabras y nuestros silencios se han hecho infecundos, aún nos queda el grito. Por los evangelios sabemos que Jesús dio un gran grito antes de morir (Mc 15,37). Se murió gritando, es decir, se murió rezando.

A veces es mejor no tener fuerzas para mejor sentir la fuerza del Señor (v. 6).

“Los sencillos” son aquellos que no pueden ayudarse a sí mismos. Por eso necesitan de alguien que les ayude. ¿Quién les puede ayudar mejor que Dios?

“Estando yo sin fuerzas me salvó”. Si hubiera estado con vigor, con fuerza, hubiera buscado la salvación por sí mismo. Al verse desvalido puso toda su confianza en el Señor. San Pablo nos dirá: “Cuando me siento débil, entonces soy más fuerte” (2 Cor 12,10).

¡Qué bien nos hace una mirada al interior de nosotros mismos! (v.7).

El orante se repliega sobre sí mismo, mira hacia dentro con una mirada de profundidad, se dirige a su alma y la invita a volver al lugar de reposo, ella que ha estado cercada de angustia (v. 3). Recobrando la calma, experimenta el poder salvador de Dios.

No hay que salir fuera, donde está el ruido, el ajetreo, el barullo. Hay que saber entrar dentro de nosotros mismos y encontrarnos con aquel que es “Más íntimo a nosotros que nuestra misma intimidad” (san Agustín). En él encontraremos la calma, el sosiego, La paz.

Vivir es viajar al país de la vida (v. 9).

El salmista, arrancado de las garras de la muerte, ha sido trasladado al país de la vida. Para un buen israelita la vida en presencia de Dios es la vida en pleno sentido de la palabra. Una vida sin Dios no vale la pena llamarse vida. Vivir es poder respirar en Dios.

“La fe mueve montañas” (v.10

El salmista recuerda una experiencia dura, de intenso dolor, pero constata que su confianza en el Señor era más fuerte. Parece decir: Creí y, por eso, tuve fuerza para vencer la desgracia. San Pablo tomará esta frase y la pondrá en otro contexto: “Creí, y por eso hablé” (2 Cor 4,13). San Pablo ha creído en la Resurrección de Cristo y eso le da derecho a poder hablar. En realidad no se puede hablar de aquello que no se cree. Cuando predicamos o hacemos catequesis nos debemos hacer esta pregunta: Yo, ¿desde dónde estoy hablando? No es suficiente hablar de Dios. Es necesario hablar desde Dios.

La vida sin Dios puede ser una gran mentira (v.11).

El salmista hace una reflexión desde su propia experiencia. En la desgracia han desaparecido muchos que se decían amigos. Por eso afirma que el hombre no es de fiar. Tal vez esta frase se puede matizar diciendo que no son de fiar aquellos hombres que no confían en Dios. “Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la carne apartando su corazón del Señor” (Jer 17,5).

No hay que pretender saldar la deuda con Dios (v 12).

El salmista se siente en deuda con Dios. Con este interrogante nos dice que no tiene la pretensión de poder pagarle. Tampoco le importa. Le parece incluso bonito quedar entrampado con Dios para siempre en una eterna deuda de amor.

A Dios le gusta y le encanta que brindemos por Él (v.13).

Dentro del rito de acción de gracias se alzaba la copa. Es un brindis que el salmista hace a Dios en agradecimiento por la salvación obtenida. En nuestra vida humana hacemos muchos brindis: por la salud, por la felicidad, por la prosperidad. Brindamos también por las personas. El salmista nos invita a brindar por nuestro Dios. Estamos contentos, orgullosos y agradecidos. Y se lo expresamos con la copa en alto.

Somos de la cultura de la vida (v.15).

Dios ha creado la vida y no la muerte. A Dios le duelen los sufrimientos, los dolores, las enfermedades y la muerte de sus hijos. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Toda cultura de la muerte va en contra del plan de Dios.

La vida es el mejor tesoro que Dios nos ha dado. ¿Cuánto vale la vida de una persona? Dios la tasa muy alto. San Pedro nos recordará que: ‘‘no hemos sido comprados con oro o plata sino con la preciosa sangre de Cristo” (1 Ped 1,18-19).

El mejor título ante Dios es no llevar títulos” (v.16).

Cualquier orante puede pedir que Dios proteja a su siervo. Pero aquí, al decir el “hijo de tu esclava” tiene unas connotaciones especiales. Es el esclavo de nacimiento, el que no tiene derechos. “Hijo de la sierva es, según la terminología jurídica, el esclavo de nacimiento, que no tiene ni derecho ni perspectiva alguna de verse libre de su condición servil” (F. Notscher). El salmista se presenta ante Dios sin títulos, sin derechos, pero nadie le podrá arrebatar el derecho de ser “hijo de Dios”.

 “Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo… en medio de ti, Jerusalén” v. 18.

Para cumplir su voto el salmista va a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, pacífico, para agradecer a Dios la paz y salud que ha dispensado a su siervo.

“En medio de ti, Jerusalén”. Habla de Jerusalén como si se tratara de una persona querida. Nos recuerda a Ezequiel cuando dice: “Voy a profanar mi santuario, vuestro orgullo y vuestra fuerza, la delicia de vuestros ojos, el amor de vuestra vida” (Ez 24,21).

¿Qué provoca este último detalle cordial? Quizás son palabras de un desterrado en país extranjero, o un repatriado al encontrar el templo reconstruido.

“Este detalle minúsculo abre el salmo a una lectura comunitaria. El enfermo grave salvado de la muerte es el pueblo desterrado que retorna a su patria, su esclavitud es la cautividad, de la que es emancipado por acción de su dueño. El Señor tasa muy alto la vida de su pueblo, y éste no sabe cómo dar gracias a su Dios. Retorna a su lugar de reposo, enjugadas las lágrimas, porque el Señor fue bueno con él” (Alonso Schökel).

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Juan Pablo I: “Amar significa viajar, correr hacia el objeto amado. Dice la Imitación de Cristo: el que ama, corre, vuela, goza. Así pues, amar a Dios es un viajar con el corazón hacia Dios. Viaje bellísimo. Cuando era muchacho me entusiasmaban los viajes descritos por Julio Verne… Pero los viajes del amor de Dios son mucho más interesantes”.

San Juan de la Cruz: “La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo del amor. El amor sólo con amor se paga”.

San Agustín: “Cuando más amo, más deudor me siento”.

Santa Teresa de Jesús dijo, antes de morir, una frase un tanto enigmática: “Es hora de caminar”. La tenaz viajera creando Monasterios y atendiendo a los ya creados, va a morir. Lo normal es que hubiera dicho: “Es hora de descansar”. Pero la santa se sitúa en el terreno de la fe y vislumbra nuevos caminos, nuevas veredas, paisajes inéditos, rutas maravillosas en el país de Dios. Y siente ya ganas de recorrerlos. Esta viajera incansable, aquí en la tierra, añora viajar en el cielo por los “nuevos e insospechados caminos de Dios”. A estos nuevos caminos aludía el gran místico San Juan de la Cruz cuando hablaba de “ínsulas extrañas”.   

ACTUALIZACIÓN

El hombre de hoy, en medio de una terrible “pandemia” ha experimentado El sufrimiento, el dolor, el miedo, la soledad. Miles de gritos se han elevado al cielo. Y, en medio de esa angustia vital, se ha preguntado: ¿Dónde está Dios? Todos esos gritos han sido escuchado por Aquel que, sin tener ninguna culpa, también gritó en la Cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Todos esos gritos y los gritos de la Humanidad han entrado a tomar parte en la gran oración de Jesús. Y esos gritos no se han perdido en el vacío: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial” (Heb. 5,7).

Cuando sufrimos, cuando lloramos, cuando gritamos, no estamos solos. Es Cristo quien sufre, quien llora, quien grita con nosotros. Y ¿Cómo fue escuchado?  Liberándole de las garras de la muerte y dándole una gloriosa RESURRECCIÓN. En Cristo, por Cristo y en Cristo estamos invitados no sólo a sufrir y morir con Él sino a “resucitar con Él”.   Un hombre no salva a otro hombre del sufrimiento y de la muerte. Sólo Jesús que, además de ser hombre, es también Dios, es el único que puede salvarnos. Confiemos en Él.

PREGUNTAS

1.- Cuando me encuentro solo, triste, apenado, ¿acudo a Dios para encontrar alivio, sosiego, paz? ¿Me creo que Dios es mi descanso?

2.- En mi grupo cristiano, en mi comunidad, se trabaja, se reflexiona, se reza. ¿Qué lugar ocupa la oración de acción de gracias? ¿Cuántas veces levantamos la copa para brindar por nuestro Dios?

3.- En el mundo en que vivimos existe la cultura de la muerte: abortos, guerras, terrorismo, violencia, eutanasia. ¿Qué estoy haciendo por cultivar una cultura de la vida?

ORACIÓN

“Amo al Señor porque inclina su oído hacia mí”

Hoy, Señor, siento la alegría de decirte que te amo. Y, al pronunciar estas palabras soy consciente de mis fallos, ofensas, limitaciones y pecados. Pero, a pesar de todo, siento que el amor es más fuerte que todas mis debilidades. Tú dijiste que “al que poco se le perdona poco ama”. Yo me siento perdonado por ti; por eso me nace del corazón un amor agradecido.

Tú, a pesar de que habitas en el cielo, has bajado hasta mí y te has inclinado para oírme mejor. Este gesto tan sencillo y tan cercano me emociona. Tú no eres un Dios lejano, altivo, indiferente. Te acercas a mí y te abajas como el padre sobre la cuna del niño que llora. Yo te amo, Señor, y te doy gracias por tanta solicitud, tanta cercanía, tanto amor.

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”

Señor, aquí tienes a un deudor insolvente. Es tanto lo que te debo que, aunque viviera muchos años, no podría pagarte. Lo que tú has hecho conmigo sólo tú y yo lo sabemos. La historia de mi vida está tejida con el hilo invisible de tu amor. ¿Cómo te pagaré? Sé que no puedo hacerlo. Tampoco lo busco ni lo pretendo. Mis deudas contigo son deudas de amor. Yo no quiero cancelar esa cuenta. Tampoco me importa que se aumente con los intereses. Así estaré siempre unido a ti en un eterno agradecimiento.

“Señor, soy tu siervo, hijo de tu esclava”

Yo, Señor, soy esclavo tuyo de nacimiento. Lo mío es servir. He nacido para servirte a ti y a mis hermanos. Tú, siendo Dios, no viniste a este mundo a ser servido, sino a servir. Y tu madre, la Virgen, es la humilde esclava del Señor. Quiero hacer de mi vida un servicio gozoso y desinteresado. Un servicio por obligación aplasta y esclaviza; pero un servicio por amor genera libertad.

En la tumba de un auténtico cristiano podría escribirse esta frase: aquí descansa un hombre que no sirvió para otra cosa sino para servir. En realidad es una frase bonita, pero, ¿quién será digno de ella? Señor, soy tu siervo, hijo de tu esclava.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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