Solo el que tiene experiencia de haber sido perdonado por Dios, puede perdonar

SALMO 32

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1 Dichoso el que está absuelto de su culpa,

a quien le han sepultado su pecado;

2 dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

3 Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día,

4 porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;

mi savia se me había vuelto un fruto seco.

5 Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito;

propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,

y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

6 Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia:

la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.

7 Tú eres mi refugio: me libras del peligro,

me rodeas de cantos de liberación,

8 -Te instruiré y te enseñaré el camino

que has de seguir, fijaré en ti mis ojos.

9 No seáis irracionales como caballos y mulos:

cuyo brío hay que domar con freno y brida,

si no, no puedes acercarte.

10 Los malvados sufren muchas penas;

al que confía en el Señor,

la misericordia lo rodea.

11 Alegraos, justos, y gozad con el Señor,

aclamadlo, los de corazón sincero.

INTRODUCCIÓN 

Es un salmo de acción de gracias por el perdón de los pecados. Contiene elementos didácticos. El salmista da gracias a Dios desde la experiencia de sentirse perdonado. En realidad nadie conoce lo que es el pan mientras no pasa hambre. Ni lo que es agua mientras no pasa sed. Ni lo que vale la salud hasta que no ha estado enfermo. Ni estima la libertad mientras no ha vivido en la cárcel. De la misma manera ningún pecador sabe valorar la gracia del perdón mientras no la ha experimentado.

 

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO.

 Meditación-Reflexión

 La amarga experiencia del pecado (Desde Génesis)

 El salmista,  antes de hablarnos de la experiencia maravillosa del perdón, nos presenta con imágenes vivas, sugerentes, incisivas, la desazón, la amargura, el desquiciamiento existencial del pecador antes de ser perdonado. «Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco» (v-3-4)

         «Se consumían mis huesos»… Los huesos, esparcidos por todo el  cuerpo, le dan consistencia. Pues éstos se disuelven y, al estar por todo el organismo, la persona se derrumba. «Rugiendo todo el día»… El rugido, casi animal, grito inarticulado, no le sirve de desahogo. Tampoco el silencio nocturno perturbado por las pesadillas.

«Mí savia se había vuelto un fruto seco»… Ha sentido una especie de calor abrasador que le ha quemado por dentro la  savia, es decir, la vida. Al  cortar con el cordón umbilical que le unía vitalmente con Dios, se ha quedado sin aire, sin sol, sin suelo, y ha venido el derrumbamiento total.

 

El humilde reconocimiento del pecado.

Todo cambia cuando uno se reconoce pecador. En la confesión sincera y humilde uno mata el egoísmo y el amor propio. «Había pecado, lo reconocí» (v. 5) «Vuel­ve, rebelde Israel… no apartaré mi rostro de vosotros porque soy misericordioso… tan sólo reconoce tu iniquidad» (Jer 3,12-13).  David, ante la acusación del profeta Natán, sólo dice una palabra: «He pecado» (2 Sam 12,13). Fue suficiente para que Dios le perdonara. Es lo que propone el mismo Jesús en la parábola del hijo pródigo: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: ‘Padre he pecado'» {Le 15,18). El que no reconoce su pecado, el que quiere justificarse delante de Dios como el fariseo de la parábola, nunca obtendrá el perdón. «He aquí, en el v.5, la cima luminosa del salmo como acontecimiento del alma y como lección. Se dice con emoción profunda y simple. Todo es fácil. Nada está forzado» (G. Brillet).

 

La maravilla del perdón

 El perdón se ofrece en tres formas: a) «quitar faltas», b) «cubrir pecados», c) «no anotar delitos»

Quitar faltas es lo mismo que «ab-solver», es decir,  soltar a alguien que estaba atado. Un hombre que había perdido el don supremo de la persona: el ser libre.  «Dichoso el que está absuelto de su culpa” (v.1) «El pueblo que vive en Jerusalén será absuelto de sus culpas» (Is 32,24). He ahí la gran noticia.

Cubrir es poner un velo para no ver, no fijarse. Por eso Dios pone los pecados «a la espalda» (Is 38,16) para no verlos. Los pecados «son arrojados a lo profundo del mar» (Miq 7,17) y «son derretidos como el hielo por el sol» (Sir 3,15).

«No anotar». Lo que se escribe permanece. Pero las palabras se las lleva el viento. Dios no tiene un libro de faltas donde va apuntando…”dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito» (v.2)

Y dice bellamente el Rabbí Josy Eisemberg: «Cada uno de nosotros está unido a Dios por un hilo. Cuando uno comete una falta, el hilo se rompe. Pero cuando uno lamenta su falta, Dios le hace un nudo en el hilo y he aquí que el hilo es más corto que antes» (de esa forma está más cerca de Dios).

Dios sólo anota los actos de amor, las buenas acciones que  hemos hecho en la vida.

 

La fiesta del perdón. 

Es interesante descubrir que en el N.T. las escenas que tienen relación con el perdón se realizan en un contexto de fiesta: Jesús perdona los pecados a la pecadora en un banquete (Lc.7,36-50. El encuentro con Zaqueo se celebra con un banquete y el encuentro del hijo pródigo con el Padre se celebra “matando el ternero gordo preparado para la fiesta” (Lc.15,23). Así ha entendido Jesús el perdón de Dios.

Los fariseos concebían la penitencia envuelta en tristeza. Jesús, al contrario, invita a perfumarse y a ponerse el vestido de fiesta.

Lo curioso es que estas ideas estuvieran ya en el V.T y, en concreto, en este salmo. «Alegraos, justos, y gozad con el Señor, aclamadlo los de corazón sincero» (v.11)

 Los buenos, los ya justificados, no van por la vida con complejo de culpabilidad. Son invitados al canto festivo de Dios. Es más. Todo lo que el pecado les ha hecho sufrir, va a compensarlo ahora Dios con su gozo.

El pecado os ha trabado la lengua y os ha dejado mudos. Ese silencio os iba matando poco a poco como una gangrena. Ahora, en cambio, vuestra lengua se desata para aclamar a Dios. Zacarías, por falta de fe, se quedó mudo (Lc. 1,22).

Por fiarse de Dios, María comenzó a bendecir y alabar al Señor en el Magníficat. De igual manera, la alabanza jubilosa, producto de la confianza en el Señor, es la que quiere compartir el salmista en la asamblea de los fieles.

Cuando el justo reconoce su pecado y le pide perdón a Dios, la experiencia de perdón es tan maravillosa que le hace borrar la falsa imagen que antes tenía de Dios. “Día y noche tu mano pesaba sobre mí”. (v.4) Cuando no existe un Dios perdonador el mundo lo puede convertir en un tirano. Un Dios que no da respiro. Y esto es una gran caricatura de Dios. Después, es el amigo que le devuelve la alegría…

 

Algunos consejos para andar por casa. 

 

  1. Hay que acudir a Dios por terrible y angustiosa que sea cualquier situación.

«Que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará…me rodeas de canto de liberación” (v.6-7)  Desde la experiencia de liberación el salmista quiere dar una lección a sus prójimos: no hay que temer. Aunque vengan grandes dificultades parecidas a la crecida de aguas caudalosas, Dios me liberará.

«Lo encontró a su pueblo en el desierto, en la soledad rugiente de la desolación. Lo abrazó y se cuidó de él; lo guardó como a la niña de sus ojos» (Dtn 32,10).

 

  1. Hay que iniciar un camino de sensatez.

“No seáis irracionales como caballos y mulos.(v.9) El orante expone su experiencia y la ofrece, a manera de lección sapiencial, a pecadores que pueden estar reacios al perdón de Dios. Cuando hay un perdón auténtico, surge el propósito de enmienda. Uno que ha experimentado la misericordia de Dios y su cercanía ya no quiere apartarse de Él. Desea seguir disfrutando de esa experiencia maravillosa.

El camino que le propone Dios es el más humano, el más razonable. Por eso Dios mismo le exige que ya no adopte actitudes animales, como el mulo que sólo atiende al látigo. «Para el caballo, el látigo; para el asno, el ronzal; para la espalda del necio, la vara» (Prov 26,3). Para el aquel que confiesa su pecado, la total confianza en Dios.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

Las parábolas de perdón en los evangelios. Especialmente, Lucas 15.

“Ninguna condena pesa sobre los que pertenecen a Cristo Jesús, pues la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8,1-2).

Dice San Agustín:” Tus pecados han sido absueltos; han sido cubiertos; han sido perdonados. Si Dios cubre los pecados es que no quiere advertirlos; si no quiere advertirlos es que no quiere castigarlos; y si no quiere castigarlos es que no quiere conocerlos; más bien, quiere ignorarlos”.

“San Agustín tenía predilección por este salmo y le dedicó un amplio comentario (40 paginas). Según cuenta Possidius, Agustín se hizo un “poster” con el texto de este salmo y lo clavó en la pared enfrente de su cama. Lo leía con lágrimas en los ojos y encontró mucho consuelo en su última enfermedad” (J. CALES, Le libre des Psaumes. París 1936).

“Podéis haber cometido tantos pecados mortales como hojas hay en los árboles y en todos los bosques y tantos como briznas de hierba en todas las praderas y gotas de agua en todos los mares, y granos de arena en las playas…Si tenéis arrepentimiento y firme propósito, tan pronto como vosotros recibáis la absolución, todos vuestros pecados son perdonados y estáis como si nunca hubierais cometido el pecado. El buen Dios los ha olvidado” (Jean-Marie-Vianney)

 

ACTUALIZACIÓN.

Este salmo habla de una doble experiencia: la angustia vital de aquel que está atrapado por el pecado, que pesa sobre él como una carga que le impide caminar y la alegría inmensa al verse libre de la culpa por pura gracia de Dios.

Quizá la tragedia del hombre moderno es que ha perdido la conciencia de pecado y no ha descubierto la alegría de sentirse  perdonado por Dios. La peor enfermedad es la de aquel que  trata de ignorarla. Se resiste a aceptarla.  El mal sigue su curso y cuando se acude al médico ya es demasiado tarde.

El salmo nos da imágenes de desquiciamiento de la persona: ”Huesos que se consumen”,  “pesos insoportables”, “garganta que se reseca”, “persona que se tambalea”. Todo esto sucede cuando uno no descubre ya sentido a la vida, cuando uno ha perdido la ilusión por vivir. ¿Por qué se silencian la cantidad de suicidios que se dan en España cada año?

La pérdida de la fe, la ausencia de valores, la vida cerrada en una inmanencia sin apertura a lo trascendente, tiene sus consecuencias. ¿Acaso se puede sofocar esa sed de infinito que anida en el corazón de cada persona?

 

PREGUNTAS:

 

  1. ¿He sentido la alegría de sentirme perdonado por Dios? ¿Sé agradecer a Dios el regalo de su perdón?

 

  1. ¿Estoy convencido de que, si no perdono de corazón al hermano, mi grupo cristiano estará siempre amenazado?

 

  1. En este mundo tan dividido por los odios, envidias, rencores ¿estoy dispuesto a ser instrumento de paz y de reconciliación?

 

ORACIÓN

 «Dichoso el que está absuelto de su culpa.

Hoy, Señor, quiero darte gracias no porque has creado millones de estrellas en el cielo; millones de peces en el mar y millones de flores y animales en la tierra. Yo necesito darte gracias porque has sido bueno conmigo y me has perdonado mis pecados. Estaba triste y agobiado. No podía  descansar ni de día ni de noche. Y Tú, por pura misericordia, has borrado mis culpas y has puesto mis pecados a tu espalda para no volver a verlos más.

 

«Había pecado. Lo reconocí»…

Yo no quiero ser como el fariseo del Evangelio que llegó al Templo a decirte lo bueno que él era y los malos que eran los demás. Yo no quiero engañarme ni justificarme. Soy pecador desde la planta del pie a la coronilla de la cabeza. Lo afirmo y lo reconozco. Y, en ese reconocimiento humilde de mi culpa, siento que Tú me perdonas y me justificas, es decir, me haces justo.

 

«Me rodeas de cantos de liberación”

Señor, no sé cómo decirte que eres maravilloso. No te limitas a quitarme el peso de mis pecados, sino que me empujas a la fiesta a participar de tu música y tu canto. Enséñame tus canciones. Son canciones que levantan el ánimo, sosiegan el alma y aumentan los deseos de vivir. Tú no sabes cantar otras canciones sino las del amor. Embriágame, Señor, con tu música y toda mi vida será ya una dulce melodía.

 

«Fijaré en ti mis ojos»

Sí, mírame Tú y nadie más. La mirada del hombre es mezquina e interesada. Tu mirada es creadora. Cuando Tú me miras yo crezco; como crece una planta bajo la mirada del sol. Mírame y cada día seré más persona y me sentiré más realizado. Qué bien expresó esto tu siervo Juan de la Cruz, cuando decía: «El mirar de Dios es amar».