Si el pecado nos hunde hasta lo más bajo, Dios nos levanta hasta lo más alto.

Raúl Romero López
7 de junio de 2021

Salmo 130

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1 Desde lo hondo a ti grito, Señor.

2 Señor, escucha mi voz;

estén tus oídos atentos

a la voz de mi súplica.

3 Si llevas cuenta de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?

4 Pero de ti procede el perdón,

y así infundes respeto.

5 Mi alma espera en el Señor,

espera en su palabra;

6 mi alma aguarda al Señor,

más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,

7 como el centinela la aurora,

porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa;

8 y él redimirá a Israel

de todos sus delitos.

INTRODUCCIÓN

El salmo De profundis, junto con el Miserere, es uno de los salmos más famosos y queridospor la tradición cristiana.Es una súplica que brota de lo hondo delhombre pecador. El verdadero enemigo delser humano no es el hambre, la sed, la persecución,la guerra, la enfermedad, o la mismamuerte. La verdadera tragedia del hombre esel pecado. Es el pecado el que le hunde en el abismo.

El salmista, lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia indignidad para acercarse a él. Desde el reconocimiento de la propia nada y miseria, sube hasta Dios una súplica de salvación y de gracia. El salmo encontrará su significado más profundo en las palabras de Pablo: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que es portador de muerte? ¡Tendré que agradecérselo a Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor!” (Rom 7,24-25).

REFLEXIÓN-EXPLICACION SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO.

Por hondo que sea el grito del hombre, Dios siempre lo escucha (v. 1).

Para nosotros la hondura tiene un aspecto positivo. Por eso hablamos de pensamientos hondos, de emociones profundas, de profundidad interior, etc. San Pablo, hablando del Espíritu Santo, nos dirá: “El Espíritu lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios” (1Cor 2,10).

En el salmo, el término “hondo” tiene un aspecto negativo y connota relación con las profundidades del agua. Como cuando dice Ezequiel: “Has fracasado en alta mar, en lo más profundo de las aguas” (Ez 27,34).

“Mas ¿a quién cuento yo esto? No a Vos, ciertamente, Dios mío; sino en vuestra presencia lo cuento a mi linaje, al linaje humano, en aquella partecita, por pequeña que sea, que acertare a leerlo. Y ¿para qué lo cuento? Para que yo, y todo el que lo leyere, pensemos desde qué abismo tan profundo debemos clamar a Dios” (Confesiones, II, 3,5).

Lo profundo de las aguas significa lo apartado de la esfera de la vida. Son la región de la muerte, el lugar alejado de Dios y abandonado por él. El salmista sugiere la idea de uno que se va ahogando camino del sheol. Ese mundo abismal que el oyente lleva dentro tiene relación con el pecado. “Éste emponzoña al hombre en su totalidad, más que una mancha que se borra, que una herida que se cura, que una deuda que se paga. El hombre con pecado está en conflicto universal con Dios, con todos los seres y las cosas, y aún consigo mismo” (Ángel González). Desde esa trágica situación, el salmista lanza un grito de auxilio a Dios, el único que le puede salvar.

Que Dios siempre nos escucha no es un simple enunciado teológico; es la historia del Pueblo de Dios. Es tu historia y es la mía (v. 2).

Con gran reserva y humildad el salmista no se atreve a expresar libremente su petición. Sólo le pide a Dios que sus oídos estén atentos a su súplica. El salmista sabe que el Señor le ha escuchado en situaciones semejantes: “Grité al Señor en mi angustia, y él me respondió; desde el vientre del abismo pedí auxilio, y escuchaste mi voz” (Jon 2,3).

Desterremos para siempre la idea de un Dios que va apuntando todas nuestras faltas (v. 3).

En el salmo 104,5 leemos: “Afirmaste la tierra y subsiste”. Aquí el salmista no puede decir lo mismo del hombre. El pecador no puede subsistir. El pecado lleva dentro un veneno mortal y es capaz de corroer y desintegrar la consistencia humana. Si Dios quisiera contar, medir, pesar, catalogar con exactitud, llevar cuenta de los pecados, nadie podría resistir. El salmista no quiere acusar, sino constatar un hecho: que todos somos pecadores. Es lo que más tarde nos dirá san Pablo: “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rom 3,23). Lo único que busca Dios es que nos reconozcamos pecadores. De lo demás se ocupa Él.

Nuestro Dios nunca se cansa de perdonar (v.4).

¡En Dios hay perdón! Ésta es la gran noticia que atraviesa todas las páginas de la Biblia. En Dios hay posibilidad de restauración, de rehabilitación. El perdón es un regalo de Dios y no cabe apelar a méritos. El perdón elimina de nosotros la pesadilla del pecado y suprime las distancias que nos separan de Dios. De ahí brota el “respeto”, es decir, esa actitud reverencial, esa postura de humildad que nos mantiene cerca de Dios y que, por consiguiente, nos aleja del pecado.

Lo más grande que podemos esperar es “el perdón de Dios” (v.5)

El salmista alimenta una actitud de esperanza. No se puede vivir sin esperanza. Uno se muere cuando ya no espera nada de la vida. El campesino, después de haber sembrado, espera la cosecha; el navegante espera llegar seguro al puerto; el estudiante espera acabar la carrera. ¿Qué espera el alma del salmista? “En hebreo el verbo esperar significa la actitud de extender la mano hacia Yavé con tensión y anhelo” (C. Westermann).

Es el anhelo del hombre pecador que busca reencontrarse con Dios, su viejo amigo, ya que sin él la vida se le hace insoportable. Por eso el salmista espera una palabra del Señor. ¿Qué palabra podrá buscar con más anhelo?

La palabra que el pecador espera es la que le otorga el perdón. “El Señor perdona tu pecado” (2 Sam 12,13). “Perdono como me pides” (Num 14,20). Con el perdón restablecido se puede iniciar ya una vida nueva.

Hay que mantenerse en la esperanza. “El que persevera en la esperanza, permanece en el amor. Porque el que espera en Cristo no se deja amargar por ninguna decepción. Se agarra a Jesús para llevar un poco de calor al humillado y ofendido en este mundo del “gran frío”. Detrás de los papeles sociales por los que entramos en mutua relación sin encontrarnos nunca, él sabe ver al hombre. Es un “loco” de amor porque da siempre nuevos créditos de confianza” (J.Moltmann).

¡Qué bello es el amanecer! El rocío del jardín, el alborear de la mañana. Todo me habla de Dios (v.6).

Isaías nos describe la actitud del centinela que otea el horizonte: “Centinela ¿cuánto queda de la noche? El centinela responde: Viene la mañana” (Is 21,11-12). La noche, llena de silencio, de oscuridad y melancolía, se hace larga, pesada.

El anuncio de la mañana la llena de alegría. El alma del salmista ha estado hundida en la noche. Vivir lejos de Dios es vivir en la oscuridad, la angustia, el miedo, la zozobra, la desesperación.

El salmista se traslada, con la imaginación, al templo de Jerusalén. Allí los levitas, después de las horas interminables y melancólicas de una ronda nocturna, esperan con ansiedad la luz del día, para dar comienzo al culto festivo en honor del Señor.

Y ése es el momento que capta el salmista. Ha pasado la noche del pecado y está ya alboreando el nuevo día de la salvación. Vivir en el día, vivir en Dios, es vivir en la paz, en el amor, en la alegría, en la felicidad.

Un buen israelita no sabe ni sufrir ni gozar solo. Se siente miembro de un Pueblo (v.7).

Es frecuente en el salterio que una oración individual concluya invitando a la participación de la asamblea. Ahora la experiencia de fe personal se hace experiencia de todo el pueblo.

La misericordia de Dios es grande y copiosa y abarca a todo Israel. Un buen israelita no sabe ni sufrir solo ni gozar solo. Todo lo realiza como miembro vivo de un pueblo. Para bien o para mal, mi conducta individual tiene repercusiones en la Iglesia. Es la Iglesia la que se oscurece con mis pecados. Y la que se llena de luz con mi santidad.

“El individuo lleva en sí la condición del pueblo y de todos los humanos. Lo que él siente y padece son cuitas del humano; lo que espera de Dios es lo que esperan todos” (A, González Núñez).

El perdón de Dios no es cicatero ni mezquino. Es abundante y generoso, porque “no sabe de cuentas el que ama” (v.8).

La salvación que Dios quiere dar a su pueblo es total, radical. Sólo cuando Dios haya quitado al pueblo “todos sus delitos”, Israel puede comenzar de nuevo. Los visitantes que llegan a Jerusalén pueden regresar a sus pueblos con un corazón totalmente renovado. Ese corazón que, en otros tiempos, ha estado dividido, ahora comienza a ser totalmente del Señor. Ahora comienzan a saber lo que es amar a Dios con todo el corazón.

Desde ahora se abren con Dios unas relaciones totalmente nuevas, basadas en la Alianza. Los mandamientos del Señor, lejos de ser una carga pesada, serán expresiones de amor, modos concretos de manifestar a Yavé todo lo que su pueblo le quiere. Bonita lección para todos los peregrinos que han subido a Jerusalén.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Lc. 23,34: Jesús se murió perdonando a los mismos que le estaban asesinando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

El perdón debe ser como el de Jesús: generoso. Mt. 18,21: Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La comunidad primitiva ha imitado a Jesús: Col. 3,12-13: “Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”. 

San Agustín: “Esta voz, es del que sube y, por tanto pertenece a los salmos de subida… Cada uno debe ver en qué profundidad está para clamar al Señor. Jonás clamó desde lo profundo, desde el vientre del cetáceo… Penetró por todo, atravesó por todo y llegó a los oídos de Dios. Los oídos de Dios estaban en el corazón del que pedía”.

Moltmann: “El que persevera en la esperanza, permanece en el amor. Porque el que espera en Cristo no se deja amargar por ninguna decepción. Se agarra a Jesús para llevar un poco de calor al humillado y ofendido en este mundo del gran frío. Detrás de los papeles sociales por los que entramos en mutua relación sin encontrarnos nunca, él sabe ver al hombre. Es un loco de amor porque da siempre nuevos créditos de confianza”.

ACTUALIZACIÓN

En nuestra Iglesia, cada día son más los que comulgan y menos los que se confiesan. Las razones pueden ser muchas y muy variadas. Pero alguna tiene relación con este salmo. No se centra en la bajeza del hombre sino en la altura de Dios. A veces nos constituimos el centro de “nuestra fe”. Y damos más importancia a lo nuestro, a nuestra situación, a nuestros pecados, que a Dios que nos salva.

Si observamos los evangelios, el perdón siempre se hace en un contexto de fiesta: La pecadora, Zaqueo, el Hijo pródigo. Lo que más se destaca es la alegría del perdón. Algo habremos hecho mal cuando lo que en Jesús era ocasión para la ternura, lo hemos hecho ocasión para la tortura.

Deberíamos incluso cambiar el nombre. No digamos Sacramento de la Confesión sino Sacramento de la Conversión, del encuentro, de la alegría y la fiesta.

Lo más importante es descubrir el gozo de sentirme perdonado por Dios. Descubrir lo mucho que Dios me ama al perdonarme todo, sin exigirme nada a cambio. Sólo me pide que me deje querer, que me deje abrazar.

El día en que resituemos este Sacramento en el contexto del Evangelio, tal vez tengamos que acudir menos al sicólogo, al sentirnos sanados por dentro, totalmente rehabilitados, totalmente perdonados por Dios.

PREGUNTAS

1.- ¿Soy consciente del abismo en el que caigo cuando peco? ¿Doy al pecado toda la importancia que tiene?

2. ¿Caigo en la cuenta de que mi pecado deteriora a todo el grupo? ¿Me preocupa el hacer daño a mi comunidad?

3. Si he tenido la suerte de ver la luz de la aurora, ¿qué hago con las personas que todavía están en la sombra de la noche? ¿Qué hacemos con la luz?

ORACIÓN

“Desde lo hondo a ti grito, Señor”

Señor, el pecado me ha hundido en el fondo de un profundo pozo. Nunca pensé que pudiera caer tan bajo. Estoy lleno de tristeza y soledad. Me rodea la angustia y me salpica la desesperación. He hecho esfuerzos por salir, pero me ha sido imposible. Ya sólo me quedan fuerzas para gritar. Tú sólo puedes levantarme. Tú sólo puedes llevarme a la luz. Tú sólo puedes quitarme el peso de mis pecados.

“De ti procede el perdón”

Tú, Señor, eres un Dios perdonador. Tu perdón no es como el nuestro, que perdonamos, pero no olvidamos. Tú perdonas y olvidas. Tu perdón es creador. Creas en nosotros un corazón nuevo y nos devuelves la dignidad perdida. Tú no quieres que vayamos por la vida con complejos, sino con la cabeza bien alta. Tu perdón nos rehabilita del todo.

De ti, Señor, procede el perdón. El perdón brota de ti de una manera espontánea, como espontánea brota el agua de un manantial. Ayúdanos a perdonar a nuestros hermanos como tú nos perdonas.

“Mi alma espera en el Señor”

Muchas veces, Señor, he visto mis esperanzas frustradas. He esperado en los hombres. Estos han creado en mí buenas expectativas y, al final, me han decepcionado. Hoy quiero poner mi esperanza en ti. Yo sé que tú nunca engañas, nunca defraudas. Tú has muerto y has resucitado por nosotros. En ti no ha habido palabras bonitas, promesas cautivadoras. Ha habido hechos, realidades concretas.

Tú has muerto por nuestros pecados y has resucitado para darnos a todos un nuevo modo de existencia. En el mundo hay muchas esperanzas muertas, pero tú nos has dado una esperanza viva. Tú nos has abierto una puerta que nadie puede cerrar: la puerta de la utopía, la puerta de la ilusión, la puerta de la esperanza. Contigo el ser humano no sólo puede dormir, sino también soñar.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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