El Centro de Acogida Familiar Agustina de Aragón (CAFA), más conocido como ‘Duchas y lavadoras’, cumple 25 años de servicio callado y perseverante. Aunque lamentan que tenga que existir todavía un centro así, las voluntarias que atienden el centro son felices de poder ayudar porque no solo ofrecen duchas y ropa limpia, también están pendientes de sus problemas: “Son oídos y brazos acogedores”, asegura Raquel Aznar, la presidenta del centro.
Entro en el sótano de calle San Blas, 37 (Zaragoza) y huelo a limpio. Tanto como el corazón generoso de una iniciativa que nació hace 25 años, el Centro de Acogida Familiar Agustina de Aragón. Raquel Aznar, su presidenta, y María Jesús Urdaci, hija de la Caridad y directora del centro, me atienden para contarme la historia de CAFA. ¿Por qué se creó un centro así? Surgió por la necesidad de higiene que había en el barrio de San Pablo, unas veces porque faltaban medios, otras porque cortaban el agua… El proyecto comenzó desde la asociación de vecinos del Casco antiguo y el centro de salud de San Pablo. Lo presentamos al Ayuntamiento 7 u 8 veces, pero nos decían que era tercermundista. CAFA salió adelante gracias al apoyo de la parroquia del Portillo. El párroco, don Daniel Ortega, conectó con las hijas de la Caridad y entre ellos se pusieron de acuerdo. Las religiosas ofrecieron la casa que tenían en Agustina de Aragón, 25. D. Daniel se hizo cargo de la reforma, se hicieron tres duchas y un baño y compró dos lavadoras industriales.
Y así comenzó esta labor social. En principio los usuarios era la gente que vivía en el barrio, en pisos sin condiciones. Pero luego esta gente se fue marchando y cambió el tipo de gente que venía, mas inmigrantes que se metían a ocupar los pisos. Y seguimos funcionando. Las hijas de la Caridad y el Portillo aportaron el voluntariado. Se contrató solamente a dos personas. Actualmente también son dos las personas contratadas, que son inmigrantes y con necesidades.
¿Se implicaron al final las instituciones públicas? Afortunadamente conectamos con Alfredo Perez, director de la Escuela Social, un representante del Ayuntamiento en el casco viejo. Le pareció muy bien y fue la primera ayuda que empezamos a recibir. Recuerdo que eran 150.00 pesetas. Actualmente tenemos un convenio con el Ayuntamiento, que ofrece un 38% de la inversión necesaria. El resto lo ponen la parroquia, las religiosas y algún donativo que cae alguna vez. Aunque a veces hemos tenido que adelantar dinero personal para poder pagar los sueldos y alguna extra.
Y de Agustina de Aragón pasastéis a San Blás. En el año 2000 el centro se había quedado pequeño y deteriorado. Le planteamos la situación a Nardo Torguet, de la sociedad municipal de la Vivienda, y nos ofreció esta bajera en san Blas, que fue nuestra salvación. Además, convenía que fuera en este entorno, porque la mayoría de usuarios viene de aquí.
¿Qué tipo de usuarios vienen? La mayoría son inmigrantes de Argelia, Marruecos y Senegal. También los hay de Mali, Ghana, Gambia… También vienen algunas personas mayores de aquí, que solo tienen los 400€ que les dan. Vienen chicas de la prostitución, parejas de otros puntos de España que están aquí pero no salen adelante y necesitan de estos servicios.
(Raquel Aznar puntualiza) No solamente traen la ropa y ya está. Las hijas de la Caridad, María Jesús y Mari Ángeles, están al tanto de los problemas que tienen. Si hay una persona ingresada van a visitarlos… (Mª Jesús añade) les dejamos que enchufen el móvil para cargar, te piden una maleta porque envían ropa a su país. Les leemos una carta de un abogado porque no entienden nada. Una vez tuve que pegar con celo una carta que venía rota; a las madres les decimos cuándo es la inscripción de los coles, los plazos para pedir la beca de libros y comedor. Nuestra mision es escuchar sus necesidades y acoger.
¿Cómo organizáis vuestra red de voluntarias? En el centro, a parte de las voluntarias seglares del portillo o vicencianas, siempre hay una religiosa en acogida. Mª Jesús, que es hija de la Caridad está por la mañana y luego por la tarde vienen otras como una franciscana de Montpellier, otra oblata, una terciaria capuchina, han venido carmelitas vedrunas, de santa Rosa, de la compañía de María.
Según vuestra experiencia, ¿por qué merece la pena implicarse y ayudar al que lo necesita? (María Jesús) A parte de por mi vocación, de servicio al pobre, por sentido de humanidad. Las voluntarias dicen que es satisfactorio venir a dedicar un poco de tiempo por unas personas tan necesitadas. Ven montones de ropa de una familia de 4, 5 hijos, que ha venido de otro país, y dicen “les puedo doblar la ropa y se la llevan doblada y limpia” Las mujeres viene cargadísimas desde lejos, en autobús, con sus ropas finas… Al final vemos a Dios en los pobres, son sus preferidos. (Raquel) Lo mío fue por un compromiso creyente. En la parroquia del Portilo se trabajaba mucho la justicia social. Te planteas qué han hecho estas personas para tener una carencia tan importante como la higiene y no poder vivir con esa injusticia.