Se apareció y comió con ellos

Pedro Escartín
3 de mayo de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo de Pascua – C – (04/05/2025)

El tercer domingo de Pascua está impregnado del regusto que nos deja la tercera aparición del Resucitado a sus discípulos. La de hoy, junto al lago de Tiberíades, tuvo lugar una vez más en el contexto de una comida, como nos cuenta el evangelio que hemos escuchado (Jn 21, 1-19). Mientras iba al encuentro de Jesús he pensado hacerle este comentario…
– Me parece que no fue casual el que la mayor parte de tus apariciones se produjeran durante una comida. La que hoy nos narra el cuarto evangelio así lo deja entrever. Cuando los seis que junto con Simón Pedro volvieron a tierra con las barcas vacías, tú los esperabas en la orilla con pan y pescado asado sobre unas brasas, y los reconfortaste diciéndoles: «Vamos, almorzad».
– Y no olvides que, cuando les pregunté si tenían pescado y me dijeron que no, les animé a echar la red a la derecha de la barca y obtuvieron una pesca abundante: ciento cincuenta y tres peces grandes. Les preparé una comida en amor y compañía, y, al igual que en los relatos de la multiplicación de los panes, quise que hubiera alimento en abundancia.
– Seguro que lo tenías todo previsto -le he dicho disponiéndome a tomar un sorbo de café-.
– Esta vez aciertas en todo -me ha dicho sonriendo amablemente después de saborear su café-. La nueva y definitiva alianza del Padre con vosotros, sellada en mi Cena Pascual con los Doce y en mi muerte en la cruz al día siguiente, fue el anticipo de mi presencia resucitada en el pan y en el vino eucarísticos. Por eso, dijo Pablo con acierto que «cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa proclamáis mi muerte hasta que yo vuelva». ¿Comprendes ahora cuán necesario era el clima de una comida para que me descubrieran vivo y resucitado?
– Jesús hermano, todo esto ilumina la insistencia de los Doce en proclamar que «hemos comido y bebido con él después de la resurrección», y nadie logró silenciar su testimonio. Pero lo que estamos hablando me hace pensar que muchas veces participamos en la Eucaristía sin vivirla como una comida fraterna en la que se hace verdad tu mandato: «Haced esto en memoria mía». La Eucaristía no es sólo un recuerdo, sino tu presencia real de Resucitado.
Nos hemos mirado con afecto mientras yo levantaba la mano y le decía:
– Creo que en esa aparición hubo más todavía: después de comer preguntaste a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él, con aquella espontaneidad que lo caracterizaba, te respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero», y a continuación le encomendaste: «Apacienta mis corderos». Pero se lo preguntaste por tres veces, y el bueno de Simón se mosqueó después de la tercera pregunta; ¿por qué insististe? ¿pensabas que su primera respuesta no había sido sincera?
– Bien sabía yo que Simón era sincero. La noche en la que negó por tres veces que me conocía, cuando cantó el gallo se acordó de lo que yo le había dicho durante la Cena y se echó a llorar amargamente. Ahora le iba a encomendar la tarea de apacentar mi rebaño y confirmar la fe de sus hermanos y convenía que los que fueron testigos de sus negaciones le oyeran repetir: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero», aunque la reiteración de mi pregunta le entristeciera porque le recordó su cobardía.
– Tu presencia en la Eucaristía y en el pastoreo de Simón Pedro, son dos perlas que nos regalas en esta densa aparición. Ayúdanos a guardarlas y sobre todo vivirlas como el tesoro que con ellas nos ofreces. ¡Qué poca cosa es invitarte hoy al café para agradecértelo!
– Pues vívelas cada vez que participas en la Eucaristía -me ha recomendado sonriendo-.

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