Buena parte de las personas trabajadoras se están convirtiendo en “periferias del mundo de trabajo”, aunque con frecuencia no las percibimos, ni constituyen una prioridad ni social, ni sindical, ni en la pastoral de la iglesia.

Si tenemos en cuenta las enseñanzas del Papa Francisco, estamos llamados a descubrir esa realidad del trabajo como lugar de encuentro con Dios y llamada a seguirle. Y, frente a una iglesia que vive encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio, el Papa nos invita a salir hacia las periferias, para poder tocar ahí la carne de Cristo en los pobres.

Sin duda se trata de un gran desafío, en primer lugar porque se habla muy poco de las periferias del trabajo; a lo sumo hablamos de trabajos precarizados y de subsistencia, pero estos son sólo una parte de una realidad mucho más extensa. Tras esta primera capa percibida y conocida, hay otras que permanecen ocultas.

A poco que nos esforcemos descubriremos, en nuestra ciudad y en nuestra realidad cotidiana, otras formas de exclusión y de supervivencia que desarrollan personas y familias en situaciones de pobreza: Quizás manteros preparados para huir si se hace presente la policía; vendedores ambulantes en rastrillos ilegales, personas que cuidan enfermos en los hospitales sin contratos ni seguros… Formas de trabajo que se solemos considerar ilegales, e incluso reclamamos que se persigan y castiguen.

Cuando vemos a estas personas no desde la dureza de la ley, sino con una mirada misericordiosa, que las percibe como hermanas, descubrimos personas que quieren trabajar y ganarse la vida, a las que les gustaría hacerlo disponiendo de un espacio, sujetos a unos horarios laborales, pagando los permisos que correspondan… lo que nos lleva a la necesidad de revisar nuestras convicciones, especialmente sobre cuáles son los trabajos socialmente aceptados y a quiénes reconocemos como trabajadores. Y cuando lo hagamos, será conveniente tener presente que vivimos en una sociedad que se muestra complaciente con la corrupción, con el fraude y el trato fiscal favorable hacia las grandes fortunas y multinacionales, pero persigue cualquier atisbo de ilegalidad de quienes trabajan para sobrevivir. La situación de estas personas debería enseñarnos una importante lección: son personas que van a ganarse el pan de cada día con su trabajo, porque el sistema les niega otros trabajos, y luchar por la defensa de sus puestos de trabajo, es luchar por la dignidad de uno de los eslabones más débiles de la población y de la clase trabajadora.

Con un poco más de atención podemos llegar a otra capa de las periferias del mundo del trabajo, cuya situación es aún más degradada: personas que rebuscan en los contenedores de basura, venden pañuelos en los semáforos, piden en las calles y en las puertas de los comercios, duermen en la calle… Además, pueden que sean  inmigrantes, “sin papeles”, ex presidarios, etc. A través de todas estas personas las periferias se hacen presentes en el centro de nuestras ciudades y nuestra vida, intentando hacerse con una parte de nuestro bienestar y poder llevarlo a sus hogares; y nos recuerdan y que existe otro mundo que, tarde o temprano, va a emerger.

Finalmente, podemos encontrarnos determinadas zonas degradadas, pero cercanas al centro financiero, comercial y turístico de la ciudad, que se han convertido en lugar de trabajo de la prostitución callejera, mayoritariamente de mujeres sin derechos laborales, ni de ningún otro tipo; sometidas a estigmas morales, pero también de carácter laboral, social. Mujeres invisibilizadas que han de recluirse bajo unas condiciones de profunda precariedad, soportando a menudo agresiones verbales y físicas; mujeres a las que a su explotación laboral  se añade la explotación y la violencia de género, por ser mujeres inmigrantes y prostitutas.

Para quien quiero verlo, asistimos a nuevos conflictos sociales y de clase, que emergen de los márgenes de la sociedad, de esos basureros a los que arrojamos a todas esas personas que consideramos y tratamos como residuos humanos, para evitar que molesten o interrumpan nuestro bienestar.

Para finalizar, a la vista de esta realidad de las periferias del mundo del trabajo, releamos las palabras del Papa: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Evagenlii gaudium, 20)