EL SILENCIO DE DIOS EN EL PROFETA EZEQUIEL SIGNO DEL SILENCIO DE JESÚS EN LA CRUZ.
En la Biblia se habla del silencio de Dios como un medio o estrategia de Dios cuando el hombre pone obstáculos a su palabra. Este mensaje lo encontramos en un sacerdote llamado Ezequiel que, de sacerdote, Dios lo convierte en profeta. Él nos llevará de la mano para comprender la liturgia de este día, vacío de ceremonias sacerdotales, para crear en nosotros un “vacío interior” y escuchar mejor el mensaje del profeta Jesús que, con su muerte, ha dejado al mundo vacío y cubierto de una densa oscuridad. Su Resurrección nos llenará de luz, de alegría y de una profunda esperanza.
El profeta Ezequiel.
En el año 597 Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquista Jerusalén. El rey babilónico depone al rey de Israel, Jeconías, que lo lleva deportado al destierro con la clase alta, entre la que está el sacerdote Ezequiel. Los deportados viven la más dura experiencia como pueblo. No tienen templo, ni ley, ni culto, ni rey, ni jefes. Pero inesperadamente, al sacerdote Ezequiel, allá en el valle, se le aparece “la gloria de Yavé”, como presencia envolvente y avasalladora. Y Ezequiel cae en la cuenta de que Dios no está circunscrito a un espacio. Es entonces cuando tiene lugar la vocación profética: de sacerdote pasa a ser profeta.
La actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera etapa dura siete años, hasta la caída de Jerusalén. El mensaje que tiene que dar no es un mensaje de aliento ni de consuelo sino de enfrentamiento con sus propios paisanos, incluso con sus propios colegas, los sacerdotes, para llamarles a conversión. Y les tiene que decir que lo que ha sucedido no es sino el primer acto de la tragedia, un ensayo general. Lo terrible está por venir.
Ezequiel no es un profeta por elección, como el que escoge una carrera sino que lo es por vocación. Y tiene que decir lo que Dios dice. Tiene que decirles una palabra dura, cuando él quisiera darles palabras de cariño. Ezequiel quiere ser fiel a Dios y sólo quiere lo que Dios quiere: que el pueblo se convierta.
Para no escuchar la palabra de Dios a través del nuevo profeta se inventan una serie de artificios. Dejan que el profeta hable…pero a ellos les deja impasible esta palabra. Y así se establece una lucha denodada, cuerpo a cuerpo, entre el hombre y Dios. Dios desenvaina la espada de su palabra y el hombre pone todos los medios para envainarla de nuevo, para que esa palabra quede sin fuerza, sin carga de vida.
Expedientes que el hombre inventa para embotar o neutralizar la palabra de Dios
1.- Hacer caso a los falsos profetas. (Cap. 13)
Falso profeta es el que se nombra a sí mismo, o también el de vocación, el que nombra Dios, pero abusa de su oficio, es infiel a su misión. Los falsos profetas proliferan en momentos de crisis y de calamidades. La gente está dispuesta a creer sólo lo que confirma sus deseos o esperanzas, es decir, lo que disimula la realidad de fuera o de sus conciencias. “Visionarios falsos, adivinos de embustes, que decían “oráculo del Señor” cuando el Señor no hablaba” (v.6).
En la situación que estamos viviendo con motivo del corona-virus, también proliferan los falsos profetas, los que utilizan los medios de comunicación para mentir, extorsionar, o conseguir información de una manera fraudulenta.
Al verdadero profeta le acompaña siempre el desinterés, su integridad y la fidelidad a la Palabra que recibe de Dios. Al falso profeta se le ve enseguida…
“No acudieron a la brecha ni levantaron cerca en torno a la casa de Israel, para que resistieran en la batalla, el día del Señor” (v.5)
Lo propio del verdadero profeta es “estar en la brecha”. En lo más duro, lo más difícil, lo más arriesgado, lo más comprometido. El verdadero profeta sabe jugarse la vida por defender aquello que predica. Así nacieron los mártires, es decir, los testigos. El evangelio es una llamada a la entrega, al servicio, a la donación total por los demás. La vocación cristiana nunca puede ser llamada al egoísmo, la cobardía o la huída.
En estos días tan críticos, hay muchos verdaderos profetas que están “en la brecha”, que se juegan el tipo, que arriesgan sus vidas. Todos los conocemos: el colectivo sanitario, las fuerzas de seguridad de Estado, los que se preocupan de que no falten alimentos ni medicinas, los generosos, los altruistas, etc. ´Estos son los profetas de hoy”. Algunos de ellos han muerto y, de profetas, se han convertido en mártires.
“Sí, porque habéis extraviado a mi pueblo, anunciando paz cuando no había paz. Y mientras ellos construían la tapia, vosotros la ibais enluciendo” (v.10).
“Cuando la pared se derrumbe, os dirán: ¿qué fue del enlucido que echasteis? (v.12).
La comparación es clara: la gente se fabrica ilusiones, los falsos profetas las bendicen con palabras de Dios. Tal vez los curas y los obispos hemos echado demasiadas bendiciones… Hemos enlucido sucias injusticias…, hemos encubierto, bajo capa de religiosidad barata, muchas actividades anti-evangélicas… También hay que decir a la gente que el poseer…, el dominar…, el consumir…, el no pensar… no es camino evangélico. Y, como cristianos, debemos protestar contra los falsos muros de felicidad que levantamos los hombres.
Debemos hacer resonar la Palabra de Dios con toda exigencia. El cristiano tiene la tarea de hacer un mundo nuevo. Y los cimientos de una nueva sociedad no lo levantan los falsos profetas, aquellos que están en total desajuste entre lo que dicen y lo que hacen. Tal vez “los nuevos muros de una nueva sociedad” ya los están construyendo aquellos valientes que han sabido vencer el egoísmo y han optado por el servicio, la gratuidad, la fraternidad, la donación total de sí mismos.
2.- Los ídolos. (Cap. 14, 1-4)
“Hijo de Adán, esos hombres se han puesto a pensar en sus ídolos y se han imaginado algo que les hace caer en pecado. ¿Voy a permitir que me consulten?” (v.3)
La expresión del profeta es enérgica y maravillosa: Hacen subir de su corazón a sus ídolos y los ponen de tropiezo. ¿Voy a escucharlos?
¿Tenemos derecho a leer la Biblia, a escuchar a Dios, si no quitamos los tropiezos del corazón?
¿De qué ídolos se trata?
En Dt. 6,5 dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”. Este mandamiento pide dos cosas: la exclusión absoluta de otros dioses y la entrega interna e incondicional a Dios.
El sincretismo religioso (compaginar a Dios con otros dioses) significa tener un corazón dividido. Un culto meramente formal indicaría una religión sin corazón, sin vida. Si el destierro ha de ser saludable, tiene que apuntalar bien la conversión. Esta debe ser: a) interna, de corazón; y b) total de “todo el corazón”.
Los ídolos son vaciedades. Fabricación sin consistencia. Toda su razón de ser es significar. Ahora bien, eso que representan no existe. Por eso, cuando el hombre se entrega a ellos queda vacío.
Los sistemas de valores del mundo, valores que el hombre ha inventado, son elevados por el hombre a categoría superior y se somete a ellos. Así el hombre se vacía. Hay en el hombre algo que ha elegido sin sentido de su vida. San Pablo, hablando de los gentiles, dirá: “Cambiaron la Gloria de Dios por una representación” (Ro. 1,23). La gloria de Dios es el Señor presente y sin imágenes, abriendo posibilidades al hombre. El hombre lo sustituye por lo que no sirve. Así nunca podrá realizarse el hombre.
En el capítulo 8 el profeta Ez. Ya se ha preocupado de esta idolatría externa y patente. En este capítulo va a penetrar hasta la idolatría de pensamiento y de deseo.
En efecto, arrancados del Templo, en tierra extrajera, deben aprender a buscar a Dios por dentro. Han de luchar contra una idolatría de nostalgias religiosas. Fácilmente nos fabricamos imágenes mentales de DIOS: Mesías que podemos manipular… que no nos exige demasiado. En definitiva, lo que escamoteamos es la palabra exigente de Dios. El mero sentimiento religioso puede convertirse en idolatría, en un tropiezo que nos impide escuchar a Dios. El verdadero Dios es trascendente y me sale por donde yo no lo esperaba. Tal vez, de los despojos de esta crisis mundial, aparezca un rostro de hombre más auténtico, más justo, más fraterno, más servicial. Un rostro de hombre más parecido al rostro del hombre cabal, el hombre perfecto, el ideal de hombre, el rostro de Jesucristo, el Hombre-Dios.
3.- Tercero: Dar largas.
El profeta Ezequiel ha lanzado un oráculo de urgencia: “llega el fin”. “Será pronto”. Anuncia la gran catástrofe si no se convierten. Éstos no se enfrentan directamente con la palabra, pero “dan largas…” “Las visiones de éste van para largo, profetiza a largo plazo” (Ex. 12,27).
Frente a esta urgencia del momento en que Dios se encara con el hombre para que el hombre se decida, la técnica del hombre es la “dilación”. Cuando Dios se mete en la historia, su llegada tiene un carácter de urgencia. Nos lanza su palabra para que respondamos AHORA. La palabra de Dios es un acontecimiento salvífico y viene a nosotros en un momento crucial, y técnicamente se denomina KAIRÓS. Y hay que responder sin dilaciones. Lo contrario es no tomarlo en serio. Por eso: “Si “hoy” escuchas la voz de Dios, no endurezcas, por más tiempo, el corazón”. (Salmo 94)
Hay una especie de lógica entre la dilación y el endurecimiento. “La actitud para oir y entender la palabra de Dios se atrofia cuando se rechaza continuamente. La preterición consciente de la verdad divina, al dejar de oir por costumbre las advertencias divinas acarrean la insensibilidad hacia el obrar de Dios” (Eichrodt) “El no querer se castigará con el no poder” (Von Rad. ( Teol. Del A.T. 2º Vol. Pg. 192)
4.- Cuarto. La frivolidad. (Se lee Ez.33,31-32).
“Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras; pero no las practican; con la boca dicen lisonjas, pero su ánimo anda tras el negocio. Eres para ellos coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor. Escuchan tus palabras, pero no las practican”.
Ha pasado la etapa de resistencia a la palabra profética y ha surgido una forma refinada de invalidar su eficacia: convertirla en objeto de conversaciones entretenidas, en noticia que apela a la curiosidad transitoria, en distracción artística. Ezequiel lleva una canción protesta y ellos la han convertido en una canción POP. Dicen que lo hace muy bien. Todos los días vienen a aplaudir y corear al profeta. Les va muy bien para pasar el rato, pero es una palabra que no interpela, que no compromete.
Han creado en su interior una zona neutral, La Palabra de Dios es un reactivo sin reacción. La han convertido en una espada de juguete.
El auténtico profeta no elabora la doctrina por amor al arte, sino para encarnarla con eficacia. Pero el hombre hará cualquier cosa para hacer inofensiva esta palabra de Dios. Multiplicando lisonjas ofenden al verdadero profeta y, sobre todo, ofenden a Dios que, en definitiva, es el que habla por medio del profeta.
A La Iglesia no vamos a oir oratoria. Gracias a Dios pasaron ya los llamados “sermones de campanillas” que sólo sirven para recrear a los oyentes y avivar el orgullo de los predicadores. Predicar es algo muy serio. La interpelación es esencial a la palabra. Cuando oímos la palabra de Dios y salimos como hemos entrado, no ha habido interpelación. Hemos perdido el tiempo. Cuando oímos o leemos la palabra de Dios “y no pasa nada por dentro” hemos convertido la palabra en un pasatiempo.
Cristo es consciente de que sólo una parte de la semilla cae en buena tierra y se aprovecha. La mayor parte se pierde en el camino, se abrasa entre las rocas o se ahoga entre cardizales (Mt. 13). Por eso el mismo Señor, con palabras densas y graves, nos advierte de nuestra responsabilidad ante la palabra: “El que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece a un hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento aquel tan grande!… (Mt. 7,27)
En estos momentos de crisis que nos toca vivir la Iglesia necesita “Testigos”. Hombres y mujeres que hablan no con palabras, sino con el testimonio de sus vidas.
El silencio de Dios
Después que el hombre ha inventado tantos expedientes para neutralizar la palabra de Dios, ¿ya no le queda a Dios ningún recurso? Sí, su silencio.
El silencio de Dios aparece de la manera más extraña y dramática. Podría haber llegado a través de la muerte del profeta. Dios hubiera cesado de hablar. Ése sería un silencio a secas. Pero eso es poco. Este pueblo necesita sentir ese silencio. El profeta tiene un ataque aparatoso y se queda mudo. Y ahí queda en medio de ellos un profeta que no habla. Cada vez que pasan por allí, le hablan y no puede responder. Y así tienen que escuchar el silencio de Dios. Lo más fácil hubiera sido olvidarse del Dios que no habla. Entonces el silencio no hubiera significado nada. Pero cuando el pueblo se siente acosado por un profeta mudo es cuando el pueblo comienza a sentir el silencio de Dios.
Del profeta mudo se habla en 3,26; 24, 27 y 33,21.
Puesto en orden, el texto original sería así:
“Y tu, hijo de Adán, el día que yo les arrebate su baluarte, su espléndida alegría, el encanto de sus ojos, el ansia de sus almas, ese día te pondré sogas, te amarraré con ellas, y no podrás soltarte. Te pegaré la lengua al paladar, te quedarás mudo y no podrás ser su acusador. Pero cuando se te presente un evadido para comunicarte una noticia, ese día se te abrirá la lengua y podrás hablar y no volverás a quedar mundo”.
Explicación histórica.
El quince de Enero de 587 comienza el asedio de la ciudad de Jerusalén. El 18 de Julio de 586 abren brecha en la muralla y el 15 de agosto la ciudad es destruida. Se habían apoyado en el Templo, en una estructura de piedra, en el baluarte que tenían delante de sus ojos, pero no en la roca que es Dios. Por eso Dios destruye ese baluarte.
La mudez del profeta tiene un tiempo limitado. A finales de agosto uno logra escapar y da la trágica noticia a los desterrados. Llega a Babilonia el día 5 de Enero del 585. Entonces el profeta, al oir la noticia, recobra el uso de la palabra.
Dios se queda mudo en el momento más trágico de su pueblo. Lo que pretende es que el hombre frívolo comience a sentir el vacío de Dios.
El pueblo tiene que ahondar en este silencio, tiene que sentir nostalgia de Dios, tiene que dolerle el silencio en su propia carne. Sólo cuando el hombre haya hecho un campo de resonancia dentro de sí, entonces Dios podrá hablar.
Cuando llega el evadido recobra la palabra y comienza una segunda etapa en la vida del profeta. Ahora el profeta dará un mensaje de esperanza; ahora que el pueblo ha aprendido a apreciar la palabra de Dios.
Lo importante es hacer notar que esa palabra brota de la mudez; de la infecundidad brota la vida. Dios podría haber clausurado la carrera de Ezequiel y haber llamado a un nuevo profeta. Al seguir con el mismo está enseñando que, de la negación total, llega la afirmación plena. Que era necesario bajar hasta el abismo del silencio para encontrar la nueva palabra. En esta etapa tendrán lugar los grandes mensajes de los “huesos secos” (c. 37) y el manantial del templo que transforma en vida incluso las aguas del mar muerto (c. 47).
A Dios a quien no habían escuchado por su palabra, le escuchan ahora después de su silencio.
Significado teológico.
Hace ya 2020 años. Un Rabí en medio de un pueblo predica y vive la palabra de Dios que es muy mal interpretada por un grupo de fariseos erigidos en Maestros de Israel.
Han construido un sistema que ahoga y asfixia esa palabra de Dios. Dios entonces envía su Palabra en carne y hueso. Dice palabras y es la Palabra de Dios. Trae un mensaje de liberación para los pobres y sencillos. Pero encuentra una fuerte oposición por parte de los fariseos y saduceos. Y pronto se enfrentará con el poder y con las autoridades.
Pronto se dan cuenta de que este Rabí es peligroso. No por las armas sino por la suavidad y convicción de sus palabras. Por eso, a toda costa, quieren tapar la boca a esa Palabra. La oposición llega al extremo cuando Dios calla violentamente. La muerte de Cristo es el gran silencio de Dios. Dios interrumpe su palabra y su silencio lo envuelve todo y cae, como un castigo sobre Jerusalén. Durante tres días densos, Dios calla a ver si los hombres que no quieren recibir la palabra reciban ese silencio que se convierte en vacío y angustia.
A través de ese silencio quiere llevar al hombre a que escuche un nuevo mensaje. Dios, por un momento, guardó silencio en la muerte de Jesús. Después habló con fuerza, gritó… resucitando de entre los muertos y dando al mundo el gran mensaje de esperanza.
Y es que el hombre no puede triunfar sobre el amor. Cristo ha venido a anunciar que lo más importante y más noble del hombre es el amor y que, por más que se empeñen los hombres, no podrán matar el amor. Y el amor sobrevive y es fuente de vida. Y, al tercer día, resurge esa Palabra que es ya libre y ya nunca podrá ser encadenada. Tiene que resonar en todas partes. Y esa Palabra comienza a verse, a tocarse y sentirse en una nueva realidad. Ezequiel era sólo un bosquejo, una figura de Cristo.
Nunca, como en nuestro tiempo, ese silencio de Dios se está ahondando tanto en el mundo, La situación actual la describía muy bien el Papa Viajero Juan Pablo II.
Dice así: “Una especie de ateísmo práctico y existencial que coincide con una visión secularizada de la vida…, un hombre lleno de sí, que no sólo se pone como centro de su interés sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad”. “Ya no hay necesidad de combatir a Dios; se piensa que basta con prescindir de Él”. (P.D.V. n.7)
Y en esto consiste prácticamente el “agnosticismo” del que fue exponente D. Enrique Tierno Galván:
“Yo vivo en la finitud y no necesito más”
“Ser agnóstico es no echar de menos a Dios”.
Y ésta es la lacra de nuestra sociedad que, como una marea negra, se va extendiendo por las Universidades y ha llegado a nuestros jóvenes. No es lo malo que, para muchos haya muerto Dios, sino que ha muerto la pregunta sobre Dios. Como diría muy bien A. Machado:
“Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber.
Lo peor es que no sabemos para qué sirve la sed”.
Esa sed de trascendencia, de Infinito, de Felicidad que Dios ha puesto en el corazón humano.
Hoy, sábado Santo, nuestras Iglesias están vacías. Nuestros altares desnudos. No se dicen Misas ni celebraciones litúrgicas hasta la Vigilia Pascual. Es una manera de hablarnos del vacío que deja Jesús con su muerte. Pero este vacío, este silencio, sólo es temporal, Vendrá la Vigilia llena de luces, de agua viva de manantial, de himnos de júbilo. ¡CRISTO VIVE! CRISTO HA RESUCITADO! HA TRIUNFADO EL AMOR.
Este año, la pandemia del corona-virus, está haciendo tambalearse los grandes poderes técnicos, culturales, sociales y económicos del mundo entero. Una cura de humildad para el hombre del siglo XXI que parece dominarlo todo, Y aparece la gran pregunta: ¿Qué es el hombre? La respuesta la da la primera página de la Bíblia: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Gn. 2,7)
El hombre, sin el soplo divino, es polvo, ceniza, nada.
En este año las tinieblas de Viernes Santo se van a extender a toda la Semana Santa: Cesará el ruido de las cornetas y tambores, se apagarán las luces de los faroles, incluso se evitarán las ceremonias litúrgicas y los templos quedarán vacíos. Una Semana Santa especial para pensar, para abrirnos a Dios, para sentir su ausencia y esperar con nostalgia, que brille la luz de la Pascua, que desaparezca este virus maléfico, y que se reanude la vida normal, la alegría del vivir. Y que todos salgamos con una dosis de humildad y un deseo de abrirnos al Absoluto, al Dios de la vida, al Señor Resucitado, que ha vencido el mal y a quien nuestra historia no se le puede ir de las manos.
Y, a manera de oración final, quiero recoger unas palabras del Papa Francisco en su preciosa homilía del viernes, 27 de marzo, en la plaza de San Pedro sin pueblo, sin gentes, pero con un decorado y unos gestos maravillosos.
Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela, se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
PDF: SÁBADO SANTO