Concluyo con esta carta pastoral el decálogo de los retos de la encíclica Laudato si´.

  1. Cambio de actitudes. “Tú debes cambiar de vida”

Otra economía es  necesaria, pero no será posible ni viable sin un cambio profundo de actitudes. Un cambio que, en último término, demanda fuertes motivaciones espirituales, las llamemos así o no. Un ejemplo puede resultar iluminador: el sobre-consumo de una minoría de la población mundial. Este es el desorden antropológico que no puede ser abordado sólo con análisis económicos, medidas políticas e innovación tecnológica. Es una patología espiritual que requiere de un ejercicio espiritual. A ello se refieren el filósofo francés Pierre Hadot con el ‘cuidado de sí mismo’ (souci de soi) o el filósofo alemán Peter Sloterdijk con el imperativo categórico Tú debes cambiar tu vida. En este sentido, las religiones pueden hacer una valiosa contribución, ayudando a “superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados” (LS 226). Para un economista, el sobre-consumo es una ineficiente asignación en el uso de los recursos; para un científico, uno de los vectores culturales que alimenta la desbocada demanda de recursos naturales; para un creyente es, además de todo lo anterior, reflejo de un grave desajuste espiritual.

De ahí que la espiritualidad resulte una pieza clave en el rompecabezas de la sostenibilidad. “No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de  la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria” (LS 216).

En este momento de impasse histórico, la espiritualidad se presenta como una fuente imprescindible para la movilización social de tipo ascético que la crisis socio-ecológica demanda.

  1. El valor de la sobriedad en la propia vida

Las crisis son tiempos de purificación, renovación y redescubrimiento. Las crisis se convierten en oportunidades para volver a la experiencia fundante, a lo más básico. La actual crisis global de la sostenibilidad puede ser un callejón sin salida para nuestra civilización o puede convertirse en una excelente oportunidad de trasformación, crecimiento y aprendizaje colectivo.

A la luz de la crisis socio-ecológica que denuncia la encíclica, la ascesis cristiana no aparece ya como una rémora histórica de la que convendría deshacerse; al contrario, adquiere una actualidad insospechada que trasciende el ámbito privado de una religión particular para adquirir una nueva relevancia pública: “La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la sobriedad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres” (LS 222). De esta manera, la espiritualidad cristiana implica también redescubrir los ciclos de la naturaleza y aprender a vivir con serenidad, es decir, “dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador” (LS 225). La búsqueda de la sostenibilidad es una oportunidad para volver a la fuente de nuestra propia tradición y beber de ella.

  1. Promover una “conversión ecológica”

El regreso a un estilo de vida más sencillo implica una metanoia, un cambio de dirección: la ‘conversión ecológica’ a la que apela el papa Francisco (cfr. LS 216-221). 

Esto se fundamenta en la transformación de hábitos mentales y patrones de comportamiento, producción y consumo que precisamos con urgencia, lo cual no se consigue sólo con informes científicos más precisos, con más regulación legal o con la invocación de grandes principios éticos. Requiere, además, un compromiso personal, “implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro” (LS 218).

Desde este marco, nos parece imprescindible subrayar la necesidad, hoy en día, de articular redes de apoyo y comunidades de solidaridad capaces de sostener opciones de vida individuales que no resultan nada sencillas: “A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales […] La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria” (LS 219). Frente a la propuesta individualista de “empoderamiento del consumidor”, que circula en muchos círculos ecologistas, la propuesta católica es universal y eclesial, comunitaria y mística; llama a la responsabilidad social corporativa, sí, pero del “cuerpo de Cristo” que es la Iglesia, un cuerpo capaz de nutrir los compromisos individuales y sostenerlos en el tiempo.

  1. Valorar la importancia de los comportamientos cotidianos

La envergadura de los asuntos tratados, la complejidad de los mismos, la fuerza de los intereses políticos y económicos, lo arraigado de los patrones culturales dominantes, la cómoda inercia de la vida, pueden resultar obstáculos o resistencias que empujan hacia un cierto escepticismo e impotencia. ¿Podemos hacer algo? ¿Es ya demasiado tarde? ¿No es un tema que nos desborda? La encíclica quiere anclarse en la esperanza. Y afirma, con convicción, que “un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social” (LS 206), animando a una acción coordinada “junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias” (LS 231).

A esto debe añadírsele, algunas pistas que la encíclica ofrece para ayudar a concretar el compromiso y la conversión ecológica en los comportamientos cotidianos, al alcance de la mano de todos. Y es que, “cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad” (LS 208). Desde esta convicción. LS menciona una serie de propuestas que brotan de una ética rompedora de la ‘autoreferencialidad’ y el individualismo: evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias” (LS 211), “dar gracias a Dios antes y después de las comidas” (LS 227) y otros gestos que expresan y desarrollan “una sana humildad y una feliz sobriedad” (LS 224), ejemplos de esas virtudes sólidas que tanto necesitamos.

Conclusión

Estos diez retos se resumen en dos: “escucharás el clamor de los pobres” y “escucharás el clamor de la tierra” (cfr. LS 49). Y los escucharás de tal manera, y con tal hondura, que descubrirás que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). Descubrirás “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” (LS 16). O dicho de otro modo, te adentrarás por el camino de la ecología integral.

Con mi afecto y bendición,