No es seguro que Jesús tomase café, pues hasta el siglo XV no se popularizó esta bebida en los países del Oriente Medio, pero estoy seguro de que ahora, si estuviera entre nosotros con el cuerpo que tenía antes de resucitar, tomaría café como todo el mundo, pues al encarnarse se hizo en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Y tomar café no es pecado. Por eso, me atrevo a invitarle cada domingo a tomar un café mientras me comenta su Evangelio, y luego os lo cuento.
En el de este domingo (Mt 21, 33-43), se narra la parábola de los viñadores homicidas, lo que me ha llevado a iniciar así la conversación, mientras llegaba el camarero con los cafés:
– ¿No crees que con esa parábola te has pasado? Tú sabes que entonces era frecuente que los propietarios explotasen la tierra en régimen de aparcería, o sea a cambio de una parte de los frutos obtenidos. En las épocas de sequía, los campesinos pobres se rebelaban contra los propietarios cuando venían a reclamar los frutos; pero de ahí a apalear y apedrear a los criados y, sobre todo, a matar al hijo del propietario…
Pero él, ante la humeante taza de café que el camarero ya había servido, me ha dicho:
– No me he pasado. Sólo les he advertido con anticipación lo que iban a hacer conmigo unos meses más tarde.
Entonces me ha recordado que el evangelista había escrito después de narrar la parábola:
«Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos oyeron estas palabras, se dieron cuenta de que se refería a ellos. Y, aunque intentaban arrestarlo, tuvieron miedo a las multitudes, porque lo tenían por profeta». Le reconocí, sin que me dolieran prendas, que tenía razón, que cuando él dijo esta parábola, anunciaba ya su cercana e injusta muerte, y también su resurrección, porque añadió: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente».
– Tú sabes -ha proseguido- que vosotros, mis discípulos, venís repitiendo estas palabras del salmo cuando celebráis mi “Pascua”. Pero todavía me duele que la promesa del Reino, que yo vine a cumplir por deseo del Padre, no haya aprovechado a sus primeros destinatarios. Así que concluí diciéndoles, a ver si por fin reaccionaban: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Hemos tomado otro sorbo de café antes de que se enfriase y se me ha ocurrido preguntarle:
– Y nosotros, ¿estamos dando los frutos que el Padre espera recoger de su viña?
A lo que me ha espetado:
– Responde tú mismo: ¿Os atrevéis a reconocerme como lo único verdaderamente valioso para vosotros? ¿Yo y mis pobres hermanos valemos para vosotros más que la salud, que el dinero, que la obsesión por pasarlo bien, que el prestigio social, que las vacaciones…? Si yo y
mis pobres hermanos no valemos más que todo eso, antes o después terminaréis por echarme fuera, como hicieron los viñadores homicidas.
– Dios no lo permita -he balbucido mientras pagaba el importe de la consumición y nos despedíamos hasta el próximo domingo-.
Pedro Escartín Celaya