… “no os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1Tes 4,13)
La esperanza, virtud teologal (viene de Dios; Él nos la regala), pone vida en nuestra vida.
Si perdemos la esperanza, probablemente habremos perdido todo.
Todo ha muerto en nosotros cuando nos falta la esperanza.
La esperanza es la virtud ‘humilde y fuerte’, es la que enciende la vida.
“Mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila”. (Charles Péguy)
Somos pobres, limitados, muchas veces débiles, flojos.
La esperanza nos lanza a superarnos, a buscar sentido a la vida, a ver lo positivo del otro y de todo lo que nos rodea. Sin esperanza, nunca lograremos ver, sentir, potenciar todo lo bueno que nos acompaña a nosotros y a los demás.
Si no encuentras sentido a tu vida, mírate. Muy probablemente descubrirás que la esperanza vive contigo y en ti. Y sentirás una inmensa alegría. Y encontrarás que tu vida tiene un porqué y un para qué.
Si la buscas, la encontrarás. Te está esperando. Está muy cerca de ti. Ahí mismo. A tu lado.
Te puede ayudar a encontrarla, por ejemplo, ese amigo que rezuma alegría en su modo de vivir.
Y cuando pienses:
“Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor (¿Puede haber mayor falta de esperanza?),
vengo a pedirte, Cristo jardinero
por el desierto de mi corazón”. (¡Qué profundo y bello ese Cristo jardinero para nuestro desierto)
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón. (¡Qué cambiazo: alegría por amargura! ¿Puede haberlo mejor?)
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz (El fracaso se supera, más con El Señor)
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón (La esperanza acaba con el desierto del corazón)
Para que nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón (solo puede hacerse gratuita y generosamente)
pon, Señor, una fuente de amor puro (Una ‘fuente’, porque el amor no se agota)
en el desierto de mi corazón. (El amor definitivamente nos libera del desierto
Para que no me busque a mí cuando te busco (Es lo que hacen los ‘espiritualista de salón’)
y no sea egoísta mi oración (Espiritualismo puro)
pon tu Cuerpo, Señor, y tu Palabra (Y yo los acoja sin condiciones y sin ideologías)
en el desierto de mi corazón. Amén.
En este himno de LAUDES del lunes -anteayer- de la 22 semana del Tiempo Ordinario podemos leerlo, meditarlo y asimilarlo para renovar nuestra esperanza al comienzo de septiembre.
Y siempre.