¿Orar? Sin duda

Dios actúa, pero no interviene. Tema de la semana pasada. Actuación de Dios que Francisco, como recogí entonces y repito hoy, concreta así: “Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía; Él está cerca con misericordia y ternura. Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno” (Ángelus 20 marzo 22). Oramos a Alguien que nos acompaña siempre, que actúa en nuestro interior para que le respondamos libremente en una vida inspirada y vivida en Él y con Él. Así la oración ayuda a Dios y a nosotros mismos.

Porque hay un modo de orar que me atrevo a llamar ‘equivocado’, ‘incompleto’. Hecho, no lo dudo, con la mejor intención, pero que ¿transforma nuestra vida? Intuyo este modo de presentar la oración en frases como esta, que leo en cartas y mensajes: Que nuestras oraciones sean escuchadas por nuestro Señor y se haga la paz. Como si dependiera de Dios.

La oración de petición nos lleva a reflexionar y expresar ante Dios, y ante quien nos ve en la vida, nuestra esperanza y nuestros deseos de paz y amor. Y, desde esta experiencia, vamos cambiando nosotros mismos y, ojalá, movilice hacia el compromiso por la paz los corazones de quienes nos contemplan y observan La oración no pretende cambiar a Dios, que es el creador y el mantenedor de la paz, sino llevarnos a nosotros a aceptar y trabajar por este su plan de paz para toda la humanidad.

La oración de petición no es para olvidar, dejar a un lado, nuestra implicación en lo que pedimos. No podemos pedir paz, sin implicarnos en la construcción de la paz desde nuestro interior pacífico y con nuestro trabajo sencillo a favor de la paz a nuestro alrededor. La oración nos lleva a alimentar y comunicar sentimientos de paz hasta a los enemigos de la paz, hasta al agresor que crea guerras y conflictos. Deseando justicia no vengativa y una defensa necesaria lo menos agresiva que se pueda.

Dejo a un lado el tema de la justicia y la legítima defensa. Me superan. Mi reflexión, ante tanta guerra, intenta acercarnos al rostro cristiano de Dios y al sentido de nuestra oración de petición. Y procuro hacerlo desde las acciones y palabras de Francisco que unen los tres aspectos: el rostro de Dios, la oración y acciones (por ejemplo: visita al embajador de Rusia, envío de dos cardenales a Ucrania, envío de material humanitario y médico, su grito constante en cualquier momento y ocasión propicios, etc.) en favor de la paz. Incluido, de modo especial, su reclamo por la paz en nombre de Dios.

La oración no es para dejarlo todo en las manos y en el querer concreto de Dios. Con el riesgo evidente y ruinoso para la fe, como ya me ha dicho más de una persona sencilla, de sobrentender que, si no hay paz, es porque Dios no quiere y tenemos que recordárselo para que cambie su modo de proceder. Porque Él podría hacer el milagro y si no lo hace… ¿Dios es paz y pacificación o repartidor de guerras y paces? Pregunta bestial, pero ya respondida en la ‘actuación’ de Cristo y en la voluntad de salvación que el Padre nos ha revelado. Y la oración auténtica nos lleva a seguir la ‘actuación’ de Cristo.

La oración de petición nace de la confianza en Dios y de identificarse con su sueño sobre la humanidad, sueño de amor filial y fraterno. Es un acto de amor a Dios y de identificación con su plan de salvación; un acto de amor a los demás, de identificación con su dolor y de renovación de nuestra vida. Para contribuir a un mundo según la voluntad de Dios, un mundo de paz y de fraternidad. Una oración de petición que no desarme nuestro corazón y que siga pidiendo venganza, no es la oración que agrada al Padre.

“La petición no es una expresión de desconfianza en Dios, sino un reconocimiento de nuestra propia necesidad. Decir: ‘Señor, tú tienes piedad de nosotros’ es una mera constatación aséptica que no constata ‘cuánto nos importa a nosotros’ esa piedad”[1] de Dios. Por el contrario, decir: ‘Señor, ten piedad de nosotros’, es querer sentir en nosotros, porque la valoramos, la misericordia de Dios. El indicativo expresa una verdad. El imperativo suplicante manifiesta el deseo de vivir, de experimentar esa verdad sanadora. Experiencia profunda que se manifestará en lo visible de la vida.

En definitiva, en la oración de la fe, cada uno (tú, él, yo, nosotros) vamos pasando, de la mano con Dios, del simple e inútil lamento a la esperanza; nosotros con Dios, de la mano, vamos pasando de la rabia a la paz; de la mano con Dios, vamos pasando del desinterés a la solidaridad; vamos pasando de la violencia interior a la paz del corazón, a una vida de paz.

Entre las iniciativas de Francisco, la más cuestionada o incomprendida, pero aceptada universalmente, ha sido la Consagración de Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María el día 25 de marzo. La oración de la consagración refleja muy bien nuestra responsabilidad, el plan de Dios reflejado en María, y nuestra tarea de identificarnos con ese plan. Francisco lo dijo así de claro en su homilía: “Necesitamos la fuerza sabia y apacible de Dios, que es el Espíritu Santo. Necesitamos el Espíritu de amor que disuelve el odio, apaga el rencor, extingue la avidez y nos despierta de la indiferencia.  Necesitamos el amor de Dios porque nuestro amor es precario e insuficiente. Le pedimos al Señor muchas cosas, pero con frecuencia olvidamos pedirle lo más importante, y que Él desea darnos: el Espíritu Santo, la fuerza para amar. Sin amor, en efecto, ¿qué podemos ofrecerle al mundo?… Porque, si queremos que el mundo cambie, primero debe cambiar nuestro corazón No se trata de una fórmula mágica, sino de un acto espiritual. Es el gesto de la plena confianza de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel e insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre, depositando en su Corazón el miedo y el dolor, y entregándose totalmente a ella…  

La aceptación de María no es pasiva ni resignada, sino el vivo deseo de adherirse a Dios, que tiene «planes de paz y no de desgracia» (Jr 29,11). Es la participación más íntima en su proyecto de paz para el mundo. Nos consagramos a María para entrar en este plan, para ponernos a la plena disposición de los proyectos de Dios”.


[1] José I. González Faus. LUZ Y SOMBRAS. A propósito de Simone Weil. Cuadernos Cristianisme i Justicia. N° 223, pág. 24.