Memoria del 20J

El 20-J se celebraba el día de las personas refugiadas. En Zaragoza una plataforma en la que trabajan conjuntamente y en red organizaciones de la Federación Aragonesa de Solidaridad, de la Plataforma Ciudadana contra el Racismo y de la Plataforma Zaragoza Acoge fueron las encargadas de organizar y convocar una serie de actividades de concientización y denuncia en las que se nos informaba de la realidad de las personas refugiadas, sin olvidar las migraciones, como fenómeno más amplio y que constituye uno de los signos de nuestro tiempo.

Así, nos pedían no formar parte de ese muro de indiferencia que condena al silencio y al olvido la realidad de millones de personas que huyen a consecuencia de las guerras, las situaciones de violencia generalizada, la desigualdad que genera pobreza, la persecución por motivos religiosos o políticos, por género o por orientación sexual, por degradación medio ambiental. Sin olvidar que las mujeres, por el simple hecho de ser mujer, son víctimas de formas específicas de persecución que las obligan a escapar: matrimonio forzoso, mutilación genital, violencia de género, trata y prostitución entre otros… Son más de 65 millones las personas forzadas a huir de sus hogares por la guerra y la violencia.

También nos recordaban como su largo peregrinaje para alcanzar la frontera de Europa se está convirtiendo cada vez más en un ejercicio peligroso, cargado de violencia, miseria y vulneración de derechos. Y como los países de la Unión Europea lejos de adoptar políticas protectoras, que impulsen vías seguras de llegada, las obstaculizan propiciando vías ilegales que degradan y esclavizan aún más a las personas migrantes que huyen, al tiempo que enriquecen a las mafias. Entre esas medidas cabe señalar la firma de acuerdos con países fronterizos (Turquía, Marruecos, Libia…) a los que se les da dinero a cambio de perseguir y reprimir a esas personas.

En 2018 han fallecido 2.299 personas en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa, según la organización Internacional para la Migraciones. N lo que va de año, son 166 las personas fallecidas camino de España, y 543 en el conjunto del Mediterráneo, convertido en una enorme fosa en la más de 20.000 personas han fallecido en los últimos 20 años. Una realidad que parece no va remitir, dada la crecientes dificultades, cuando criminalización, de las asociaciones que se dedican al rescate en el mar.

Tampoco se está respetando el derecho al asilo, pues las trabas administrativas, la burocracia y la falta de voluntad política, convierte a estas personas en ciudadanas de tercera clase, arrojadas a un limbo legal que les impide desarrollar una vida con una mínima dignidad.

Lecciones del 20J, desde la fe cristiana

Frente a tanta noticia negativa y a la consideración de inmigrantes y refugiados como un problema, la fe cristiana nos ayuda a reorientar la mirada, y verlos como nuevos hijos de Jacob, encaminándose a los países ricos, huyendo de la miseria para poder seguir subsistiendo. Una mirada que nos lleva a descubrir signos positivos, generadores de esperanza, en medio de tanto sufrimiento y dolor. Entre esos signos positivos cabe destacar:

  • Un canto a la vida. Ese desfile de gentes, que arriesgan sus vidas, saliendo de sus países como Abraham, movidos por el deseo de vivir, para ir a una tierra desconocida o como el pueblo de Israel atravesando el duro desierto para encaminarse, según ofrecen los medios de comunicación, a una tierra que mana leche y miel. Todo ello es expresión de lo más fundamental y primario del ser humano: el anhelo de vivir, necesidad primaria en la que se nos manifiesta el gran don de la creación: la vida, y en la que se nos revela la “gloria de Dios”, que consiste en que “la persona, sobre todo pobre, viva. Y cuando este deseo de vivir brota del sufrimiento, se convierte en el gran signo del Crucificado, que trae la vida al mundo injusto.
  • Acogida solidaria. Existen personas que han quedado afectadas por la situación trágica de tantos migrantes y refugiados desvalidos e indefensos. Por eso, unas se manifiestan y protestan reclamando leyes más humanas y justas; otras los acogen, les prestan ayuda y apoyo según sus posibilidades y otras procuran descubrir las causas de su trágica situación y se organizan para denunciarlas… Gestos de solidaridad y de compartir que están actualizando el milagro de la multiplicación de los panes.
  • Traen la luz y la verdad. La mera existencia de migrantes y refugiados es una luz poderosa, que se proyecta sobre el mundo rico, desenmascarando su estilo de vida, individualista y consumista, que se presenta muy atrayente y seductora, pero muy engañosa, pues exige víctimas para subsistir. En este mundo la situación de los inmigrantes se convierte en voz profética, ya con su aflicción visibilizan lo que el mundo satisfecho y los dominadores no quieren saber.

Una segunda lección es que la realidad de las personas migrantes y refugiadas constituye un grito de denuncia y en una llamada a la conversión personal, social y estructural en orden a crear un mundo fraterno: Dios Padre reclama reconocer a las atrás personas como hermanas, y construir la fraternidad universal. Fraternidad que es negada por los grandes poderes económicos, la mano invisible que mueve el mundo, que reclaman a los poderes políticos que fomenten la competitividad, el egoísmo individualista,

Los rostros de los inmigrantes ilegales son todo un símbolo de cómo el mundo rico y satisfecho considera de verdad a los pobres, como gente sobrante, que molestan y ponen en peligro su bienestar y comodidad.

La tercera enseñanza tiene que ver en la forma en que podemos orientar nuestro qué hacer. El fenómeno de los migrantes y refugiados, como signo simbólico, es un fenómeno complejo, por ello, reclama la construcción de una nueva conciencia ética que favorezca una ciudadanía lúcida, de mirada limpia y crítica, capaz de descubrir el engaño y la mentira sobre la que se asienta nuestra vida. Para ello es preciso que aflore la aflicción, el sufrimiento de las víctimas, a fin de que podamos tomar conciencia de las consecuencias de nuestro estilo de vida, y de la cultura que legitima los valores, y el modelo de persona y de sociedad en que se asienta.

Frente a esa cultura del consumismo y la satisfacción la comunidad seguidora de Jesús de Nazaret tiene otro paradigma: la fraternidad universal; la civilización de la pobreza, y la  esperanza basada en la fe en el Espíritu de Dios que está en cada persona, y que aunque se encuentre secuestrada y oprimida por el sistema, en las grandes crisis y sufrimiento es capaz de resurgir y retornar a la senda de la solidaridad, la justicia, la compasión y la resistencia ante las injusticias.

La gran cuestión que los migrantes y refugiados plantean la humanidad y, por tanto, a la comunidad creyente, es qué tipo de persona, de sociedad y de mundo hemos de crear, para que todos podamos ser felices y vivir en paz. No seas parte del muro, y comienza a caminar.