Uno de los dramas más sombríos que padece esta generación es la soledad. Es cierto que siempre existieron personas que voluntaria u obligadamente vivieron una existencia en soledad, pero estos casos eran excepcionales. Mis padres y abuelos me han contado historias de algún tío abuelo que vivía solo en el pueblo y que jamás se relacionaba con nadie. Era huraño, esquivo, solitario y los niños temblaban cuando se topaban con él. Tan insólitos eran estos casos que sobre estas personas se solían trazar leyendas e invenciones que se comentaban entre los vecinos y allegados.

Hasta hace poco lo común era que los abuelos que quedaban viudos se mudaran a vivir con sus hijos y quien no tenía descendencia era acogido de manera natural por un familiar cercano. Alguno de mis amigos me contaba que cuando era pequeño compartía cama con un tío que quedó viudo. Como la casa era pequeña y no había espacio para más dormitorios sus padres decidieron que al pequeño le sobraba espacio en el lecho.

En poco tiempo, las cosas han cambiado radicalmente. Según la Encuesta Continua de Hogares 2019, los hogares más frecuentes fueron los formados por dos personas (30,4% del total). Le siguieron los unipersonales (25,7%). Por su parte, los hogares de cinco o más personas constituyeron tan solo el 5,8% del total. En nuestro país había 4.793.700 personas viviendo solas en el año 2019. Comparando con los valores medios de 2018, el número de personas que viven solas se incrementó un 1,3% en 2019 (61.300 más).

Los datos son escalofriantes porque la soledad es un sufrimiento invisible. Algunos países como el Reino Unido crearon hace dos años el Ministerio de la Soledad para intentar paliar el daño que produce en la población esta epidemia. Algunos informes señalan que la soledad es tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día.

Pero lo más grave es que a esta soledad física debe añadirse una variante de reciente creación que consiste en un tipo de soledad enmascarada. Es la de aquellos que tal vez aparenten llevar una vida sociable rodeados de compañeros de trabajo y conocidos con los que recorren los bares y restaurantes de la ciudad. Pero que, en realidad, son conscientes de que mantienen relaciones frívolas carentes de cualquier atisbo de profundidad.

Ningún hombre está cerrado en sí mismo, nadie puede vivir solo de sí y para sí. Recibimos la vida de otro y no sólo en el momento del nacimiento, sino cada día. El otro es necesario, es vital como el aire que respiramos. Sin embargo, el hombre ha sido engañado y ha creído las palabras que dramáticamente arrojaba el filósofo existencialista Jean Paul Sartre: “el infierno son los otros”. Es decir, para Sartre no solo el otro no es corriente de vida para nosotros, sino que constituye más bien una amenaza a nuestro bienestar.

Las consecuencias de adherirse a este tétrico dogma del filósofo resultan trágicas. Así, por ejemplo, se considera un infierno acoger en el hogar a los padres ancianos o enfermos y se juzga mucho más sensato internarlos en residencias para mayores. Ciertamente, en ocasiones es la única alternativa posible, pero a veces, se ampara esta decisión en una discutible mejor atención.

Pero no solo la soledad es territorio abonado a los ancianos y enfermos. Los pequeños también están marcados por el signo de la soledad que impera en nuestros tiempos. Después del largo confinamiento del pasado mes de marzo y abril, algunos amigos me confesaron que sus hijos no querían salir de casa y que preferían quedarse en su cuarto jugando a la Play o al Fortnite. En muchas familias se alienta con ingenuidad la soledad de sus miembros. Y así, son mayoría los que optan por tener un solo hijo pensando que así podrán proporcionarle todo lo que necesite y gozará de un cuarto para él solo. Cada cual decide cómo orientar su propia vida y tal vez algunos piensen que es bueno que sea así. Mi experiencia como padre me reafirma en que la mejor herencia que puedo dejar a mis hijos son sus hermanos.

Esta preocupante deriva ha llegado hasta el extremo de convertirse en tendencia una nueva forma de compromiso matrimonial. Me refiero a la conocida como sologamia que consiste ni más ni menos que en casarse con uno mismo y en prometer que te vas a amar y respetar por encima del resto. Sin ir más lejos, recientemente se estrenó una película con esta temática bajo el título La boda de Rosa. Porque, una vez más, si el otro es el infierno, se prefiere la soledad.

También los gimnasios son, en algunos casos, un canto a la soledad y al egocentrismo, una réplica del mito de narciso. No diré que sea nocivo frecuentar estos lugares. Solo constato que se prefiere el ejercicio individual a los deportes en equipo. Yo acudí durante dos años a un gimnasio y observé cómo muchos jóvenes castigaban sus brazos y piernas para gozar contemplando su cuerpo musculoso en los numerosos espejos que adornan este tipo de instalaciones.

Hasta en la práctica religiosa se ha perdido la dimensión comunitaria. Resulta difícil descubrir en las parroquias una comunidad de amor entre hermanos a semejanza de la Santísima Trinidad. Más bien, abundan los individuos aislados que acuden al templo a realizar sus prácticas religiosas sin que necesariamente les preocupe en absoluto su relación con el resto de feligreses. Si, de nuevo, el infierno son los otros, quienes acuden a recibir los sacramentos apuestan por una relación directa con Dios para ganarse el cielo. A veces, por no querer interferencias de otros, no se acepta ni la de los sacerdotes para perdonar los pecados. ¿Para qué meter a un tercero en mis cosas cuando puedo hablarlas directamente con Dios?

Por último, si existe un espacio en el que se manifieste de forma despiadada la soledad de la que estamos hablando es en las redes sociales. Estas supuestas redes de amigos se configuran supuestamente como herramientas fundamentales para paliar la soledad. Pero lo cierto es que terminan por ser opiáceos que nos elevan a una dimensión fuera de la realidad. Nos engañamos creyendo que tenemos muchos amigos en el whatsapp o muchos likes en nuestras redes, pero la verdad es la escasa sustancia de este tipo de relaciones. Suele suceder más bien al contrario de lo que parece. No me equivoco si pregunto cuántos seguidores tienes y te diré lo solo que estás.

¡La soledad es el infierno, los otros no! Ya lo dijo Dios mismo: “No es bueno que el hombre esté solo”.