Naim, sacerdote refugiado: “Somos perseguidos porque no queremos abandonar nuestra fe”

Naim Shoshandy es un presbítero iraquí de rito siro-católico. A sus 39 años, cumple su primera década como ministro ordenado, y no ha dejado de moverse: desde sus comienzos, en un campo de refugiados; hasta Albacete, donde ejerce actualmente su sacerdocio como cristiano perseguido y auspiciado en España. Los últimos días, ha peregrinado por tierras aragonesas, de la mano de Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Naim, ¿cuál es tu historia?

Nací en Qaraqosh, a 33 km de Mosul (o Nínive). Es la segunda ciudad más importante en Iraq. Nací en una familia cristiana, católica, practicante. Somos cinco hermanos: dos chicos y tres chicas. Mi padre falleció de cáncer. Mi madre está viva, gracias a Dios, y mis hermanas, también. Viven ahora en Qaraqosh. Después de entrar el DAESH, las casas fueron quemadas, destruidas. Incluidas las de mi familia.

Damos gracias a Dios porque hemos podido reconstruir muchas casas de mucha gente y muchos han podido volver a la vida. Cada uno vuelve a su casa, a su ciudad, a su pueblo.

DAESH es un grupo terrorista que quiere establecer un estado islámico en Iraq y Siria. Este grupo nos dio tres opciones a las personas que no éramos de opción musulmana: convertirnos, pagar el impuesto islámico o abandonar la localidad inmediatamente. Teníamos que abandonar las casas, las iglesias y todo lo que teníamos en nuestra vida porque no queríamos abandonar la fe en Jesús.

Somos perseguidos porque no queremos abandonar nuestra fe: somos seguidores de Jesús. Estamos perseguidos por su Cruz. Y nos refugiamos en Erbil, capital del Kurdistán iraquí. 

Lo cierto es que hemos sufrido mucho. No es fácil recordar esos momentos. Teníamos que salir el día 14 de septiembre de 2014. ¿Te imaginas? Después de casi nueve años y todavía estamos sufriendo esta situación. Nos refugiamos y vivimos una vida “normal”. Vivíamos en el parking, en la calle… Donde encontrábamos sitio, la gente se sentaba. Yo trabajaba como sacerdote en el campo de refugiados. Es lo más importante para nosotros: muchas veces, no podíamos ofrecer una ayuda material o económica, pero sí la Palabra de Dios. La Eucaristía, todos los días.

Teníamos esta esperanza: que un día volveríamos a nuestras casas, nuestras ciudades y nuestros pueblos

¿Estás hablando del momento en que acabas de ser ordenado sacerdote?

¡Sí, sí, sí! Yo fui ordenado en 2013 y no había llegado ni a un año… ¡y empezó mi misión, fíjate! En el campo de refugiados. Yo estaba muy feliz, porque, cuando empecé me enviaron a un pueblo, Bartella, donde fui vicario de la parroquia de San Jorge; y, luego, me pidieron que volviera, como sacerdote, a la catedral de Qaraqosh. Por cierto, una catedral que tuvo suerte, por la visita del Papa Francisco, cuando estuvo en Iraq.

Yo era nuevo y, claro: ¡al campo [de refugiados]! Ahí es donde te decía que la Eucaristía era el alimento más importante para salir adelante. Las catequesis… Hemos celebrado Misas en algunos sitios increíbles: tiendas, calles, aparcamientos… ¡Increíble!

¿Cómo se lleva esperanza, “sentido”, a las personas que habitan un campo de refugiados?

¡Claro, no es fácil! Imagina un padre que tiene cuatro o cinco hijos y ha abandonado su casa y su vida… No es fácil. Pero como todo el mundo sabe, los cristianos de Iraq tienen una fe muy fuerte y ninguno valora la posibilidad de convertirse al Islam, pues si das esta esperanza, se confía en la oración, ¡y de verdad!

Te puedo decir que, cuando llegamos allí, mucha gente preguntaba “dónde está el sentido de la vida”. En algunos momentos, sentimos que hemos perdido nuestra dignidad. Nuestra dignidad humana. Te hablo del derecho humano de la dignidad que supone ser humano. Pero nunca hemos tenido duda de la mano de Dios. Como pensando que Dios nos abandona… ¡No! Siempre hemos sabido que Dios está SIEMPRE con nosotros. Que está acompañando nuestros pasos con la oración. Esa oración se convirtió en el arma que nos daba el ánimo. [se emociona] Fueron momentos difíciles… pero, dentro de este sufrimiento de las angustias y la tristeza, la gente rezaba. Lo hacía con toda la fuerza. Y teníamos esta esperanza: que un día volveríamos a nuestras casas, nuestras ciudades y nuestros pueblos. 

Esta fue la realidad. Estuvimos refugiados en este campo casi tres años. Hemos sufrido mucho. Mucha gente marchó a otros países porque tenía posibilidad. Era su derecho. Cada uno sale adelante como puede, según su libertad y con todo respeto.

Frente a un Occidente anestesiado que ha “olvidado a Dios” (Solzhenitsyn), ¿es posible que, en lugares como ese, con situaciones como la que nos narra, el sufrimiento pueda conceder una cierta apertura a la trascendencia?

Es normal, ¿no? Somos humanos y pensamos diferente. Pero es que allí la cultura es diferente, así como las costumbres: allí, la fe y esta esperanza vienen de la familia, que tiene un papel muy importante para nosotros. Por ejemplo, recibimos la bendición de nuestras madres. Hay cosas que son diferentes. No quiere decir que en Occidente se hayan perdido, ¡han cambiado muchas cosas! Pero allí siguen con estas costumbres. La familia tiene que tener hijos. Es responsabilidad de los padres tener hijos. ¡Hay que seguir adelante! Porque dentro de la crisis, del sufrimiento, se entiende que la vida tiene que seguir. Uno es responsable también de la creación de Dios. Por eso, la familia es muy importante en nuestra vida.

Para mí, la mejor escuela de la vida es la familia. Por mucho que vayas a la mejor universidad del mundo, la familia es donde aprendemos los valores humanos y los valores cristianos. Esto también es muy importante para nosotros.

¿Qué se siente cuando te persiguen físicamente por seguir a Cristo? ¿Qué se experimenta en el corazón?

Duele. Porque yo lo que necesito es respeto. Del mismo modo que yo respeto a otras personas que son diferentes, déjame en paz a mí, que soy cristiano. Voy a vivir mi fe, mi confianza en mi Dios… Déjame hacerlo en libertad. Eso es lo que buscamos hoy en todo el mundo: la libertad religiosa. Además, el amor de Dios es lo mejor, ¿no? 

No quiero pensar que yo soy mejor, no, pero ahora estamos viviendo el siglo XXI. Y (ellos) no han cambiado la mentalidad. No es que yo respete a una persona según su religión o su color de piel… Es porque yo miro a cada persona como “es un hijo de Dios”. Es mi hermano. Porque todos somos hijos de Dios y somos importantes a los ojos de Dios. Y cada uno tiene una misión. 

Lo más importante del ser humano es que sea buena persona y, luego, cada uno con su religión. Pero siempre con el respeto y la fraternidad en la base. Así lo ha dicho muchas veces el Papa Francisco: “Todos somos hermanos”, como la llamada que hace en Fratelli tutti. ¡Esto es de verdad: somos todos hermanos! Hay diferentes pensamientos, lo cual es también una riqueza. Pero que esta diferencia no sea de odio, porque seríamos todos enemigos unos de otros. Somos todos como peregrinos en esta Tierra.

La mejor escuela de la vida es la familia

¿Has vuelto más adelante al campo de refugiados en el que comenzaste tu ministerio?

Sí, hace un mes estuve allí. La situación no ha cambiado mucho. Está un poco peor. Los cristianos, y no sólo ellos, están un poco más cansados. El 20 de marzo hemos celebrado el XX aniversario de la guerra de Iraq. Y, claro, al día siguiente, se ha celebrado un año de la guerra de Ucrania. ¿Dónde estamos?

Estamos en el siglo XXI y estamos celebrando el aniversario de las guerras. No es un aniversario de la paz en estas tierras. Por eso, hoy pidámosle al Señor, como siempre, a la Virgen María, a Ntra. Sra. del Pilar, que nos den la paz. Que todos puedan vivir como hermanos y peregrinos en esta Tierra. 

El gran miedo de la situación en Iraq es que el radicalismo parece estar creciendo poco a poco. El radicalismo [musulmán] poco a poco. Por temas políticos. 

¿Nos regalarías alguna anécdota o momento que te haya impactado especialmente?

Por ejemplo, con mi nuevo obispo, estuvimos él y yo viviendo juntos tres años [recuerda y ría con alegría] y haciendo catequesis. Juntos, día y noche. En el campo, ayudando a la gente. Uno y otro. Había algunos momentos en que nos entraba el desánimo pero, el uno al otro nos dábamos ánimo.

Por la noche, él y yo abríamos la Biblia, ¡y muchas veces tocaba un texto sobre lo que habíamos vivido durante el día! Así, la oración del Rosario y nuestra oración litúrgica la vivíamos muchas veces como podíamos, porque volvíamos muchas veces cansados, con tanto sufrimiento… Porque nosotros vivíamos entre los demás. Todo el día estábamos con ellos y compartíamos todo. Con cercanía también con jóvenes, niños, sacerdotes, ¡todo el mundo!

Porque todos somos hijos de Dios y somos importantes a los ojos de Dios

¿Qué podemos aprender de todo esto los cristianos de aquí?

Para todos los cristianos del mundo, siempre recuerdo estas palabras de San Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo! Abrid vuestros corazones, seguid a Jesús”. Él nos da la fortaleza y la fuerza para seguir adelante. Con confianza en el Espíritu santo, que siempre acompaña nuestros pasos. Y miramos siempre a Ntra. Madre, la Virgen María. Ella tiene un papel importante para todos nosotros, los cristianos católicos. Nos acompaña también en nuestros pasos. En todos los momentos difíciles, especialmente, es como nuestro refugio, ¿no?

Ella nos da la fuerza para seguir a Jesús y sus caminos.

Muchísimas gracias, Naim.

Muchas gracias a todos; gracias a la diócesis de Zaragoza, por la acogida; a nuestro obispo, Carlos; a todos los párrocos; al seminario, Javier, porque he tenido la suerte de celebrar con todos los seminaristas. Esto era para mí una oportunidad de recordar también mi tiempo, cuando estuve en el seminario. Ha sido una oportunidad para mí acompañarlos en estos momentos.

Muchas gracias. Que Dios os bendiga a todos.