Nace el amor: el verdadero espíritu navideño

¿Qué tal has pasado las últimas navidades? ¿Has disfrutado junto a los tuyos? El año ha sido duro, ha tenido sus altibajos, sus más y sus menos… Llegado el momento, te has preparado. Celebramos la Purísima y te sientas junto a los tuyos: “Tenemos que poner el Belén”. Esta preciosa costumbre del pesebre cuya devoción difundió San Francisco de Asís. Cuando El Corte Inglés lleva ya mes y medio con adornos rojos y verdes; cuando las luces llevan puestas un mes en calles y edificios; cuando el cansancio del primer trimestre comienza a acumularse… Comienza el Adviento y, con él, el protagonismo de María, de Juan Bautista… pero también de los calendarios, de las cartas a los Reyes o a Santa… Todo para preparar la venida de Dios hecho niño.

Veremos las implicaciones que tiene esa realidad. Pero veamos, por ahora, las que no tiene. Sin embargo, hay aspectos que asumimos enseguida, en cuanto comienza diciembre, como tarde. 

  • “¿Qué pediré este año?”
  • “¡Qué bonitas están las luces!”
  • “¿Sabes si quedan ofertas de Black Friday?”

Son algunas de las ideas y las frases que se repiten esos días. Todo el mundo está ilusionado con lo que está sucediendo. Además, se acercan algunos momentos de descanso. O incluso algunos días en familia, para quien puede celebrarlo con los suyos. ¿Es esto la Navidad?

Belén de ABEMA, en la catedral de Málaga.

Mi profesor Manuel Martín Algarra, catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad de Navarra, nos regaló una enseñanza que conservaré toda la vida: “Las cosas son lo que parecen. Pero no son sólo lo que parecen ni son todo lo que parecen”. Podría decirse que la Navidad es atiborrarse de polvorones, viajar al pueblo o cobrar la extra, pero no es sólo eso de ningún modo. ¿Qué significa Navidad? Seguramente, lo has pensado varias veces, pero es posible que no. La Navidad es la Natividad, el Nacimiento de Jesús. El Divino cumpleaños, como lo llama un amigo mío. Va Dios y se hace “niño de pañales”. Dios nace de mujer. ¿Qué está sucediendo? Todos hemos disfrutado mucho estas fechas pero, ¿qué es lo que realmente ha pasado?

Qué sí es

“La gloria de Dios es que el hombre viva”, suelta San Ireneo (Adversus haereses 4, 20, 7). ¡Y se queda tan ancho! ATENCIÓN, SPOILER: a partir de la Encarnación, entendemos que el fin de Dios mismo es a través y a partir de nuestra salvación. Ese es su objetivo, que nos comunica a través de la Palabra del Hijo y del Espíritu del Hijo. Este es un buen resumen de lo que está pasando, de lo que ha sucedido estos días. Y es que el propio Ireneo continúa con otra frase cuando se termina la famosa cita: “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. No es unidireccional. Es un nacimiento omnidireccional y, sobre todo, católico, que significa universal, “para todos”. ¡Nace el Amor!

El nacimiento de Jesucristo desvela, finalmente, el truco. Y vemos que hay auténtica teología escondida estos días, detrás de un montón de paquetes de regalo envueltos como mejor se ha podido. Teología trinitaria; esto es, que nos habla de Dios en profundidad. Hablamos de un Dios Trinidad, ¿por qué? El amor del Padre como amante llega al Hijo como amado. Y este amor tiene nombre: Espíritu Santo. Es el Amor de los amores. Si se habla de la Trinidad, se habla desde Jesucristo. La Santísima Trinidad pasa a ser el gran descubrimiento del hombre acerca de Dios. ¡Eso sí! Era necesaria la Natividad de Jesucristo para comenzar a entenderla. Ese Dios “semper maior” (San Agustín) ha querido encarnarse en un niño indefenso, en una humanidad que asume como propia. Dice von Balthasar: “La totalidad está contenida en el fragmento”.

Sagrada Familia de Bea Trigo (@triguete).

Ojo, decimos que la Navidad nos habla de Dios en profundidad pero nos habla también en profundidad del hombre. El ser humano también queda expuesto de la mano del Niño Dios, “que está en la cuna”, como dice el villancico. ¿Sabes qué pasa? Que lo interesante es la conversión de esa teología -de la que estamos hablando- en “vida misma”. Y lo que es muy fuerte es que Jesucristo, cuando nace, irrumpe en la historia -lo que los teólogos llaman la Historia de Salvación– y revela sin tapujos el ser de Dios. Conocemos la Trinidad Santísima debido a la presencia de Jesucristo, como reconoce Ladaria en El Dios trinitario. La fe cristiana en la era secular (2019). Pero, ¿has pensado que estamos hablando de un hombre? ¿Le has dado una vuelta al hecho de que un ser humano, como tú y como yo, es Dios y acaba de nacer?

Por supuesto que ese dato sitúa ya unas expectativas muy elevadas para las mujeres y los hombres que queremos seguir a Jesús. No sólo ha nacido el Niño, ha nacido el gran “modelo antropológico”, como dicen los académicos. ¿Lo has descubierto? O, ¿acaso te has quedado con las luces y las grandes comidas? Lo cual, ¡cuidado!, también es fantástico. No olvidemos que la Eucaristía para la que ha nacido este Niño Dios -el Misterio Pascual- también comienza con una larga cena en familia y con amigos. 

Pero volvamos a centrarnos. Nace Jesús. Habla con el Padre. Habla en público con Él. Para colmo, le llama “papá”. Abbá!, “¡Papá!”. Jesús, el Señor, sólo encuentra una forma de expresar lo que siente por Dios Padre, por Yahvé: la relación paternofilial, el amor que existe entre un padre y su hijo, y viceversa. Es un amor tan grande que Jesús llama públicamente “abbá” a Dios y nos hace hijos a todos los demás. Dios es amor es una fórmula con base en la Escritura (1 Jn 4, 8) que recoge de modo absoluto la relación intratrinitaria, plena de un amor que se desborda en nosotros, los seres humanos. De hecho, nosotros, en virtud de ese amor, somos llamados Hijos de Dios. De este modo, la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo -que es de igualdad y, al mismo tiempo, de diferencia- es modelo de familia, comunión y escuela de santidad. Y todo ha empezado ahora, con la Navidad.

Qué implicaciones tiene

¡Qué fuerte! Según le doy vueltas, me voy olvidando de que este artículo comienza siendo un ejercicio para la asignatura de Misterio de Dios en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA). ¿Por qué? Porque, según uno ahonda en lo que ha sucedido esta época del año que es la preferida de tantos, se da cuenta de la trascendencia que tiene. ¿Cuál es el momento del año más importante para cualquier cristiano?, ¿cuál es el día con más relevancia? “¡La Navidad!”. Fijo que te han dado ganas de gritarlo. ¡Pues no! Se trata de la Pascua de Resurrección. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (1 Cor 15, 14). ¡Vana, “inútil”! Pero pienso que algo de razón hay en subrayar la importancia de la Navidad, porque el que no ha nacido no puede morir ni puede resucitar.

La implicación más imponente, la más salvaje que tiene todo esto es que Jesús ha puesto rostro a Dios. Lo podemos ver con ojos, lo podemos tocar e incluso dibujar o esculpir. Y aún hay más: podemos hablar con Él. “Tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, como definía Santa Teresa de Ávila la oración. Esto, ¿por qué? ¡Porque es un igual! Dios se ha hecho un igual entre nosotros. Uno más. ¿Lo entiendes? Seguramente, lo venías experimentando durante toda tu vida… o no. Pero es que se trata de un asunto tan “gordo”… Y ahora que digo “gordo”, ¡nos ha tocado a todos! La lotería “ha llegado a esta casa” (cf. Lc 19, 9). Cuando parece que lo que hemos vivido estos días no podía ser ya más profundo, cuando hay quien pensaría que hemos dicho todo lo que se podía decir sobre ello… Nos llega el verdadero regalo de Navidad: con su nacimiento, Jesús no sólo nos ha mostrado a su Padre, que es ahora nuestro Padre, sino que nos ha regalado a su Madre.

Esto resulta verdaderamente sorprendente: una virgen, una muchacha joven, adolescente, ha tenido un hijo. Un hijo nacido del Amor que es el Espíritu Santo. Así, se ha hecho la madre de Dios. Una chica, como tu amiga o de la edad de tu hija, es ahora la Reina del universo, de todo lo creado. No es que sea Dios o su representante, como un sacerdote… ¡Es la Madre de Dios! Su Madre. La que dijo que les faltaba vino en aquella boda (cf. Jn 2, 3) y Él… a obedecer. Personalmente, doy gracias a Dios por esta Madre y por la posibilidad de renacer en el Bautismo, que es lo que celebramos el domingo pasado.