Acabamos de pasar la semana de mayor trabajo de la ONGD Manos Unidas. La segunda semana de febrero todos los años, los voluntarios y voluntarias y los profesionales de la organización, nos volcamos en actividades varias dirigidas a sensibilizar a la sociedad sobre las carencias que padecen las personas en los países del Sur, y la necesidad de compartir con ellos parte de lo que poseemos. Que, aunque no nos lo parezca, tenemos mucho más que ellos.

Todos los años Manos Unidas invita a varios misioneros para que recorran las distintas diócesis españolas explicando su labor en esos países, y cómo Manos Unidas apoya los proyectos de desarrollo que le presentan, y cómo esos proyectos cambian a mejor la vida de las comunidades.

Una de las actividades que más me agradan es acompañar a los misioneros a las diferentes parroquias y colegios para escuchar una y otra vez sus vivencias, las dificultades con que se encuentran y la alegría por los logros cuando los proyectos tienen éxito.

Siento una gran admiración por todos estos hombres y mujeres que pudiendo vivir una vida cómoda y sin dificultades, se arriesgan a lo desconocido y “gastan” su vida en ayudar a quienes más lo necesitan. Es admirable la generosidad que derrochan, aún sabiendo lo peligrosa que es su labor, especialmente en ciertos países. Son muchos los que han dejado, incluso su vida, por servir a los más pobres.

Hace unos días me contaba una amiga que ha estado en Colombia y ha visto la violencia que existe y que su tía, misionera en ese país, nunca ha contado a sus familiares las dificultades que padecen, que incluso cuando se lo preguntó, quitó hierro al asunto disimulando.

¿Qué tienen estos países y estas gentes que atrapan el corazón de estas personas? ¡Cuántas veces ante conflictos armados han sido invitados a huir del país en cuestión y se han negado! ¿Qué les impulsa a actuar así? ¿Ven a Jesucristo en sus rostros sufrientes? ¿O la alegría y la inocencia de los niños les ayuda a mitigar el dolor por tantas situaciones de injusticia que presencian? He visto misioneros viviendo en las mismas condiciones de pobreza que los nativos, integrados totalmente en la comunidad y acompañándoles apoyando los proyectos de desarrollo que presentan, pero sin interferir en su elaboración y ejecución. A esto le llamo yo “encarnación”.

Creo que estas personas se sentarán a la derecha de Jesucristo porque han hecho realidad lo de “Venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber….” (Mt 25, 34-37).

¡Ojalá todos los cristianos fuéramos así de desprendidos, aunque no vayamos a países de misión! También aquí podemos dar ejemplo de coherencia al vivir nuestra fe, siguiendo las huellas y las enseñanzas de Jesucristo, sabiendo que somos todos hijos de un mismo Padre.