Me ha llamado la atención que este año la Fundación del Español Urgente (Fundéu) promovida por la Agencia EF y el BBVA, haya elegido como palabra del año el neologismo “aporofobia”, acuñado por la filósofa Adela Cortina hace ya 20 años para dar nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres. La propia RAE lo incluyó en el «Diccionario de la lengua española» en este pasado mes de diciembre.

En el ámbito de lo social y el trabajo cercano con las personas inmigrantes, estábamos ya familiarizados con el término. Sobre todo porque Adela Cortina supo con suma destreza advertirnos, ya hace años, con las primeras oledas de personas que huían de la pobreza, la miseria o las guerras del tercer mundo, que el rechazo que sufrían en este llamado primer mundo, no era tanto “racismo” o “xenofobia”, sino “aporofobia”.

Y es que, como pone de manifiesto la propia Adela Cortina, los problemas que puede provocar la inmigración no son, hasta cierto punto, de xenofobia, ya que el turismo que es una de las principales riquezas de España, cuando se trata de extranjeros, no provoca racismo, sino acogida y hospitalidad. Y qué podemos decir de los grandes jugadores extranjeros de fútbol. No sólo no hay reacciones racistas contra ellos, no son “sudacas”, “moros” o “negros”, sino que se convierten en estrellas mediáticas, en referentes de moda y modelos a seguir.

Los problemas surgen con aquellas personas que vienen de fuera y son pobres. Es aquí donde surge la “aporofobia”. Realmente lo que provoca rechazo y miedo en nuestra sociedad es la pobreza. Expresiones como “vienen a quitarnos el trabajo”, “se aprovechan de las ayudas sociales”, “vienen a vivir del cuento”, son prejuicios alimentados por la “aporofobia”.

Pero este rechazo también se expresa con los pobres que son de aquí, como ocurre con personas que viven en situación de calle, con las familias que viven en la pobreza extrema, con personas que sufren la exclusión generación tras generación. De nuevo el miedo provoca prejuicios: “están así porque quieren”, “son vagos”, “no quieren trabajar”.

Creo que ha sido un acierto darle reconocimiento y respaldo a este nuevo término en este momento. Estos últimos años han sido muy duros en materia de refugiados, especialmente 2016 y 2017, con el recrudecimiento de la crisis migratoria del mediterráneo, provocada por la guerra en Siria, con más de seis mil personas que han perdido la vida en el mar intentando llegar a la UE, y el aumento de las mafias y del tráfico de personas.

La falta de reacción por parte de los gobiernos para poder arbitrar medidas que permitiesen una acogida ordenada y controlada de los refugiados, hace que la entrada irregular de personas aumente los prejuicios y la sensación de miedo ante esta realidad, aumentando reacciones de “aporofobia”.

En este sentido me gustaría traer a colación estas palabras del Papa Francisco: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales”. (Evangelii Gaudium, 210)

Y el llamamiento que nos hace a cada uno de nosotros y a todas las comunidades cristianas para estar atentos a la llamada de los pobres: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo”. (Evangelii gaudium, 187)

Evidentemente esta visión desde la «aporofobia» no niega las actitudes racistas y violentas contra las personas extranjeras, y que tenemos que denunciar rotundamente, sin embargo nos hace caer en la cuenta de que muy habitualmente esta violencia sólo se ejerce contra aquellos que sufren pobreza y exclusión social.