Marcos Rivera ya es diácono de la diócesis de Huesca

Miguel Barluenga
26 de octubre de 2025

La catedral de Huesca ha sido este domingo 26 de octubre el escenario de una celebración profundamente emotiva y esperanzadora para la diócesis: la ordenación como diácono del seminarista Marcos Rivera, natural de Nicaragua. En una ceremonia presidida por el obispo, el padre Pedro Aguado Cuesta, la comunidad diocesana se ha reunido para acoger con gozo a este joven que ha encontrado en la Iglesia que peregrina en Huesca el lugar donde entregar su vida a la causa del Evangelio y al proyecto de Jesucristo.

En los bancos del templo, entre el incienso y los cantos, se entrelazaban rostros y emociones: la madre de Marcos, su tío y varios familiares; los sacerdotes de la diócesis y de otras cercanas; sus compañeros del Seminario; jóvenes de la pastoral diocesana y fieles de las parroquias de Abiego, Alberuela, Azara, Azlor, Ponzano, Lascellas y otras comunidades en las que el nuevo diácono ha servido durante su formación. Todos unidos por un mismo sentimiento: la gratitud a Dios por el don de una vocación que se hace visible en medio de la Iglesia.

En su homilía, el obispo reflejó que ha pensado “en las veces que te habrás arrodillado ante Dios cuando el horizonte era incierto. El Señor ha escuchado tu oración y hoy te responde: te pide más, te pide todo. Porque eso es una ordenación”. Esa entrega total -“el todo de uno mismo”, como señaló el obispo- se hace camino en el diaconado, primer grado del sacramento del orden. Un paso que no es simple trámite, sino un sí pleno al servicio de Cristo y de su Iglesia, en el que el nuevo diácono promete obediencia, castidad y disponibilidad para el ministerio.

El obispo quiso también recordar a los fieles que un ministro ordenado “es un tesoro en un vaso de arcilla”, una imagen bíblica que resalta la humildad de quien sirve. “Dios confía el tesoro del Evangelio a hombres frágiles -dijo-, a personas de barro. Por eso, cuidad a vuestros sacerdotes, a vuestros diáconos, a vuestro obispo. Necesitamos de vuestra oración y de vuestra cercanía”.

Dirigiéndose al nuevo diácono añadió: “Marcos, que Dios te conceda el don de sentirte siempre pequeño y pecador, consciente de que la grandeza del servicio nace de la humildad”.

“Crecer en pequeñez” fue una de las expresiones más repetidas en la homilía. Porque el diaconado, recordó el obispo, “no es un escalón hacia algo más alto, sino el fundamento del ministerio sacerdotal. El diácono se consagra al servicio: de la Palabra, de la Eucaristía, de los pobres. Siempre servidor. Aunque un día seas presbítero, seguirás siendo servidor”.

El obispo quiso subrayar la clave profunda de toda vocación: “Marcos no se ordena por servir, aunque sirva; ni por consolar, aunque consuele; se ordena por Jesucristo, porque le ama con toda su alma”. En esa fidelidad a Cristo se encuentra la fuerza que sostiene el ministerio cuando llegan los cansancios o las dificultades. “Cuando Jesús preguntó a Pedro si lo amaba, no le pidió títulos ni virtudes. Solo amor. Esa es tu fortaleza: saberte amado por Él”.

El rito de la ordenación, con la imposición de manos, la oración consecratoria y la vestición con la estola y la dalmática, simboliza esa entrega radical. A partir de hoy, Marcos asistirá al obispo y a los presbíteros en el altar, proclamará el Evangelio y servirá especialmente a los pobres y necesitados.

En el tramo final de su homilía, el obispo dirigió su mirada hacia los jóvenes presentes: “Nuestra diócesis necesita una nueva generación de hombres y mujeres que entreguen lo mejor de su vida a nuestra gente. Jóvenes que muestren con su ejemplo que Jesucristo puede colmar las aspiraciones más hondas del corazón”. Por ello, invitó a sacerdotes y catequistas a ser “ministros de la inquietud vocacional”, sembradores de preguntas y acompañantes de quienes buscan su lugar en la Iglesia.

En el rostro de Marcos se mezclaban la emoción, la serenidad y la gratitud. Su ordenación no es solo un acontecimiento personal, sino un signo de esperanza para una diócesis que, en medio de la escasez vocacional, sigue viendo cómo el Espíritu suscita nuevas respuestas.

El nuevo diácono comenzará ahora su servicio pastoral en las comunidades rurales que ya lo conocen, allí donde la fe se sostiene en la sencillez y en el compromiso cotidiano. Desde hoy, su vida queda marcada por las palabras que resonaron una y otra vez en la celebración: “Siempre servidor, siempre pequeño, siempre de Cristo”.

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