Salmo 87
DESCARGA AQUÍ EL PDF COMPLETO2 Él la ha cimentado sobre el monte santo:
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
3 ¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
4 “Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí”
5 Se dirá de Sión: “Uno por uno
todos han nacido en ella:
el Altísimo en persona la ha fundado”.
6 El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
“Éste ha nacido allí”.
7 Y cantarán mientras danzan:
“Todas mis fuentes están en ti”.
INTRODUCCIÓN
El Templo y el Sábado son dos instituciones fundamentales en Israel. A través del Sábado el judío consagra el tiempo a Dios y, a través del Templo consagra el espacio.
El salmo 87 es un cantor del espacio de Dios. Es cierto que es suya toda la tierra, pero hay un lugar, una ciudad a la que Dios ha escogido: es la ciudad santa de Jerusalén, corazón de Israel. Y en la ciudad, el Templo. Es probable que este salmo, en su forma original, estuviera dirigido a los judíos de la diáspora que llegaban a Jerusalén en peregrinación. Con ellos se formaba la gran familia de Israel.
Más tarde, por influencias de los profetas, el salmo fue releído en un horizonte más universal: «Y muchos pueblos y naciones poderosas vendrán a adorar al Señor todopoderoso en Jerusalén y a pedir su protección» (Zac 8,22). Lo más curioso del caso es que, hasta los más acérrimos enemigos -Egipto, Babilonia, Filistea, etc. reconocieron al Dios de Israel hasta el punto de considerarse conciudadanos de esta ciudad. Al margen de lo sucedido en la historia, en este salmo corren aires nuevos y un soplo universalista pasa dulcemente por nuestra piel y recrea nuestros oídos. Este pequeño poema nos lanza hacia una esperanza escatológica.
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO
Jerusalén, ciudad bien cimentada (v.1)
Cimentar equivale a fundamentar. Esta ciudad está bien fundada. El que ha puesto los cimientos es el Señor. Él es el fundador de esta ciudad. Y ama sus puertas. La puerta tiene un sentido simbólico. Todos sabemos lo que significa cerrarnos la puerta o abrirla de par en par. El Señor ama esas puertas que se van a abrir no sólo a los judíos sino a todos los pueblos. Dios no cierra las puertas a nadie. Y goza viendo entrar por ellas no sólo a los judíos sino a todos los hombres sin distinción de razas. En este salmo el templo de Jerusalén es superior a las moradas de Jacob. Quiere decir que es superior no sólo a los otros santuarios de otros dioses sino incluso a los santuarios de los antiguos patriarcas. «En la ciudad amada he hallado descanso, y en Jerusalén he asentado mi poder» (Sir 24,11).
Jerusalén, madre de todas las naciones y Dios el Padre de todos los pueblos. ¿Puede haber mejor noticia? (v 3).
Dios mismo se convierte en pregonero de su ciudad. De ella va a decir cosas admirables: «Levántate y brilla Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (ls 60,1).
El mismo Señor disfruta contando los metros que tiene su ciudad
y hace votos de permanecer allí porque así le gusta. «El perímetro medirá un total de nueve mil metros. Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: El Señor está aquí» (Ez 48,35). En la visión del salmo, Jerusalén está destinada a ser la madre de todas las naciones. Y ésta es la gloria de Dios. El orgullo de un Padre es poder ver a todos sus hijos unidos en una sola ciudad, reunidos todos en la gran mesa de la fraternidad universal.
Algo asombroso e inaudito: Se acabaron las fronteras. (v.4.)
Egipto y Babilonia han sido los grandes enemigos del pueblo escogido. Lo mismo los enemigos históricos, los filisteos; los comerciantes de Tiro, los remotos habitantes de Etiopía. Cada uno de estos nombres levanta oleadas de recuerdos negativos y nefastos para el pueblo. Pues bien, ahora Jerusalén se convierte en ciudad universal. Él que llamó a Israel (Is 43,1) y después llamó también a Ciro (Is 45,3) está dispuesto a hacer otra llamada inaudita.
«En aquellos días diez extranjeros agarrarán a un judío por el manto y le dirán; queremos ir con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros» (Zac 8,23).
Una ciudad donde todos sean hermanos, he ahí uno de los sueños más bonitos de Dios. (v. 5).
Hay un nuevo orden de la tierra. Un mundo de paz y armonía rodean a los hijos de Sión. Zacarías había anunciado; «Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío» (Zac 2,15). En el salmo 87 se da a cada uno el derecho de ciudadanía. Esta ciudad encantada, compuesta por pueblos distintos, dispares y, en otro tiempo, enemigos; esta ciudad de hermanos en la que todos llegan a entenderse y amarse sólo puede tener un fundador: Dios en persona.
Todos ciudadanos de una misma ciudad. (v.6).
Una inscripción en el censo, en el libro de los vivos, o que viven en un lugar es dato frecuente en la Biblia. El profeta Ezequiel, hablando de los falsos profetas, nos dice: «Castigaré a los profetas que tienen visiones falsas y anuncian oráculos mentirosos; no serán admitidos en el consejo de mi pueblo, no serán inscritos en el libro de Israel” (Ez 13,9).
El no ser admitidos en el libro de Israel era un castigo. Aquí en el salmo el ser inscritos en el registro de los pueblos aparece como un privilegio. Moisés en una oración osada pide al Señor que perdone los pecados de su pueblo. De no hacerla le suplica; «bórrame del libro donde tienes inscritos a los tuyos» (Ex 32,32).
En el salmo, aunque son extranjeros, pasan por un nuevo nacimiento y quedan inscritos como ciudadanos, con pleno derecho, en esa ciudad maravillosa que el Altísimo ha fundado.
Que entre el canto, la danza y la música en nuestros templos (v.7).
Renace la alegría profetizada. Se cumplen las palabras de Jeremías: «De nuevo tomarás tus panderos y saldrás a bailar alegremente» (31,4). «Entonces las doncellas danzarán alegres, junto con los jóvenes y los viejos. Yo cambiaré su duelo en algazara, los consolaré, transformaré en alegría su dolor” (31,13).
Con cantos y con danzas. Así celebra el israelita la liturgia. Es posible que el aburrimiento en nuestras liturgias sea síntoma de falta de fe. No se trata de llenar la iglesia de ruidos. Se trata de ir a la celebración con un espíritu de fiesta.
Una liturgia hecha desde el gozo y desde el gusto por la celebración es vehículo de acercamiento a la fe. El gozo de la Resurrección de Cristo debe impregnar nuestras celebraciones.
«Todas mis fuentes están en ti»
Probablemente se hace alusión al cap. 47 de Ezequiel. Un río que sale del lado derecho del templo Junto al torrente y en las dos orillas había muchos árboles … El torrente es tan grande que desemboca en el Mar Muerto y las aguas quedan saneadas. Allí acuden los pescadores a pescar por la abundancia de peces.
Son aguas fecundas. Por donde pasan brota la vida vegetal y animal. El hombre puede también alimentarse de la pesca. En Sión se desarrolla una nueva creación fecunda, verdeante, gozosa y bendita. Allí no sólo está el pueblo judío sino todas las gentes. Cuando uno lee este salmo se pregunta: ¿No se realizarán en él los sueños de los profetas? Los profetas son artistas, poetas soñadores. Saben levantar al pueblo de la postración cuando las cosas le van mal.
¿Qué sueñan los profetas?
«Convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación, no se prepararán ya más para la guerra» (Is 2,4).
«Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito; el ternero y el león pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos. La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey. El niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién des tetado meterá la mano en la hura del áspid. Nadie causará daño en mi monte santo» (Is 11,6-9). En la idea del autor todos estos sueños se hacen realidad en este salmo.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA.
Vincenzo Paglia: “Jesús no sólo hizo suyo este salmo sino que le dio cumplimiento precisamente en Jerusalén. Jesús se identificó con el extranjero y convirtió a todos los seres humanos en ciudadanos de la nueva Jerusalén, la ciudad en la que murió y resucitó. Es verdad que no todos los hombres pueden decir que han nacido en Jerusalén, pero todos pueden afirmar que todos han sido amados por Dios y salvados por Jesús. Jerusalén es la ciudad de la Resurrección de Jesús, el lugar donde Dios ha manifestado su inimaginable amor por todos los hombres”
El salmista nos toma por sorpresa comenzando a hablar de una ciudad dando por supuesto que ya la conocemos. San Agustín se percató del caso y nos dice: «Cimientos ¿de quién? No hay duda de que los cimientos, especialmente en montes, pertenecen a una ciudad. Pues bien, este ciudadano, lleno de Espíritu Santo, dándole muchas vueltas a su amor y deseo por la ciudad, como habiendo meditado mucho por dentro, rompe a hablar diciendo: Sus cimientos en montes santos; como si ya hubiese hablado de ella. ¿Cómo no había hablado de ella quien mentalmente nunca
calló de ella? En silencio consigo había concebido muchas cosas de aquella ciudad, clamando a Dios; ahora rompe a hablar para que oigan los hombres».
San Bernardo: «Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma».
San Agustín: «En aquella ciudad de la que se alegran no habrá llanto de los que
anhelan sino alegría de los que gozan. ¿Cómo seremos bienaventurados? ¿Poseyendo oro, plata, numerosa servidumbre, hijos? ‘Bienaventurados los que habitan en tu casa; por los siglos te alabarán’. Con esta única y tranquila ocupación seremos felices. Habrá un tal regocijo que no lo conocemos aquí».
ACTUALIZACIÓN
Históricamente sabemos que Jerusalén nunca cumplió los deseos del salmista. Incluso, paradójicamente, la “ciudad de paz” siempre ha estado y sigue estando en guerras. Pero los sueños de Dios deben cumplirse. En parte se cumplieron con la Resurrección de Jesús. Pero cuando se realizarán en plenitud será en la Jerusalén celeste.
Por eso podemos escuchar en el libro del Apocalipsis: Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo…. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas».
Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Y las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria hasta ella; sus puertas no cerrarán, pues allí no habrá noche, y llevarán hasta ella la gloria y el honor de las naciones (Ap. 21).
Mirando la situación actual de la pandemia donde tanta gente ha muerto en la más terrible soledad, hay que afirmar con fuerza que “Alguien ha enjugado tantas lágrimas y ha dado fin a tanto dolor”. Allí ya no necesitaremos Templos ni Iglesias. Se acabará la noche. Todas las naciones caminarán hacia la luz. La peor epidemia que nos puede suceder es la “pérdida de la esperanza”.
PREGUNTAS.
1.- ¿Estoy atado a mi familia, a mi pueblo, a mi ciudad? ¿O me siento ciudadano del mundo?
2.- ¿Está mi comunidad abierta a otros grupos, a otras personas aunque no sean de los nuestros?
3.- Como cristiano católico, ¿doy muestras de cercanía con otros grupos? ¿Los acepto a gusto? ¿Sé convivir con ellos ensanchando el horizonte de la fraternidad universal?
ORACIÓN
«¡Qué pregón tan glorioso para ti ciudad de Dios!»
Hoy, Señor, las palabras se me quedan cortas, se me hacen pequeñas. Tengo necesidad de gritar, de pregonar, de alzar mi voz para que todos se enteren. ¿Qué debo pregonar? Que la ciudad de Dios, la ciudad que él se ha elegido, la ciudad de Jerusalén se ha convertido en una madre que acoge en su seno a todos los pueblos. Hasta los pueblos más lejanos; hasta los más enemigos. ¿Se puede pregonar algo mejor? Se rompen todos los muros; se tiran abajo todas las barreras que separaban a unos pueblos de otros. ¡Qué sermón tan bonito!
«Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella»
Ya no hay huéspedes, advenedizos ni extranjeros. La ciudad de Sión se ha convertido en madre fecunda. Todos son hijos. Todos tienen derecho de ciudadanía. Todos han sido inscritos en el libro de la vida, el libro de los vivientes. La hermandad ya ha dejado de ser una palabra bonita. Se ha convertido en una espléndida realidad. Todos se dan la mano y se saludan con cariño. Todos cantan y danzan felices en una misma plaza, una plaza grande, la plaza de todos los pueblos. Los adjetivos posesivos ya no se declinan en singular; mi casa, mi plaza, mi pueblo sino en plural: nuestra casa, nuestra ciudad, nuestro pueblo.
Se acabaron las luchas y peleas; se acabaron los odios y rencores; se acabaron todas las guerras. Revoloteando por encima de todas las cabezas se alza en alto vuelo la paloma de la paz. ¿Qué es esto? ¿No es acaso el cielo? Sí, esto es el cielo, el proyecto de Dios sobre los pueblos y las naciones; sobre las familias y los individuos. Y decimos: pero esto no se ha dado jamás. Es cierto. Pero es el ideal de Dios, su sueño preferido. ¿Acaso no puede Dios soñar?
«Todas mis fuentes están en ti»
Me miro por dentro y me veo con muchas fuentes: fuentes de deseos, de anhelos, de aspiraciones. Fuentes de felicidad. Y, sin embargo yo no soy feliz. ¿Por qué no soy feliz? ¿No habré errado el camino? El salmo nos dice que «todas mis fuentes están en ti». Yo creía que eran mías y podía disfrutar de ellas a mi antojo. Yo, Señor, quiero poner todas mis fuentes en ti. Tú eres la única fuente capaz de colmar las demás fuentes. Tú eres el único que tiene capacidad de saciar todo el hambre y sed de felicidad que hay en mí. Sí, todas mis fuentes quiero que estén en ti.
Oración mientras dura la pandemia.
Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del «coronavirus», consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre. Por JNS. Amén.