Continúo en esta carta pastoral presentando otros retos de la encíclica Laudato si´.

  1. Superación del  cientificismo y de la tecnocracia

Al tiempo que valora y se apoya en la ciencia, la enseñanza social de la Iglesia critica el cientificismo y la tecnocracia. A eso se refería Juan Pablo II que constató: “la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible” (FR ,88). 

En este sentido, el papa Francisco alude al paradigma de la tecnocracia, es decir, al “modo cómo la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional” (LS 106). Dicho paradigma condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad, también en los ámbitos económico y político. Por ello, insiste el Papa, que es preciso alentar “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (LS 111).

Todo esto se hace particularmente significativo, porque las cuestiones tratadas no se elaboran desde la teoría científica ni desde la imagen del mundo, sino a partir de aspectos prácticos de la “tecnociencia”, que marcan toda nuestra sociedad y cultura. En realidad, estamos hablando de la necesidad de repensar el modelo de desarrollo y de progreso, para lograr realmente una calidad de vida integral: el desarrollo sostenible, equitativo e integral (cfr. LS 13; 18; 52; 102; 159; 161; 191).

En este punto, la encíclica se aleja de toda ingenuidad y gana en profundidad crítica al desenmascarar no sólo el mito del “crecimiento ilimitado” (cfr. LS 106), sino también los modos interesados en los que “el discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio” (LS 194). Por todo ello, “no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual” (LS 198).

  1. Impulsar decisiones necesarias, aunque sean costosas, ante la débil reacción política internacional

Ante la grave situación socio-ambiental que vivimos, “llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente” (LS 54). No podemos olvidar el liderazgo moral y la libertad evangélica que  ejerce la persona del papa Francisco sin esperar todo de la política ni de una ingenuidad idealista o inclusive espiritualista.

Así, se reconoce y se denuncia que, en las últimas cumbres, “por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces” (LS 166). De hecho, no es casual, como he señalado en la primera parte al presentar la evaluación de la encíclica, que la encíclica se haya promulgado en el verano de 2015, con tiempo suficiente para poder hacerse presente en el debate público mundial de cara a la Cumbre de la ONU sobre los objetivos de desarrollo sostenible (25-27 de septiembre en Nueva York) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (del 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015, en Paris), ya citadas.

La persuasión del Papa es que “necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral […] Si la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad” (LS 197). Esta amplitud de miras, de ante mano, insta a superar las lógicas cortoplacistas, partidistas e interesadas; y significa también caer en la cuenta de que estamos ante un reto muy amplio, en el tiempo (solidaridad intergeneracional) y en el espacio (dimensión global que trasciende las políticas nacionales): “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo” (LS 178). 

Como en otros retos de envergadura, el principio clásico de la subsidiariedad ofrece pistas sabias para combinar las acciones políticas en los últimos niveles: hay que pensar globalmente y actuar localmente, al mismo tiempo que mantenemos la mirada local e incidimos globalmente. Y, en todo caso, es necesario superar la lógica de la eficiencia y de lo inmediato  para que la acción política “asuma estas responsabilidades con los costos que implican” (LS 181).

  1. La política y la economía al servicio de la vida humana

“La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana” (LS 189).

Éste es, precisamente, el sentido de la economía en el gobierno de la ‘casa común’. Sin embargo, en la actualidad, se ha producido una grave “distorsión conceptual” de la economía (cfr. LS 195), pues prima más la maximización de los beneficios a corto plazo y, aún más, la economía financiera es más importante que la economía real (cfr. LS 85).

Por eso, las palabras del papa Francisco nos alertan en este sentido, cuando afirma: “las finanzas ahogan a la economía real” (LS 109). En consecuencia, se producen una serie de disfunciones en el sistema, primero, “muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común” (LS 54) y, segundo, “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente” (LS 55).

Con mi afecto y bendición,