Vivimos en la sociedad del like, de la inmediatez, de los resultados visibles en el corto plazo. Mi experiencia diaria con deportistas me hace pensar que dicha realidad genera, en muchas ocasiones, que no se comience el camino necesario para conseguir un gran reto por su necesaria visión a largo plazo. Porque implica cambiar sus hábitos sin una repercusión observable rápidamente.
Se subestima el poder que tienen los pequeños hábitos. Las personas somos seres repetitivos, actuamos de forma automática ejecutando patrones de costumbres diarias. Para hacernos a la idea del potencial que tiene cambiar un sencillo patrón, pondré algún ejemplo. Si hoy tomamos un kiwi en el desayuno estaremos aportando unos 85 gr de Vitamina C al organismo, casi el total de la cantidad diaria recomendada. Si lo hacemos todos los días, al cabo de cinco años habremos tomado 155 kg de Vitamina C. ¿Qué resfriado se resistiría? Si corremos cada dos días y únicamente 20 minutos, al cabo de cinco años habremos corrido más de 300 horas y, dependiendo obviamente de la velocidad, unos 3.500 km. ¿Suficiente como para poder correr holgadamente alguna prueba de 5 km?
La perseverancia es la virtud que pone de manifiesto todas nuestras capacidades, y que se representa en forma de hábito. Pero a las personas no nos atrae, porque es una virtud invisible. Todo lo que no se ve, no se puede compartir en las redes sociales, y por tanto no puede tener likes. Es una decisión personal apostar por los likes o por los objetivos a largo plazo.
Cuesta encontrar el sentido al esfuerzo, el sufrimiento o la soledad del hábito. Únicamente tiene sentido cuando tenemos una visión clara y la suficientemente disciplinado y compromiso para cumplirla.
En el deporte se ve reflejado fácilmente, únicamente los deportistas que tienen el don genético de disponer de unas extraordinarias capacidades y, a su vez, la capacidad de crear hábitos y cumplirlos de forma disciplinada, son los que llegan a obtener resultados extraordinarios.