Estad en vela, pues, orando en todo tiempo
1.- Oración introductoria.
Señor, hoy vengo a la oración y lo primero que quiero pedirte es que me enseñes a orar. Los judíos rezan mirando a Jerusalén; los musulmanes, mirando a la Meca. Y nosotros, los cristianos, ¿hacia dónde tenemos que mirar? Tú, Señor, mirabas al cielo, donde estaba tu Padre Dios. El Padre era tu comida, tu bebida, tu obsesión. No le llamabas Yavé sino Abbá-Papá. El día en que nos enseñaste a orar de esa manera fue el día más bonito de nuestra historia humana. Se acabó para siempre el Dios del miedo y apareció entre nosotros el Dios de la ternura.
2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
El Señor nos pide dos cosas en este evangelio: “Tened cuidado” y “orad en todo tiempo”. ¿Qué debemos cuidar? En primer lugar, la Naturaleza que Él nos ha regalado. Cuidar la tierra, los ríos, los montes, los mares… Cuidar los animales… y sobre todo, cuidar a las personas. Cuidar significa “mimar”, mirar todo con ojos de admiración. Jesús se queda extasiado ante un atardecer “cuando el cielo se arrebola” (Mt. 16,2). “Y ante la belleza y hermosura de los lirios en primavera” (Mt. 6,28) “Y ante el vuelo de los pajaritos a quienes su Padre les alimenta” (Mt. 6,26). Pero la auténtica mirada de Jesús es ante las personas: “Llora al ver llorar a María, hermana de Lázaro” (Juan 11,33); mira con mirada de cariño a un joven ( Mc. 10,21); mira con infinita ternura a una mujer pecadora que le ha besado sus pies, se los ha perfumado y los ha secado con sus cabellos” (Lc. 7,44-46). Y queda horrorizado porque unos viejos verdes quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio. Yo no te condeno. “Vete en paz y no peques más” (Jn.8,11). También Jesús nos pide que recemos. Pero que lo hagamos como Él, sin muchas palabras. Que lo hagamos diciendo sólo una palabra Abbá-Papá. Y que nos quedemos estremecidos, sobrecogidos, al sentirnos como niños pequeños, queridos tiernamente por Él.
Palabra del Papa
“Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Simplemente porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre. Por eso en el Año Santo tiene que mantener vivo el deseo de saber descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos”. (Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)
5.-Propósito. Tener en este día un cuidado especial con las personas con quienes me voy a relacionar.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, hoy te doy gracias porque tienes una mirada penetrante, que contempla, cuida, mima, acaricia. Dame la fuerza de esa mirada para que sepa contemplar la naturaleza, los animales y, sobre todo a las personas, como las miras Tú. Que todo lo que voy a realizar en este día quede envuelto con el calor de una mirada. ¡Gracias, Señor!