El Papa Francisco anunció recientemente un Año Laudato sidel 24 de mayo de 2020 al 24 de mayo de 2021, en el quinto aniversario de la publicación de su encíclica social y ecológica.

Debo confesar que cuando escuché por primera vez que la primera encíclica escrita íntegramente por el nuevo Papa versaba sobre la ecología sufrí una inmensa desilusión. ¿Es que no existían temas que preocuparan al hombre que fueran más importantes, más profundos o más trascendentes que el cuidado de la casa común?

Mi inquietud aumentó todavía más cuando comenzaron a prodigar titulares en los que enemigos tradicionales de la Iglesia Católica ensalzaban el texto y elogiaban los cambios de talante y preferencias del nuevo pontífice respecto de sus antecesores.

¡Qué osada es la ignorancia!

Con cierta desgana y con muchos prejuicios inicié la lectura del documento a las pocas semanas de su publicación. Tras su estudio alcancé la certeza de que la obra alcanzaba mucho más allá de lo que muchos titulares manifestaban. Concluí que la mayoría no habían leído el documento completo y solo habían entresacado ciertas frases aisladas. Especialmente, aquellos a lo que la palabra encíclica les provoca desagrado y que ahora felicitaban al Santo Padre porque compartía sus principales creencias y, según su parecer, superaba lo establecido por sus predecesores. En realidad ignoraban que ellos mismos estaban siendo denunciados por el autor de la encíclica que ventilaba agudamente las contradicciones que acumulaban.

Ciertamente, Laudato si trata de la ecología, de las relaciones de los diferentes seres vivos entre sí y con su entorno pero todo ello desde una visión global del hombre, de la antropología propia del cristianismo. La encíclica recuerda al famoso cántico de los tres jóvenes (Dn 3,57-88.56), que inicia su repaso a la creación por el sol, la luna, las estrellas, los montes, los manantiales, los peces, las aves y los ganados para terminar con los hijos de los hombres bendiciendo al Señor. De esta forma, empezando por la creación Laudato si termina por abordar la casi totalidad de la doctrina básica de la Iglesia Católica y subraya asimismo las causas por las que los hijos de los hombres sufren, padecen y mueren.

Contiene asimismo algún pasaje que cobra especial relevancia en estos meses de pandemia en los que las relaciones sociales se han convertido en contactos virtuales. Preocupa al Papa el creciente reemplazo de las relaciones reales con otro tipo de contactos de carácter virtual en los que se generan un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza, que impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal (47).

El mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad (77), una decisión que tuvo su momento culminante con la creación del hombre por amor y la preeminencia de este sobre toda la creación. A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos (90). Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada (91)

¿Aplaudirán el número 117 y siguientes los que jaleaban la publicación de esta encíclica, quienes solo se detenían en los mensajes en defensa de la naturaleza y los de contenido político? Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza (117). No hay ecología sin una adecuada antropología (118). No es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto (120). Es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente…a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana (136)

Nuestro Papa no es un ecologista, ni un feminista, ni un economista, ni un político, es el dulce Cristo en la tierra portador del tesoro de la Iglesia, de la sabiduría de la tradición y de la verdad revelada por Cristo. Es el vocero de Cristo que grita que mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir (204), que si los desiertos exteriores se multiplican en el mundo es porque se han extendido los desiertos interiores (217), que la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas (240).

¡Qué osada es la ignorancia!