Aprender. Siempre estamos aprendiendo. Bueno, casi siempre. Aprender es algo que forma parte de nosotros, aunque no nos demos cuenta. Aprendemos a andar, a comer, a hablar, a escribir, a querer, a jugar, y muchas cosas más. Lo aprendemos todo.
Desde hace un par de meses estoy “de prácticas” en una parroquia de la diócesis. Y me decía a mí mismo: este curso lo tengo que aprovechar para aprender todo lo que pueda. Pero luego pensaba: en realidad voy a estar aprendiendo toda la vida.
Nunca te vas a ir a la cama sin haber aprendido algo nuevo. En esa dirección a la que apunta nuestra vida, en la dirección de la Verdad, aprender es la posibilidad de avanzar.
Aprender es algo muy bonito (aunque hasta pasar los 18 o 20 años nos suele costar darnos cuenta) que nos hace felices ¿o no te hace feliz aprender? Aprender a jugar a fútbol, aprender a pescar, aprender a dibujar, aprender a querer a tu esposo o esposa, aprender a rezar ¿no te hace feliz?
Además, cuando nos ponemos las gafas del querer aprender vemos todo lo bueno de los demás. Te fijas en los detalles ¡Es como si tuviesen zoom!
Pues estas gafas nos acercan a la humildad y nos alejan de la soberbia. Y la humildad es andar en verdad nos dice Santa Teresa de Jesús. Son como unas gafas GPS que nos dicen porque camino tenemos que ir. Y el que anda en la verdad es feliz.
Es un cuarteto entretenido para pensar: aprender-verdad-humildad-felicidad.
Pero… ¿y si aprendemos lo malo? ¡Llevas las gafas del revés!
Hace unos años ni se me hubiera ocurrido pensar en estas cosas, la felicidad de aprender ¡madre mía! Pero a fuerza de ello te das cuenta, ya que no nacemos aprendidos.
Así que no te olvides de llevar siempre contigo las gafas de la felicidad. Lo agradecerás. Y los demás también.