La vida es un soplo, un suspiro, pero ¡cuánto mal y cuánto bien podemos hacer en ese rato!

Raúl Romero López
16 de septiembre de 2019

Salmo 39

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2 Yo me dije: vigilaré mi proceder, para que no se me vaya la lengua;

pondré una mordaza a mi boca, mientras el impío  esté presente.

3 Guardé silencio resignado, no hablé con ligereza. Pero mi herida empeoró,

4 y el corazón me ardía por dentro; pensándolo,

me requemaba, hasta que solté la lengua.

5 Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años,

para que comprenda lo caduco que soy.

6 Me concediste un palmo de vida, mis días son nada ante ti;

el hombre no dura más que un soplo,

7 el hombre pasa como pura sombra;

por un soplo se afana, atesora sin saber para quién.

8 Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza.

9 Líbrame de mis iniquidades, no me hagas la burla de los necios.

10 Enmudezco, no abro la boca, porque eres tú quien lo ha hecho.

11 Aparta de mí tus golpes, que el ímpetu de tu mano me acaba.

12 Escarmientas al hombre castigando su culpa;

como una polilla roes sus tesoros: el hombre no es más que un soplo.

13 Escucha, Señor, mi oración, haz caso de mis gritos,

no seas sordo a mi llanto: porque yo soy huésped tuyo,

forastero como todos mis padres.

14 Aplácate, dame respiro, antes de que pase y no exista.

 

Ambientación

En el salmo predomina la amargura y el sabor acerbo de elegía ante la caducidad de la vida y las miserias y dolor de la existencia.  “Desde la sinceridad y delicadeza de sentimientos parece una de las más bellas elegías del salterio” (H. Ewald). “El salmo está lleno de tristeza melancólica” (L.Desnoyers). “Es una desgarradora autobiografía” (Deissler).  El autor no ha salido de una escuela filosófica. Su voz sale directa de su propia vida salpicada de miserias. En medio del dolor no encuentra a nadie a quien pueda dirigirse sino a Dios, en cuyas manos está su suerte. Da la impresión de que el salmista le quiere echar un pulso a Dios con el fin de negociar una existencia un poco más satisfactoria.

 

Meditación-Reflexión

 ¿Qué es mejor, hablar o callar?

          Terrible dilema el que se le presenta al salmista. Por una parte, tiene derecho a saber qué sentido tiene una vida tan corta y tan limitada: ”me concediste un palmo de vida… es como un soplo… como una sombra”( v.6-7). La respuesta le podría venir del salmo 90,12: “Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón”. El hombre debe penetrar en el sentido de una vida tan limitada: apenas ha llegado a la vida y ya toca su fin. Adán=Hombre. Abel=Soplo.  Todo hombre es un soplo. El P. Schökel traduce así: “Todo Adán es un Abel”. Aunque uno no muera joven ni a manos de la violencia fratricida, su destino es el de Abel. Para un ser dotado de conciencia la muerte siempre es violenta. “Los vivos saben que han de morir” (Qoh 9,5).

Por otra parte tiene miedo a hablar. “Yo me dije: vigilaré mi proceder, para que no se me vaya la lengua” (v. 2) Se impone silencio delante de Dios. Podría cometer un error, ¿cuál? Aparece en el v. 10. “Eres tú quien lo ha hecho”. Discutiría con Dios de haber hecho mal las cosas. Peligra el honor de Dios y, por eso, prefiere callar. “A veces uno se equivoca… , ¿quién no ha pecado con la lengua?” (Sir 19,16). En este sentido, el v. 14 es durísimo. “Dame un poco de respiro antes de que no exista.”

Al pie de la letra lo que el salmista le pide a Dios es que «aparte de él su mirada». De ordinario, en todo el salterio se dice: mírame. Aquí el salmista se siente golpeado por Dios, ha experimentado su mano dura. Lo que le pide a Dios es que se «desentienda de él». El que me hizo «que me deshaga». No pido favores. Sólo que me deje. Así alcanzaré mi destino: el no ser. Este versículo hunde sus raíces en el libro de Job, y de una manera más concreta en el cap.7. El salmista se encuentra en el más profundo abandono por parte de Dios. Sólo pide un poco de respiro antes de morir. Como en el libro de Job: «Deja que goce un poco de consuelo antes de que vaya para no volver más» (Job 10,20-21). «Un padre no rehúsa sonreír a un hijo que va a morir» (A. Maillot). Es razonable que el salmista haya dicho que no quería hablar porque podía pasarse, hablar más de la cuenta.

 

El callar le hace daño.

“Guardé silencio, resignado, no hablé con ligereza, pero mi herida empeoró y el corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba, hasta que solté la lengua” (v.3-4). El dolor acallado y reprimido estalló en una llamarada. Era un volcán que no podía detenerse. Creía que Dios iba a escuchar su silencio, pero no fue así. Por eso habló desde ese volcán con palabras quemantes. Alguien tendrá que explicar el sentido de esta vida absurda y contradictoria. “El dolor detenido explota y arde en el interior” (Calvino).

Dios acepta el desahogo. No es buena la represión contenida. “Yo me decía: no pensaré más en Él; no hablaré más en su nombre, pero había en mi corazón como un fuego abrasador encerrado en mis huesos; me he agotado en contenerlo y no lo he podido soportar” (Jer20,9).

         Hay silencios que encubren la verdadera paz. Con frecuencia, entre matrimonios o en comunidades religiosas, hay temas que no se pueden tocar. Y se suele decir: “para que haya paz”. Y va pasando el tiempo y el problema queda sin resolver. Es la paz del cementerio. En el cementerio hay mucha paz, nadie discute, nadie se enoja, nadie riñe. Pero allí no hay vida. Los problemas que hacen daño deben salir, deben dialogarse, con tal de que lo hagamos con la prudencia, el respeto y el amor que nos exige nuestra fe cristiana. Así podremos madurar; de lo contrario nos podemos convertir en eternos infantiles.

 

El salmista se siente  huésped en la casa de Dios (v.13)

          Entre los motivos de la súplica está su condición de forastero o huésped en el país de Dios. El dueño o anfitrión tiene obligaciones sobre estas personas. Así lo establece la ley. El salmista se traslada a la época patriarcal en la que se decía: «Mi padre era un arameo errante» (Dtn 26,5). Como el padre Abrahán que salió de su tierra «sin saber adónde iba» (Heb 11,8), así es toda persona que pasa por este mundo: tiene la sensación de andar perdido por la vida. O, como diría Goethe: «un triste viandante sobre la tierra oscura». Pero, en realidad no estamos perdidos porque este mundo ha sido hecho por Dios para que todo hombre pudiera habitar, como huésped, en la casa de Dios

 “Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza” (v.8)

Este versículo es el centro y la cumbre del salmo: el gran acto de confianza en Dios. La interrogación está teñida de melancolía. Las cosas son como son. ¿Qué se puede esperar? Mirando a la vida poco se puede esperar. No da más de sí. Tampoco mirándose uno a sí mismo. Sólo cabe esperar en Yavé. «Tú eres mi confianza»… Para comprender la hondura y el calado de esta frase hay que tener en cuenta que, en esta época, no existe perspectiva de vida después de la muerte. Y, sin embargo, el salmista se abandona en Dios. «Heroica la fe israelita que se entrega a Dios sin la esperanza en la otra vida» (Delitzsch).

San Pablo cayó del caballo de sus seguridades religiosas y emprendió un nuevo camino: el camino de la gracia.  Él, de la noche a la mañana, sin haber hecho nada de su parte, se convirtió en cristiano, en Apóstol de Jesucristo. Por pura gracia, por puro don. Con un Pablo montado en el caballo de su orgullo farisaico, Dios no podía hacer nada. Con un Pablo derrotado camino de Damasco, Dios hizo maravillas.

 

         Y la pregunta sigue abierta: ¿Qué sentido tiene esta vida?

La respuesta no la puede dar el salmista en esa época.” El salmo 39 busca una respuesta más allá de los límites de certeza fijados en el Antiguo Testamento» (Kraus).

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

La única respuesta la tiene Jesús, Muerto y Resucitado por nosotros. Él es el Camino, La verdad, y la Vida. “Ninguna condena pesa ya sobre los que pertenecen a Cristo, Jesús. Pues el Espíritu que da vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8,1).

“Cosa extraña: el tiempo no es nada. Y, sin embargo, se pierde todo cuando se pierde el tiempo. Es que el tiempo es lo establecido por Dios para servir de paso la eternidad” (Bossuet).

“No hay nada más sobre la tierra que no se muestre una de estas dos cosas: o la miseria del hombre o la misericordia de Dios; o la impotencia del hombre sin Dios, o el poder del hombre con Dios” (Pascal).

“El ser humano es un mero soplo un fantasma que deambula, es un emigrante “sin papeles”, ha de soportar todos los males del ser: el sentido trágico de la vida”. ¿Cómo pedir coherencia y cordura al que se sabe herido de muerte?. Lo grandioso de este salmo es que el mortal, cuya vida mide unos palmos, se atreva a gritar su dolor a Dios, y a llorar ante Él. ¿No será una buena terapia para cuantos sabemos que caminamos hacia el no-ser de la muerte? Orar con este salmo es un desafío y una osadía, no menores al desafío y a la osadía del libro de Job” (Ángel Aparicio).

 

ACTUALIZACIÓN.

Distintas posturas ante el “sentido trágico de la vida”

 

  • Postura del que no cree en una vida futura. Ahí estaría la más corriente del hombre de hoy que no cree en el más allá. Se vive en la inmanencia y no se espera nada. Todo termina en un sepulcro o en un puñado de cenizas. Si esto fuera así, el hombre “rey de la creación” sería el más desgraciado de todos los seres creados. Porque mueren los vegetales y los animales, pero no saben que se mueren, no sufren por tener que morir. Por eso el ruiseñor puede morir cantando y la azucena exhalando su último perfume.  Pero “el hombre  es una caña pensante. “muere sabiendo que se muere” (Pascal). Por eso muere llorando.

 

  • Postura de los judíos en tiempo que se escribe el salmo. No hay perspectivas del “más allá”. Pero hay algo esencial que lo distingue de un ateo. El judío de todos los tiempos nunca ha cortado el cordón umbilical que le une a Dios. Puede dudar de todo, también de la vida después de la muerte, pero no duda de la existencia de Dios. Por eso muere rezando.

Por otra parte, parece que a Dios le gusta manifestarse al hombre precisamente cuando éste ha perdido todas las seguridades humanas.

“Que un pecador reconozca no tener delante de Dios ningún derecho, sino que declara esperar todo de una bondad superior, he ahí en qué fundar la esencia de este salmo”. (Heinisch) «Visión del verdadero Dios que se manifiesta cuando ha fracasado todo apoyo humano» (Weiser).

 

  • Postura cristiana. Los cristianos creemos que Cristo no ha resucitado sólo para él sino para todos nosotros. “Si nuestra fe es solo para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres.” (1Cor. 15,19).

 

PREGUNTAS

  1. ¿Acepto con un silencio reverente mi situación de criatura, susceptible de fragilidad y limitación, incluso abocada a la muerte?

 

  1. En mi grupo o comunidad, ¿me siento libre para decir la verdad? Mi silencio, ¿acaso no empeora la herida?

 

  1. Hay veces en que debo hablar y otras en las que debo callar. ¿Sé usar prudentemente de mi lengua?

                           

ORACIÓN 

“Vigilaré para que no me vaya de la lengua”

Muchos de mis errores, Señor, los he cometido con la lengua. A veces he hablado mal de mis hermanos: les he criticado, les he herido, les he calumniado. En verdad que la lengua es un miembro bien pequeño, pero ¡qué grandes males se pueden cometer con ella!… Yo te pido, Señor, que sepa controlar mi lengua.  Tú dijiste: “De lo que rebosa el corazón habla la lengua”.  Haz que mi corazón rebose amor, ternura, bondad, dulzura… y así mis palabras serán tiernas, dulces, bondadosas…

 

“Guardé silencio… y mi herida empeoró”

Antes, decías que debía callar. Ahora me pides que hable, que no guarde silencio ante las injusticias y atropellos de los hombres. Haz, Señor, que no me haga cómplice con mi silencio, que tenga valentía para decir la verdad antes que la mentira me pudra por dentro. Dame, en fin, la virtud de saber callar cuando mis palabras son malas o inútiles y de saber hablar cuando mis palabras son justas o necesarias.

 

“El hombre no dura más que un soplo”

La vida es corta. Demasiado corta. Como un soplo, como un suspiro. Y, sin embargo, ¡cuánto mal y cuánto bien podemos hacer en ese rato!… Hay personas egoístas, que sólo piensan en sí mismas y se despreocupan de los demás. Sus vidas son vacías, estériles, infecundas. Se van de este mundo con las manos vacías…

Pero existen personas maravillosas que sólo piensan y viven para los demás. Pasan por la vida “haciendo siempre el bien”. Todo su tiempo lo tienen para aquellos que lo necesitan. Sus vidas son fecundas. Se van de este mundo con las manos llenas de obras buenas. Haz, Señor, que el resto de mi vida lo emplee para amar, servir y ayudar a los demás. 

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