Juan Antonio Gracia (Zaragoza, 1925) lo ha sido todo en una Zaragoza que caminaba hacia el siglo XXI. Como señaló Zapater, “siempre tiene abierta su parroquia ambulante”. Quizás por eso -o seguro- los rotarios de Zaragoza le han otorgado el premio a la Excelencia Profesional. Aunque don Juan Antonio, enseguida matiza: “No tengo profesión, tengo vocación”. Aun así, el premio le viene bien, pues reconoce a quienes en Aragón han desempeñado tareas para elevar el tono social, cultural, intelectual y profesional. En medio de todo ello, siempre ha querido ser presencia de Iglesia, al servicio de la causa de la evangelización.

Zaragoza. Mi ciudad, me siento muy aragonés, muy amante de mi tierra. Soy de extracción humilde, estudié en la escuela municipal. He conocido a quince alcaldes y con todos me he llevado bien. Como sacerdote he servido a todos: desde los más pobres del Arrabal o Ranillas, a los miembros más influyentes de las instituciones. Por eso, he bendecido de todo: campos de fútbol, cerrajerías, fundiciones, boutiques… sólo me negué a bendecir una sala de fiestas y no debería haberlo hecho: si a un sacerdote le piden ir a la plaza Roja a pronunciar unas palabras cristianas, ¿quién no iría? He celebrado muchos bautizos, bodas… Ahora me toca entierros. Es el reverso del don de Dios: se han muerto los amigos y los hijos de los amigos.

Salamanca. Mi ‘locus amoenus’, mi Florencia, donde empieza mi historia de amor. Allí fui hecho sacerdote: la gran manifestación de la misericordia de Dios. ¿Un lugar concreto? La vía sacra que conducía al altar en el que fui ordenado sacerdote. Y como Bernanos, digo “todo es gracia”. Vuelvo mucho y, a pesar de mis claroscuros, si volviera a nacer, esperaría nuevamente la llamada de Dios al sacerdocio.

París. Para mí, París es el Concilio. Ya había ganado la canonjía de ‘prefecto de ceremonias’, pero, suscrito a revistas francesas, me di cuenta que la liturgia no es tanto ‘rúbrica’ como ‘sacramento’. Con tres mil pesetas en el bolsillo, me fui al Instituto Católico de París y empecé a estudiar historia y fuentes de la liturgia. Cursé la licenciatura y me doctoré con una tesis sobre ‘La oración sobre las ofrendas en el sacramentario leoniano’. Estudiar liturgia en París fue la puerta para trabajar en la reforma litúrgica. Bugnini me llamó a Roma y allí tuve el disfrute intelectual más grande.

Roma. El gozo de participar modestamente en algo que era para toda la Iglesia, llevando el concilio Vaticano II a la liturgia. Trabajé en la comisión que preparaba las oraciones y los prefacios, en el Ritual de la Penitencia y, algo, en el Martirologio. Cuando rezo la Liturgia de las Horas o celebro la misa veo mi huella en la oración de la Iglesia. Hice las oraciones de la fiesta del Pilar, aunque no logré que fuera solemnidad en el santoral español… Al final de la mi vida, puedo decir “siervos inútiles somos”.

Si volviera a nacer, esperaría de nuevo la llamada de Dios al sacerdocio

Las catedrales. En Zaragoza, hay que revalorizar La Seo y descargar el Pilar. El Pilar es el templo más complicado que conozco: catedral, santuario mariano, monumento nacional, parroquia, meta de peregrinaciones y turismo. Es el único templo del mundo en el que la gente reza con los ojos. “Voy a ver a la Virgen”, se dice. Hay que tener la audacia de cambiar cosas, encajarlo en la pastoral diocesana: evangelizar con la cultura, lograr que sea un referente en Mariología… evangelizar. La pregunta es “qué queremos hacer del Pilar” y hay que formularla en serio. Dos retos: convertir la Santa Capilla en un lugar de oración y cuidar el diálogo fe/cultura. Don Manuel Ureña hizo una gran labor en el Pilar. Le dije: “Ha reformado el exterior. Si reforma el interior pasará a la historia como el mejor arzobispo de Zaragoza”.

Los bienes de la Franja. Primero fue una lucha por ‘reconquistar el territorio eclesiástico’, un territorio con personas de mucha categoría: el cura de Roda, el de Binéfar, el de Monzón. Fue algo muy hermoso. Con los bienes, los obispos han hecho mucho y con extraordinaria prudencia. Quizá ha faltado más contundencia. Como periodista es fácil decirlo, pero te ponen un báculo y… ¿Qué han dicho los cabildos, los consejos presbiterales, las asociaciones laicales? En Aragón somos así: “Ya lo harán los otros”. Cataluña es temida por el Gobierno y la Iglesia.

En el periódico. Fue casual, pero no me he arrepentido: mi palabra era más escuchada en el periódico que en mi misa dominical. En Heraldo de Aragón, me introdujo ‘Orlando’ (el seudónimo de don Francisco Izquierdo Trol), pero quise estudiar Periodismo para ser igual que los demás en la redacción. He disfrutado de una libertad absoluta en el periódico: yo no puedo desvestirme de mi condición de sacerdote… sin ser un peñazo… contando con el lenguaje. He hablado de la Iglesia y he sido crítico, porque ser crítico es un acto de amor. Me sumo a la divisa de Unamuno: “La verdad primero que la paz”. He procurado ser cauto, comedido, sin ensañamiento.

El Pilar es el único templo del mundo en el que la gente reza por los ojos

Y en Radio Zaragoza. Los sábados compartía con Antero ‘Mañana fiesta’ y los domingos a las dos y veinticinco dirigía ‘Palabras, hechos y comentarios en el Día del Señor’. Por eso, una señora me dijo: “Don Juan Antonio, cuando le oímos ya sabemos que tenemos que echar el arroz”. Los medios son otras cátedras… como las bendiciones. Se puede predicar de todo, siempre que lo ilumines con el Evangelio. Si no, parece que los curas estamos en la luna. Por eso, he tratado de predicar llevando en una mano el periódico y en otra el Evangelio.

Mensajes… No esperemos, ¡vayamos!, ¡seamos abiertos! He aprendido mucho acogiendo a autoestopistas. Nadie que no sea cercano tiene experiencias. He hecho mías tres máximas: “Todo es gracia”, de Bernanos; “La verdad primero que la paz”, de Unamuno; y “Confieso que he vivido”, de Neruda.
Feliz. Mi vida, como la de todos, tiene luces y sombras. Yo me las conozco muy bien. Porque 91 años… Todo ha sido portento, gracia, milagro. Me encuentro tranquilo, esperando que llegue la hora en que abran la puerta. La hora de volver a casa… Soy consciente de que estoy en el crepúsculo de mi vida, siempre con una pizca de rebeldía, de inconformismo, pero con una gran paz. Me siento tremendamente feliz.

José Antonio Calvo y José María Albalad