Jesús Rodríguez es sacerdote diocesano de Albacete. Sirve a la Iglesia en el tribunal de la Rota de Madrid, y, desde hace tres años, es el asesor espiritual de la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) en España. Vino a Zaragoza el pasado 28 de septiembre para inaugurar, junto con el equipo nacional y local, la exposición ‘La belleza del martirio’, que podrá verse hasta el 14 de octubre en Alma Mater Museum. Hemos hablado con él para comprender un poco más el sentido de esta muestra hoy y ahora. 

¿Cómo se toma la labor de asesor espiritual de Ayuda a la Iglesia Necesitada?

Al principio yo pensaba que iba a ser como otro encargo más de esos que te dan, más bien representativo. Hasta que entras y ves que te toca la fibra y dices «esto es otra cosa». Entrar en esta fundación es entrar en la intimidad mas profunda de tu identidad como cristiano porque hay una pregunta inmediata: «¿y yo? ¿qué haría?» Es una pregunta tremenda porque tú nunca vives tu fe desde el martirio, la vives desde la libertad, puedes incluso no vivir tu fe. En todos estos países de persecución, tu identidad es vivirla, porque sin vivir tu fe no serías persona auténtica. Entrar en estos temas te cuestiona tu modo de vivir, de ser cristiano, de cómo ser sacerdote y te toca lo más profundo que es preguntarte si has perdido el amor primero, ese amor del que habla el Apocalipsis. Nos hemos convertido en personas tibias, mediocres. Hay que volver al amor primero, a esa pasión por vivir el enamoramiento a Jesucristo y esto la ACN te lo brinda automáticamente. Una vez que entras, te toca esa fibra y ya no solo te implica, sino que te complica.

Dicen que la sangre de mártires es semilla para nuevos cristianos.  ¿Hace falta esa renovación?

Somos cristianos viejos, somos cristianos de “Si llegamos tarde a misa no pasa nada” y “si no vamos, tampoco”. No le damos valor a lo que realmente es el eje central de nuestra vida creyente. Sí que es verdad que la sangre de mártires es semilla de nuevos cristianos, el único problema es que nosotros, por la cultura que tenemos, buscamos lo inmediato. Queremos ver resultados ya. Pero la sangre tiene que derramarse, tiene que entrar en la tierra, tiene que purificar  la vida y luego tiene que hacer resurgir. Y eso lleva un proceso que es, precisamente, todo lo contrario del pensamiento occidental, donde no existe eternidad, no existe tiempo lejano, solo existe el presente.  La fe es todo lo contrario, es el camino hacia lo eterno, es conquistar la eternidad porque es allí donde encontramos la plenitud. Esa eternidad la tendríamos que recuperar. Y creo que es lo que hará esa nueva semilla.

Esta exposición pretender precisamente, eso, removernos un poco.

Yo digo que por lo menos nos haga dar un salto más. En esta exposición, desde el primer stand, ya te das cuenta de que no puedes absorber toda la información en segundos. Tienes que pararte, respirar, mirar. Tienes que comprender qué hay detrás de esa realidad. Yo espero que no nos quedemos con la inmediatez de los 20 segundos, sino que nos vayamos con la pregunta «¿y yo qué? ¿y yo qué haría?» Es una exposición que uno mira y se queda mudo, y sale, y no puede hablar. Esto pasa porque es una interpelación a la intimidad mas profunda de la persona.  Te remueve al amor primero.

‘La belleza del martirio’, un título que no es fácil de entender para los que no tienen fe.

Anoche cuando hacia el recorrido desde el templo martirial de Santa Engracia hasta el Pilar, lo hacia rezando por el éxito de la exposición, porque entiendo que cada vez que se llegue a entender verdaderamente la belleza de dar la vida y de dar la vida por amor y de dar la vida perdonando, creo que cambiaríamos el mundo. Hay mucha gente que no lo entiende pero solo el que ama profundamente puede entender que su vida la puede dar por amor. Cuando uno salta el egoísmo personal y entiende que su vida solo se hace con otros, al final, es capaz de dar la vida. Este es el gran mensaje de Jesucristo que han vivido los mártires desde el siglo IV en Zaragoza y que hoy seguimos viendo en los miles de mártires de toda una parte del mundo: Siria, Irak, Pakistán, China, Nigeria, Centroamérica, India, Libia, incluso Europa, donde cada vez habrá mas mártires por la fe. Por otro lado, tenemos casos de gente alejada en la fe que ha ido a ver la exposición y que nos ha dicho “no es que me haya impresionado, es que ya no soy el mismo”. A esta exposición hay que venir sin gafas. Sin las gafas de lo cotidiano, de «yo ya me lo sé todo». Es venir sin gafas, dejar que tus gafas se hagan con la realidad de la experiencia vivida.

Lo mejor es venir a la exposición y experimentarlo, pero ¿qué otras maneras hay de llegar a ese despertar?

Es conmovedor el pensamiento tan negativo en las generaciones a partir de 40 años hacia la Iglesia y el sentido cristiano. La única manera de convertir es, en primer lugar, que los cristianos sean auténticos. Y esa autenticidad pasa por vivir la humildad, por saber afrontar la realidad tan dolorosa de la Iglesia, tan humana, y saber que tenemos que seguir hacia delante. No dejarnos llevar por la desesperanza ante los hechos que puedan ocurrir y saber que con que solo un cristiano fuera coherente, se cambiaría el mundo. Hay que ser coherente en todo. Cuando yo estuve en Irak, le propuse a los padres de estudiantes universitarios buscar becas en España para traerlos a estudiar y que no les mataran. Me dijeron que no porque si venían a Europa les matábamos el alma y eso si sería perder la vida. Allí solo les mataban el cuerpo. Esa autenticidad de la vida es la que posiblemente rehaga una vida cristiana que se está perdiendo en nuestra cultura occidental.

En segundo lugar, yo creo que tenemos que apoyarnos porque la fe se vive juntos, con otros. Tenemos que saber corregir y dejarnos corregir los unos por los otros. Nos tenemos que saber llamar la atención en ese amor fraterno, porque tenemos que ser los unos de los otros verdaderos correctores, no podemos dejar que la sal se corrompa. Los laicos tienen la obligación de no permitir que sus curas se corrompan, los curas no pueden permitir que sus laicos se corrompan. Los cristianos tenemos que ser sal que sazone y eso viene por una corrección fraterna que sepamos asumir y que sepamos vivir.

Y, tercero, tenemos que creer en la promesa de Jesús: «yo estaré con vosotros siempre, no tengáis miedo». Cuando dejamos entrar al miedo, este se apodera de nosotros, y, con el miedo, viene la ira, la violencia, incluso contra uno mismo. Los cristianos no somos hombres y mujeres de miedo, sino personas que nada nos aparta del amor de Dios. Eso es lo que fortalecerá nuestra fe.

Un último mensaje.

Animaría a todo aquel que quiera saber de nosotros que mire en nuestra pagina web y que se informe. Es importantísimo informarse. Y es importantísimo que en sus casas recen. Y si quieren colaborar, genial, pero sobre todo que recen y que no olviden.  Nuestros hermanos cristianos perseguidos necesitan que recemos porque es lo que más nos piden: «no nos olviden, recen por nosotros». Yo ahora voy a Venezuela y espero poder transmitirles que aquí no se les olvida, que la gente esta rezando por ellos, porque la fuerza de la oración es enorme.