Todavía resuenan en nuestros oídos aquellas declaraciones de hace unas semanas que pronunciaron diferentes altos cargos de la Sanidad holandesa referentes a la situación de la sanidad española e italiana en estos tiempos de pandemia. Seguramente recordemos que sostenían que parte del colapso que estaban sufriendo las unidades de cuidados intensivos en España e Italia se debían –al menos en la parte que le corresponde-  la excesiva atención que aquí prestamos a las personas mayores. En concreto, aseguraban que parte del origen de esta situación se debía a que en estas latitudes admitíamos a personas que ellos no incluirían en los hospitales por ser demasiado mayores. Se ha hecho tristemente famosa la que afirma que “los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana [y española]”. Sin embargo, no hace falta ir tan lejos. En nuestra propia España, hace unas semanas que la Consejería de Salud de Cataluña propuso que los mayores de ochenta años no recibieran determinadas terapias.

Estos criterios destinados a diferenciar grupos de población que merecen una mayor o menor (o nula) atención médica no deja de resultar sorprendentes. No me cabe duda que en una situación de emergencia como la que estamos atravesando, con la correspondiente escasez de recursos, los profesionales de la sanidad han tenido que enfrentarse a situaciones difíciles y dolorosas, y hayan tenido que adoptar decisiones sumamente complejas a la hora de decidir qué tratamientos médicos aplican a cada persona. Pero de ahí a seleccionar apriorísticamente determinados colectivos como los escogidos para –en este caso- no recibir de entrada la misma atención médica que los demás, hay un paso importante. Las personas no pierden dignidad a medida que avanzan los años, sino que le acompaña siempre a la persona desde su concepción, pues es una cualidad innata del ser humano.

Si entramos en este tipo de dinámicas selectivas, podemos empezar a justificar programas de ingeniería social carentes de cualquier justificación. En el caso de los mayores vemos cómo se puede apelar a planteamientos como que ya han vivido mucho y les queda poco, que su vida no es de “calidad”, o que no hay recursos para todos, por lo que ellos son los seleccionados para recibir menos prestaciones. También podríamos comenzar a discriminar otros colectivos con unas “calidades de vida” y expectativas vitales no excesivamente prometedoras –visto desde la frialdad del mero cálculo- como discapacitados, o personas con necesidades especiales a las que ¿por qué no?, podríamos limitar la recepción de ciertas atenciones. En realidad, esto ya se ha hecho con los no nacidos: la permisión del aborto no deja de ser una manera de seleccionar a la población que lleva a ocasionarles la muerte.

Volviendo a las personas de edad más avanzada, opiniones como las expresadas al inicio de este artículo no dejan de ser una avanzadilla o preparación del terreno para la legalización de la eutanasia. En efecto, si su situación personal determinada por la edad permite que uno terceros decidan la restricción de los tratamientos médicos que pueden recibir ¿no sería aún más lógico -dentro de esta espiral de razonamientos- que la propia persona, consciente de su situación, pudiera solicitar por sí sola no solamente que no se le aplique un tratamiento, sino que incluso se le ocasione la muerte? Más allá de ello: ¿Por qué hace falta que esa persona sea mayor? ¿No puede suceder que una persona de cualquier edad considere que su vida no merece la pena que se prolongue más y solicite que le apliquen la muerte, y debamos entonces permitir el suicidio asistido? Si permitimos que un tercero decida sobre nuestra calidad de vida, si seguimos teniendo o no dignidad como personas, y si merece la pena que sigamos prolongando nuestros días o no ¿no sería más lógico que eso mismo pudiera decidirlo uno por su propia cuenta, sobre todo en una sociedad donde es predominante un planteamiento autosuficiente de la vida?

Espero que estos tiempos difíciles que estamos atravesando nos permitan darnos cuenta de que el hombre es limitado y que necesitamos más que el frío cálculo para que la vida sea verdaderamente humana. Alejados de la verdad no llegaremos muy lejos.