Ideologías para edificar

“Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultual, religioso o político, etc.”. Así define el concepto ‘ideología’ el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española.

Entendida así, en su sentido correcto, nadie podemos vivir sin una ideología, sin una manera de pensar. El hecho de decir que no se tiene ninguna ideología, es ya una ideología, una manera de pensar y de actuar que la sabiduría popular recoge en eso tan conocido: “¿A dónde va Vicente? A donde va la gente”. Eso ya es ideología. Parece que no lo es, pero sí es.

Vivir sin ideología es imposible. Sería como vivir sin objetivo, sin contenido, sin un por qué ni un para qué. Vivimos cada uno con nuestra ideología personal. Y podemos adherirnos a ideologías, proyectos, programas que se concretan en grupos organizados para extender ese modo de pensar y de vivir. Toda ideología es legítima mientras no defienda privilegios exclusivos y excluyentes de unos sobre otros, ni intente imponerse por la violencia. Un buen criterio para catalogar una ideología es si busca o no promover el bien común y el bien de grupos marginados.    

Sin embargo, “alguien ha definido ideología como lentes con las que uno ve a los suyos con razón en todo y despreciables a los demás”.[1] Esto ya es otro cantar que, ciertamente, se canta. Y sucede, lamentablemente, en todos los grupos sociales, políticos, religiosos. Sin excluirnos los cristianos. Tanto entre laicos, como en presbíteros, religiosos… Y esto produce una tristeza infinita.

No sirve negarlo o disimularlo. Es la peor salida, la no solución. Para que la ideología no sea de esta clase, el camino comienza por ver la realidad, nuestra realidad personal, nuestra realidad de grupo, de Iglesia, con total y valiente realismo. Y con paz, porque esa es la realidad. No podemos negar la existencia de distintas ideologías en la Iglesia. Y esto no es negativo, sino enriquecedor. Siempre que las distintas ideologías se adecuen al Diccionario de la RAE. Y no quieran imponerse unas sobre otras.  Solo así iremos superando la tristeza infinita de la imposición o del rechazo.

Y dejaremos a un lado la ideología-lente que nos lleva a marginar, cuando no condenar, a quienes piensan de otra manera. Juzgar siempre negativamente a los otros, es la gran victoria de las luchas ideológicas. El mutuo enriquecimiento, por el contrario, surgirá de ir descubriendo los valores y aciertos de la ‘otra’ ideología. Ya no será todo o blanco o negro. Lo blanco para los propios; lo otro, para los contrarios.

En realidad, solo se trata de valorar y respetar la dignidad humana, no solo en general, sino la dignidad de ‘esta’ persona que piensa distinto y que si, desde el respeto y acogida. Si, desde el respeto y aceptación de la dignidad de todos, dialogamos, todos salimos enriquecidos y fortalecidos para el bien común y la serenidad personal. Y descubriremos, maravillados, lo que nos une cuando dejamos a un lado cerrazones egoístas y nos respetamos mutuamente.

Respetar al otro es tan elemental “que uno no se atreve a decirlo, o toma por verdad que suena a buenismo cristiano, cuando es el comienzo de la dignidad de la persona. La dignidad humana es una realidad dinámica que se ejerce siendo digno en el trato justo con los otros y que se derrama como el agua de un vaso cuando se vuelca en rencores, injusticias, mentiras, desprecios, prepotencias, fraudes…

¡Qué belleza esconde y manifiesta el trato humano, afectuoso, fraternal entre personas de distintas mentalidades e ideologías! ¡Cuánta pena y desasosiego revela lo contrario! Entre la belleza y la pena, siempre nos quedarán caminos por recorrer y dificultades o enfrentamientos que superar. Ahí estamos.

Los cristianos tenemos claramente propuesto el camino para relacionarnos desde ideologías sanas (as insanas hay que olvidarlas), aunque diferentes. Cuando este criterio no lo tenemos en cuenta, estamos ante un comportamiento que denota que estamos tan ‘seguros’ de nuestra ideología que podemos colocarla, incluso, por encima del Evangelio.

El Evangelio no es ‘buenismo’, inútil e imposible, engañador o falsa bondad, sino camino, posible pero no fácil, para el mutuo enriquecimiento o para ejercitar real y concretamente el ‘mandamiento nuevo’ del Señor.

Recordemos algunas pistas evangélicas que, incluso a algunos cristianos, pueden sonar a buenismo o calificarlo como tal. Pero es el camino para que las ideologías dialoguen y construyan complementariedad que las enriquezca entre sí y para el servicio del mundo. Y solo son ‘algunas’ pistas. Y muy ‘sabidas’. Pero… ¿también ‘ideologizadas’ o tenidas por ‘buenistas’?

“Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8b). “Amad a vuestros enemigos… Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? (Mt 5,44.47). “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” (Mt 7,3). “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mt 7,12). “Amaos cordialmente unos a otro; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo” (Rom 12,10). Como el espacio se termina, podemos echar mano y recordar otras que sabemos muy bien. Para ir encarnándolas en nuestra vida a pie de calle.


[1] José Ignacio Calleja. El rencor como forma de hacer país. Religión Digital – 22.11.2020. Algunas ideas de esta reflexión están tomadas del artículo de JI Calleja.