Al concluir este curso pastoral, henchidos de gozo y esperanza por las gracias recibidas, evocamos las figuras de Pedro y Pablo como un nuevo modo de ser Iglesia. En cada uno descubrimos una forma distinta de vivir la fe, pero al mismo tiempo una pasión común y una profunda comunión con el Señor. Pedro, impulsivo y frágil, es testigo de una fe sencilla que confiesa: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pablo, incansable sembrador del Evangelio, fue transformado por un encuentro con el Resucitado que cambió su vida para siempre.
Ambos son testigos del Evangelio que no nace de fórmulas ni doctrinas, sino del encuentro vivo y personal con Jesús. La fe no consiste tanto en creer algo como en creer en Alguien. El Señor no nos pregunta simplemente por nuestras ideas, sino por nuestro seguimiento: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Esta pregunta, que nos interpela a cada uno, ha sido también la brújula que ha guiado el caminar de nuestra diócesis durante este curso. Desde nuestros arciprestazgos, unidades pastorales, parroquias, movimientos, cofradías, equipos sacerdotales, comunidades religiosas, asociaciones y grupos apostólicos, hemos querido responder unidos desde un mismo deseo: construir la Iglesia que Jesús sueña. Una Iglesia que no es propiedad de nadie, sino obra de su Espíritu, edificada sobre la roca firme de una fe sencilla y valiente.
La sinodalidad -ese “caminar juntos” como pueblo de Dios- ha sido una experiencia que ha ido creciendo entre nosotros. Nos hemos reunido, escuchado, orado y discernido. Hemos valorado la riqueza de nuestros carismas y nos hemos reconocido como miembros de un solo cuerpo -una gran orquesta- sostenidos por nuestros sacerdotes y acompañados, en comunión, con nuestro obispo. Creemos en una diócesis, familia de familias, donde todos se sienten responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Nos inspira el estilo de Jesús: su compasión, su libertad, su pasión por la vida y por los más pequeños y vulnerables. Como Pedro, somos conscientes de nuestras fragilidades, pero también de que es Jesús quien edifica su Iglesia, nuestra Diócesis. Él es la piedra angular, el centro, el verdadero Pastor.
Nuestro anhelo es seguir promoviendo espacios de encuentro, escucha y participación; comunidades que no vivan solo de una fe heredada, sino de una fe despierta, compartida y vivida en lo cotidiano. El Espíritu nos llama a no ser meros consumidores de servicios religiosos, sino discípulos misioneros, activos y comprometidos.
Al concluir este curso, damos gracias al Señor por todo lo vivido: por tantas personas entregadas en el silencio de lo cotidiano, por cada gesto de servicio y amor. Que el ejemplo de Pedro y Pablo nos anime a seguir creciendo en la comunión, en la misión y en el ardor por el Evangelio. Ojalá siempre nos sintamos seducidos por Jesús y tocados por la fuerza regeneradora de su persona, para encender el fuego interior en cada uno de los hijos del Alto Aragón Oriental.
Que el verano os permita disfrutar del cariño de los vuestros, descansar físicamente y avivar el alma, para que a la vuelta sigamos construyendo juntos la Iglesia de Jesucristo: la que nunca será derrotada, porque Él mismo la sostiene y la guía.
Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón