“Es una misión importante atender a las personas que nos trae la Virgen”

Rocío Álvarez
6 de octubre de 2017

José María Bordetas es capellán de la Virgen desde hace 54 años. Su casa es el Pilar, el santuario mariano más visitado del mundo. Gran pensador de la tradición pilarista, nos cuenta su historia y algún que otro secreto.

Usted nació literalmente en el Pilar…
Sí, pero por aquellos tiempos no era nada raro. Mi padre era el sacristán del Pilar y era muy normal que los empleados del templo vivieran en él. Además, lo habitual es que las mujeres dieran a luz en casa. A los 7 años ya ayudaba a mi padre a limpiar la capilla de la Virgen. Después de cerrar, por la noche, mi hermana y yo íbamos con él y limpiábamos la balaustrada, cambiábamos las velas… Lo especial no fue que naciera en el Pilar, hubo otros niños que nacieron allí, pero el único que se ordenó sacerdote fui yo.

Se ordenó y ¿qué ocurrió?
Me ordené el 9 de abril de 1961 y estuve destinado 20 meses y 20 días en Cerveruela, un pueblo de 155 habitantes. Cuando me preguntaron si me gustaría ser capellán de la Virgen yo les dije que a mí me gustaba ser cura de pueblo, con un estilo de vida sencillo y cercano a los feligreses. Pero me dijeron que la situación era crítica porque los capellanes que había estaban enfermos y llevaban un tiempo sin poder ocuparse de la misa de infantes. Yo les respondí que si el obispo me lo pedía, yo estaba dispuesto. Así que tomé posesión del cargo el 11 de julio de 1963 a las 19.00 horas. Fue un acontecimiento de lo mas original: me recibió en la sacristía don José Agreda, el mayor de los tres capellanes, y me dijo con cariño: “Como ya sabes de qué va esto, toma las llaves y me voy”. Y, desde entonces, ya son 54 años de capellán.

 

¿En que consiste el trabajo de un capellán?
Yo estoy plenamente al servicio de la Virgen. Bien a través del culto, de los sacramentos o de las personas. Esta es una parte importante, pienso que las personas nos las envía la Virgen. Este es el santuario mariano más visitado, no tiene detrás una congregación religiosa sino al clero diocesano y no hacemos publicidad. Así que alguien nos tiene que traer a la gente, ¿no? Por eso es una misión importante atender a las personas que nos trae la Virgen.

 

 

 

¿Alguna historia interesante de esas personas que trae la Virgen?
Las mejores no se pueden contar porque ocurren dentro del confesionario. Allí es donde uno abre el saco de su vida y empieza a sacar todo lo que lleva. Las anécdotas que se pueden contar son cómo se las arregla la Virgen para que esas personas vayan al confesionario. La gente viene con la escopeta cargada, tiene la necesidad de disparar y empezar a contar pero no sabe cómo hacerlo. Muchas veces es suficiente con una simple frase para ayudar a dar el paso. Una joven vino un día apurada y no sabía por dónde empezar, yo le dije: “Lo mejor es empezar por el principio”. Aquello la relajó y empezó a contarme, la escuché, la asesoré y se fue más esponjada. La Virgen nos ayuda a acercarnos a la gente que viene a su santuario.

¿Cómo se organizan los turnos?
Cuando yo entré había tres turnos -de mañana, tarde y noche-, un capellán por cada turno y un cuarto de refuerzo. Actualmente, se ha suspendido el de la noche, por lo que somos dos capellanes y uno de refuerzo. Por antigüedad yo soy el capellán primero, y me encargo de la gestión administrativa, el control de las misas, distribución de los estipendios… Los otros capellanes del Pilar son Marcelino Lacasa Lahoz (tarde) y José González Alvarez (refuerzo). El capellán de la tarde es el que cambia el manto a la Virgen, aunque hay ocasiones en las que se cambia más de una vez al día.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

El Pilar es mi casa, no lo veo como una catedral sino como un santuario. De hecho, la gente no viene a visitar la catedral, sino a ver a la Virgen. Lo que más me duele es que tenemos  muchas veces una visión equivocada de lo que es la tradición del Pilar. Mucha gente viene y pregunta por el manto, o cuándo pueden pasarse objetos por el manto, o cuándo pueden tocarlo. Otras veces preguntan por las bombas o por las obras de Goya, cuando lo realmente importante es la columna, que es la razón de ser del santuario.

Claro, es la prueba de la venida de la Virgen a Zaragoza…
Hay dos argumentos definitivos para mí sobre la venida de la Virgen. En primer lugar, si el Señor dijo a los apóstoles: “Id al mundo y evangelizad”, ¿Cómo no iría a asistir a Santiago, que estaba en problemas, de la misma manera que asistió a Felipe? ¿Cómo no le diría a la Virgen, su madre: “Echa una mano a tu sobrino, Santiago, que lo está pasando mal y además te está cuidando su hermano?”. El otro argumento es que España es tierra de María, y casi todas sus poblaciones más marianas reclaman como fundadores a los discípulos de Santiago o a los padres apostólicos. Para mí, esto quiere decir que tuvieron una experiencia de María de una manera especial y la transmitieron allí donde estaban. ¿Por qué no decir que esa experiencia mariana la tuvieron aquí, en el Pilar?

[divider]LOS SECRETOS DE UN CAPELLÁN[/divider]

Piropos a la Virgen 

Yo voy directo. No me salen los piropos, puede que sea porque me quedé huérfano de madre muy pequeño y esos piropos a nuestra madre del cielo tienen que ver con esa ternura filial. Cuando me toca subir y cambiarle el manto a la Virgen, le hablo de las necesidades que me han comentado ese día.

Oración mariana 

El Avemaría es la que más me gusta, la que más me sale, porque la primera parte son palabras reveladas y la segunda son las palabras de la Iglesia en el concilio de Éfeso donde se la declaró madre de Dios.

¿Cuál es su manto preferido?

Hace tres años me encontré a una señora que me contó que hacía muchos años había regalado un manto a la Virgen. Yo le contesté: “¿Un manto verde con el anagrama de la Virgen?”. La señora, sorprendida, me respondió: “¿No me diga que todavía lo tiene?”. Se lo enseñé y se emocionó. Esta señora hizo grandes esfuerzos para regalarlo allá por el año 43 del siglo pasado. Consiguió ahorrar 700 pesetas para que le hicieran el manto las monjas. Una vez que lo tuvo quiso bajar desde su pueblo a ofrecerlo a la Virgen y, para poder bajar, se hizo una blusa con un retal y la falda con una sotana vieja que le dio el cura. Un tiempo más tarde se marchó a un pueblo de Francia y acabó de profesora de español en una escuela de allí. Ella decía que le debía ese milagro a la Virgen. 

Y es que lo importante de la ofrenda es qué hay detrás de ella. Porque la ofrenda como tal, mirando la materialidad, desde el punto de vista religioso no tiene ningún valor. Lo que le da valor es la motivación, la realización, el esfuerzo. 

Otro caso. Hace pocos años vino una señora de Muel con un manto en rojo con detalles en oro y una puntilla de encaje de bolillos con hilo de oro, superfino, más delgado que un pelo. Le costó cuatro años hacerlo. Lo bonito de esta historia es que, por un lado, lo hizo mientras hacía compañía a su marido enfermo. Y, por otro, hace falta entender mucho de encaje de bolillos para valorar lo que puede ser un trabajo de ese estilo. 

Un tercer ejemplo. Ayer ofrecieron un manto que aparentemente no tiene nada, pero si lo miras bien, casi con lupa, ves que está hecho a cruceta, una cruceta tan menuda que tienes que ponerte la lupa para fijarte en la cruz. A simple vista ves una tela más o menos granulada, pero detrás hay un gran trabajo escondido.

Cada manto, sea rico, mediano o pobre, lo sepamos o no, tiene una historia detrás. Unos lo comunican y otros no, pero todas las ofrendas tienen su porqué y eso es lo que les da valor. 

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