SALMO 117

Descarga aquí el pdf completo

1 Alabad al Señor todas las naciones,

aclamadlo, todos los pueblos:

2 firme es su misericordia con nosotros,

su fidelidad dura por siempre.

¡Aleluya!

INTRODUCCIÓN

Parecido a una jaculatoria, este salmo, el más breve del salterio, ha sido llevado a la música por Mozart en las vísperas de un confesor y usado repetidamente en la liturgia católica.

El salmo hace alusión a la restauración de Israel después del exilio. Las naciones han sido testigos del retorno milagroso y el pueblo de Israel se hace eco de las consecuencias religiosas que este hecho tiene para los paganos. “El salmo tiene como cuadro histórico las gozosas fiestas del retorno” (Deissler).

En este salmo todas las naciones son invitadas a alabar al Dios de Israel por el inmenso amor que tiene hacia su pueblo. La bondad de Dios para con Israel debe provocar entusiasmo aun entre los mismos extranjeros, testigos de sus intervenciones. El salmo participa de la corriente más universalista del Antiguo Testamento. Hay mucha espiritualidad abierta y expansiva en este minúsculo salmo.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

El pueblo judío que ha experimentado el gozo de la alabanza, ahora tiene la dicha de ver a todos los pueblos enrolados en una misma aclamación (v. 1)

El Dios que se ha revelado en la historia de este pueblo es el Dios universal. La idea de su dominio sobre todas las naciones es la base del monoteísmo más depurado.

La cima ideal a la que podía aspirar el pueblo de Israel era ésta: que todos los demás pueblos de la tierra rindieran culto únicamente a su Dios. De esta manera Yavé ha puesto fin a la situación humillante del pueblo cuando Israel era objeto de risa y de sarcasmo por parte de los pueblos vecinos.

“Por eso, escuchad, montes de Israel, la palabra del Señor. Esto dice el Señor a los montes y las colinas, a los torrentes y a los valles, a las ruinas deshabitadas y a las ciudades desiertas, saqueadas y escarnecidas por los pueblos de alrededor…No consentiré que vuelvan a ultrajarte las naciones con sus insultos, no soportarás más el escarnio de los pueblos…” (Ez 36,4.15).

El salmista invita a todos los pueblos, a todas las naciones a alabar al Señor. Unir a uno a la alabanza es unirlo a lo más vivo del pueblo; mientras que apartarlo de la alabanza sería el mayor castigo. Si Dios se ha portado tan bien con su pueblo y lo ha liberado, el salmista intuye que eso mismo quiere hacer Dios con todos los pueblos.

San Agustín contempla a todos los pueblos haciendo un solo pueblo con Israel y, lleno de admiración, exclama: “Éstos son los atrios de la casa del Señor, éste todo su pueblo, ésta la verdadera Jerusalén. Lo oigan principalmente aquellos que no quisieron ser hijos de esta ciudad, ya que se apartaron de la comunión de todas las gentes” (san Agustín).

No es menor la admiración que siente san Pablo al constatar cómo el pueblo pagano y el pueblo judío se han unido por la sangre de Cristo en un solo pueblo, rompiendo el muro de la enemistad. “Así, vosotros, los paganos de nacimiento… recordad que en otro tiempo estuvisteis sin Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a la alianza y a su promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos os habéis acercado. Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba” (Ef 2,11-14)

Esta perspectiva universal del salmo es también evidente en la tradición rabínica: “Hay dos versículos para las dos partes de la humanidad que reunirá el rey Mesías en la unidad del amor y de la verdad: de un lado, Israel, pueblo sacerdotal y mensajero de Dios; de otra parte, las naciones sumisas solamente a los siete mandamientos que Dios dio a Noé. Todos gustarán de un mismo corazón la gracia y la verdad del Señor” (A. Chouraqui).

“Cuando al final de los tiempos permanezcamos todos delante del trono de la majestad de Dios, dirá: Vosotros, todos pobres judíos, venid cerca de mí; sed la primera escalera de mi trono y gozad para siempre de mi esplendor. Y, volviéndose hacia los otros, Dios dirá: Vosotras, Naciones, que habéis sido buenas para mi Pueblo, acercaos y sed un escalón de mi trono” (Emmanuel).

Las dos palabras que atraviesan todo el Antiguo Testamento son “bondad” y “fidelidad” (v.2). “

La bondad y la fidelidad son fundamentalmente los atributos divinos que presiden las relaciones de Dios con su pueblo. El primer atributo, hésed, “bondad”, procede de un sentimiento de amor y de justicia que lleva al superior a inclinarse sobre los seres con quienes él está unido en razón del lugar, la patria, la familia… y procurar a cada uno todo el bien posible. Yavé, por razón de la creación, ha elegido el mundo y los hombres para colmarlos de sus bienes. Y, entre esos hombres, ha elegido un pueblo en virtud de una elección de gracia: “El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no porque fuerais más numerosos que los demás pueblos, pues sois el más pequeño de todos, sino por el amor que os tiene y para cumplir el juramento hecho a vuestros padres” (Dt 7,7).

El segundo atributo, émét, “fidelidad” procede de la inmutabilidad divina. Es lo firme, lo estable, lo seguro. Yavé es incapaz de cambio, de alteración caprichosa de su voluntad. Es fiel a sí mismo y a sus decisiones. ¿Por qué todos los pueblos deben unirse en una alabanza? El motivo es la misericordia firme y la fidelidad duradera de Dios con su pueblo.

El Dios que ha dispersado a Israel es el mismo que lo ha reunido: “Esto dice el Señor: Os recogeré de entre las naciones paganas, os reuniré de los países en los que habéis sido dispersados y os daré la tierra de Israel” (Ez 11,17).

Israel no puede aducir ninguna razón, ningún derecho para que Dios los restaure, y los retorne de nuevo a su patria. Todo es obra de la bondad y fidelidad de Dios. Si así se ha portado Dios con Israel es que así se comporta con todo pueblo o nación. Dios es así.

El salmista ha caído en la cuenta del bien que le ha hecho esta apertura a los demás pueblos y naciones. Por eso lo quiere celebrar con un “aleluya” final.

El autor quiere constituir con todos los pueblos de la tierra “un gigantesco orfeón de inmensos coros, un “aleluya” formado por miles y miles de voces; una verdadera coral de Pentecostés; un reconocimiento del don divino hecho a los hombres de Israel. A través de Israel Dios lanza a las naciones la invitación a formar el Orfeón mundial y les recuerda con dos palabras el gran motivo de la invitación: la bondad y fidelidad de Yavé” (cardenal M. von Faulhaber).

Necesitamos de un sano universalismo. Por formación tanto humana como religiosa, quizás se ha primado en nosotros lo individual y con ello, lo individualista. La vida humana, y la fe como parte de ella, se realizan en plenitud en el ámbito de lo universal. A la fe le van mal los capillismos, las separaciones, las exclusiones, la mentalidad pueblerina que piensa que el mundo se acaba en su pueblo. Hay más mundo que el nuestro. Hay más vivencia de lo cristiano que la nuestra. Hay, sobre todo, un Cristo cada vez más grande. Debemos hacer experiencias de eclesialidad, incluso de universalismo. Al fin y al cabo todos estamos inmersos en ese sacrificio de alabanza de Jesús, en su misma salvación. Y siempre nos vendrá bien escuchar las palabras del profeta Isaías:

“Ensancha el espacio de tu tienda,

despliega tus toldos sin miedo,

hinca tus estacas y alarga tus cuerdas,

porque te extenderás

a derecha e izquierda;

tu descendencia heredará naciones

y poblará ciudades desiertas” (Is 54,2-3).

El exilio ayudó a Israel a vivir su fe a la intemperie. Allí supo quedarse a solas con Dios y amarle con todo el corazón y con toda el alma. Allí vivió la experiencia del Éxodo, un Dios que ardía sin consumirse. Allí vivió la fe sin miedos. Una llama pequeña, al menor viento se apaga. Un fuego grande, cuando más viento, más se enciende.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

M. Lutro: “El salmo 117 es breve y fácil, creado indudablemente para que todos le prestaran atención y recordaran más fácilmente lo que en él se dice. Nadie podrá quejarse de su longitud o de su densidad, y mucho menos de la agudeza, dificultad o profundidad de sus palabras. En este salmo encontramos únicamente palabras breves, precisas, claras y ordinarias, que todo el mundo es capaz de comprender con tal que les preste atención y reflexione sobre ellas”.

R. Martin-Achard: “Un salmo minúsculo como el 117 plantea ya todo el problema de la significación y del universalismo en el salterio… Israel no es la meta de la revelación veterotestamentaria, sino que es el instrumento que su Dios escogió para manifestar su propia gloria. El pueblo elegido es el testigo de Yavé en el mundo, su presencia es una pregunta formulada ante las naciones, antes de ser la ocasión para la salvación de las mismas”.

“En el comienzo de su historia Israel creía en los dioses de otras naciones. Sin embargo, poco a poco fue descubriendo que sólo existe un único Dios y que todos los pueblos y naciones están llamados a encontrase con él. Israel cumple la misión de mediador: un pueblo que conduce a los demás pueblos al encuentro con el único Dios. Un encuentro de amor y de vida para todos los pueblos y naciones.

Jesús, en el evangelio de Juan, se presenta con las mismas características de este salmo. “La ley fue dada por Moisés, pero el amor y la fidelidad vinieron por Cristo” (Jn. 1,17).

Jn. 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna”.

Del tratado judío del Berajot: “También Dios reza. Y éste es el contenido de su oración: “Que mi plegaria pueda contener mi ira y se ponga por encima de mi atributo de justicia, para que pueda tratar a mis hijos con benevolencia en lugar de aplicarles los rigores de la ley” 

ACTUALIZACIÓN

Algo raro está sucediendo en la actualidad. En medio de un mundo “globalizado” están surgiendo con fuerza grupos, pueblos, ciudades, que quieren encerrase en sí mismas sin abrirse a otros pueblos.

En este salmo el pueblo judío nos da un ejemplo de “universalidad”. Y los cristianos debemos avanzar en esta línea.  Hay más vivencia religiosa que la nuestra. Hay muchas semillas del Reino esparcidas por toda la tierra.  

PREGUNTAS:

1.- ¿Vivo la fe en solitario? ¿Me molesta compartir la fe con otras personas? ¿Estoy incorporado a algún grupo cristiano?

2.- ¿Está mi grupo cristiano abierto a otros grupos? ¿Les invito a celebrar la fe con mi comunidad? ¿Me enriquezco con las aportaciones de los demás?

3.- ¿Sé mantenerme fiel en mi fe en medio de un mundo hostil? Desde mi fe, ¿sé conectar con otros grupos no cristianos que trabajan por la paz, la justicia, la defensa de los derechos humanos, el voluntariado…etc.?

ORACIÓN

“Alabad al Señor todas las naciones”

Señor, qué bella esta invitación que hace el salmista a todas las naciones, para que te alaben. Tú has creado el universo y de ti proceden todos los pueblos de la tierra. Tú mereces la alabanza de todas las naciones. Me encanta unir mi voz con todas las voces del mundo y hacer entre todas una gran orquesta cuyos sonidos llenen la tierra y traspasen los cielos. Dame, Señor, la gracia de poder disfrutar alabándote.

“Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”

Señor, nuestro amor es mezquino, inestable, quebradizo. Está hecho de la misma masa que el amor de tu pueblo. Por eso fallamos tantas veces rompiendo tu Alianza.

Pero tu amor es firme, sólido, estable. Tu amor no miente, ni engaña, ni traiciona. Tu amor es el único del cual uno se puede fiar. San Pablo sabía mucho de este amor cuando decía: “Sé bien de quién me he fiado” (2 Tim 1,12).

Haz, Señor, que yo siempre me fíe de ti: en la salud y en la enfermedad; en la prosperidad y en la adversidad; en la vida y en la muerte.

“Aleluya”

Aleluya es una palabra que concentra todas las voces, todos los sonidos, todas las alabanzas, todos los cánticos.

Aleluya es un cántico que se canta en la tierra y en el cielo. Aleluya es como el eco balbuciente de aquellos que saben que no se puede alabar a Dios como él se merece y que, por tanto, todas las palabras se quedan cortas.

Aleluya es el grito de gozo y de entusiasmo ante un Dios grande, inmenso, infinito, inabarcable, quemante y fascinante.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén