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TEMAS: #

El hombre de fe transforma la tormenta en arcoiris

Raúl Romero López
8 de julio de 2019

Salmo 29

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1.-  Hijos de Dios, aclamad al Señor,

aclamad  a gloria y el poder del Señor,

2.- aclamad la gloria del nombre del Señor,

postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

3.- La voz del Señor sobre las aguas,

el Dios de la gloria ha tronado,

el Señor sobre las aguas torrenciales.

4.-La voz del Señor es potente,

la voz del Señor es magnífica,

5.-  la voz del Señor descuaja los cedros,

el Señor descuaja los cedros del Líbano.

6.–Hace brincar al Líbano como a un novillo,

al Sarión como a una cría de búfalo.

7.- La voz del Señor lanza llamas de fuego,

8.– La voz del Señor sacude el desierto,

el Señor sacude el desierto de Cades.

9.- La voz del Señor retuerce los robles,

el Señor descorteza las selvas.

En tu templo un grito unánime: ¡Gloria!

10   El Señor se sienta por encima del aguacero,

el Señor se sienta como rey eterno.

11   El Señor da fuerza a su pueblo,

el Señor bendice a su pueblo con la paz.

INTRODUCCIÓN

Este salmo hunde sus raíces en un antiguo himno cananeo. Se trata de una descripción poética de una tormenta que atraviesa Palestina de Norte a Sur. .. Pero no debemos olvidar el enmarcamiento del salmo con un prólogo y un epílogo. Antes de la tormenta los “hijos de Dios” son invitados a magnificar la obra de Yavé, el Todopoderoso. Al final, Israel es invitado a sacar de aquí un nuevo motivo de confianza en Yavé. El prólogo y el epílogo tienen por objeto poner de relieve la “significación religiosa” del fenómeno. El salmista no ha hecho, sin más, una sustitución del himno cananeo cambiando el nombre. “Israel formuló literariamente estos y otros textos análogos en el nombre de Yavé y los utilizó transmitiendo con ellos enunciados de la propia fe” (H. Strauss).

Sólo Yavé merece la alabanza y la adoración” (1-2)

Uno o dos imperativos iniciales son cosa normal en un himno. Cuatro seguidos, rimados, hacen un comienzo muy solemne. Hay una invitación a interpelar a los hijos de los cielos, esos seres divinos exaltados por los pueblos vecinos. Probablemente se recuerda a aquel panteón de dioses subordinados a una divinidad suprema. En Babilonia los dioses subordinados tributaban honor a Marduk, el Dios-Rey, ese Dios vencedor que tiene dioses inferiores en rango y dignidad. En Israel, ese panteón se desmitologiza. Todos los poderes divinos son seres creados y están al servicio de Yavé, el único Dios, el Dios de Israel. Y todos tienen que participar de la alabanza al Creador, “¿quién asentó la piedra angular, mientras a coro cantaban las estrellas del alba y exultaban todos los hijos de Dios?” (Job 38,6).

En el antiguo himno cananeo existía una especie de proskinesis o postración del rey ante Dios antes de entrar en el Santuario. Cuando aparezca el rey de los cielos, en medio del fragor de la tormenta, debe resonar el himno de homenaje a Yavé, el único Dios. Los dioses paganos también deben devolver a Yavé, el único Dios,  lo que le es debido.

 

La voz del trueno  se convierte en voz poderosa de Dios (3-4).

          Siete grandes truenos, símbolo de lo perfecto, resuenan con fuerza en toda Palestina: del este al Mediterráneo y del Hermón, (norte)  hasta el desierto de Cades (sur).  La tormenta lo abarca todo y lo invade todo. Cuando esta voz resuena en las aguas celestes, vienen las lluvias torrenciales que el hombre, sobrecogido,  no puede dominar. “Cuando dice a las aguas ‘caed a torrentes’, las manos del hombre quedan inactivas, para que todos reconozcan su obra” (Job.37, 6-7).

Por la tempestad se hace sentir su voz, una voz  fuerte, poderosa. Cuando esta voz alcanza a los cedros más altos, con sus 12-18 metros de perímetro, éstos se descuajan.  «La voz del Señor retuerce los robles, el Señor descorteza las selvas”.  El texto hebreo es más plástico: «La voz del Señor hace parir a las ciervas». Es el aborto de los animales por miedo a la tormenta. Y es lo que más pavor causa a los pastores. «Los pastores juntan a sus ovejas cuando truena porque si una de ellas queda extraviada aborta de miedo» (Aristóteles).

         Ahora bien, estos grandes truenos no son sonido de una Naturaleza desbocada que asusta y estremece al hombre sino voz de Dios. Una voz potente, una voz magnífica, una voz que ha de ser escuchada.  Todo es sacudido por el trueno, es decir, por la voz de Dios. Todo intento de orgullo, de soberbia, de autosuficiencia será abatido por el poder de Yavé. “El Señor tendrá su día… contra todos los altos cedros del Líbano” (Is 2,13).

 

¿Y las montañas? (6)

Las montañas están bien asentadas y, por contraste,  en una visión poética, el salmista ve a los grandes montes del Líbano y Sarión convertidos en animales enloquecidos, que saltan y danzan. No olvidemos que los toros, en los cultos cananeos, eran símbolos de Baal. La diosa Anat  era diosa de la montaña. Yavé  aniquila con su poder todas las falsas divinidades.

 

«La voz del fuego”

Hasta ahora el salmista nos ha hablado de la voz de Dios en el trueno, pero en una tormenta también hay relámpagos, hay fuego. También aquí está la voz de Dios: “El Señor lanza llamas de fuego”. El himno cananeo parece que alude a Vulcano, dios del fuego y a divinidades orientales. Pero el fuego de Yavé es más poderoso. No olvidemos que Dios aparece a Moisés en el desierto en “una zarza que ardía y no se consumía”. Bonita imagen de un Dios que arde en llamaradas de vida, en llamaradas de amor. Una vida y un amor que no se pueden gastar ni consumir.

 

“En su templo un grito unánime”: ¡Gloria!

         Es la clave del salmo. La tempestad va de oeste a este y norte a sur. Pero el centro  del salmo 29 es la aclamación  del pueblo en el templo de Jerusalén el que grita ¡gloria! A los sonidos cósmicos producidos por Dios, responde la voz humana con otro clamor: ¡Gloria! Es aclamación más fuerte que los truenos. Más brillante que los relámpagos. Es el pueblo, ayudado por la Naturaleza, el que se estremece.. En el salmo aparece por diez veces el nombre de Yavé. Hay una presencia de Dios imponente, avasalladora. Sí, es la voz de Yavé la que hay que escuchar.

La aparición de Yavé en el salmo se sucede en:

 

  • El desencadenamiento de la tormenta: «lo amenazador».
  • El retemblar del trueno: «lo sobrecogedor».
  • El relampagueo del rayo: «lo subyugador».

 

Y TRAS LA TEMPESTAD VIENE LA CALMA (10)

          Tras la tormenta viene la paz. La paz está sugerida por el sentarse sobre las aguas del océano. Notemos que al final del diluvio vino un Arco-Iris de colores. Al final de la tormenta viene Dios con su arco en la mano. Pero no un arco como símbolo de guerra sino como signo de Alianza de Dios con los hombres. Los distintos colores son las distintas razas, los distintos pueblos, las distintas personas. Ningún color amenaza al otro ni lo anula, Precisamente de este respeto, de este dejar brillar a cada color con su peculiaridad, brota la grandeza y la belleza del Arco Iris

“Todos los seres: montes, plantas, animales…saltan, se quiebran, se retuercen ante el Dios que se manifiesta. Lo que busca el poeta es hacer del sonido y la visión una vivencia religiosa, o traducir lo que él ha experimentado en un lenguaje perceptible. La epifanía tiene fin y todo retorna a la calma. Dios aparece dominándolo todo. El Arco Iris de la calma y paz se extiende sobre el mundo. El diluvio desencadenado se sosiega. Dios queda entronizado” (A. González).

 

El Señor bendice a su pueblo con la paz» (11)

Ese Dios tan poderoso en la tormenta tiene un pueblo al que le otorga sus dones.  El salmista está seguro de que todo el poder de Dios realizado en la naturaleza, se lo concede Dios a la comunidad de Israel. El inmenso poder cósmico se convierte ahora en poder salvífico para el pueblo elegido. El Templo de Jerusalén se une al gran Templo cósmico en una solemne alabanza.

El hombre de fe no tiene miedo. Su creador es también su Padre. El huracán desencadenado por la tormenta es un signo natural para hablarnos del huracán de su amor. La fuerza de Dios en la naturaleza vegetal y animal son símbolos del poder de la Palabra de Dios en los corazones de los hombres,

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 En la muerte de Jesús toda la naturaleza se estremece. “La tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron” (Mt. 27,51). Pero esta tormenta pronto terminó. Después Jesús sale del sepulcro y se sienta victorioso sobre la tumba de la muerte. ¡Ha resucitado!…

“Es típica en la experiencia religiosa la polaridad: ante la revelación de algo que atrae e intimida, el hombre se siente sobrecogido; descubre en el fenómeno natural algo que lo trasciende, se siente desbordado, como absorbido por una vorágine que amenaza aniquilarlo y promete liberarlo”. (R. Otto)

“Este salmo es como el ‘Gloria in excelsis’ del Antiguo Testamento” (A. Weiser).

La vehemencia de la fe. Este salmo está escrito con la vehemencia del que cree firmemente. Y nuestra fe hay que manifestarla con la vehemencia con que se manifiesta el amor. Aquel que no encuentra moldes de manifestación vehementes, aquel que nunca se emociona, quizás le falte uno de los ingredientes que hace que la adhesión a Jesús cobre contornos reales: la vehemencia del amor. Pensemos en el amor de María Magdalena a Jesús.

 

ACTUALIZACIÓN.

 Diálogo ecuménico

 Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha abierto hacia un diálogo ecuménico. En este salmo, Israel no ha tenido ningún inconveniente en aceptar elementos de otras culturas, y religiones paganas descubriendo en ellas lo que hoy llamamos “semillas del Verbo”. No se trata de rechazar sino de integrar. Hoy debemos estar abiertos a otras costumbres, a otras religiones, y crear puentes de unidad.

“En este mundo moderno tan tecnificado parece que no hay lugar para la experiencia religiosa en la naturaleza. Con todo, dice el P. Alonso Schokel, la experiencia técnica de dominio y la contemplativa de pasmo y sobrecogimiento pueden y deben coexistir en el hombre bien integrado. En realidad, el estudiante en vacaciones no se chapuza en una fórmula H2O, sino que goza del agua y su frescor”.

En este salmo se ha dado paso de una Naturaleza desatada “El Dios tremendo”, al fuego “Dios fascinante”. Dios aparece a Moisés como una “llama ardiente que arde y no se consume”. Un Dios que arde en llamaradas de amor.

 

ORACIÓN

 El Señor se sienta por encima del aguacero”

¡Cómo me gustan estas palabras del salmista! Por encima de las olas encrespadas, por encima de la tormenta, por encima de los densos y oscuros nubarrones, estás tú, Señor. Estás sentado: dominándolo todo, poniendo calma a los incontrolados elementos de la naturaleza. Estos, como si fueran perros falderos, se postran bajo tus pies. También dominas mis tormentas y tempestades interiores cuando tengo agitado todo mi ser y no puedo descansar. Tú pones paz a mi espíritu. Tú controlas mi alma. Tú das serenidad a mi pobre y turbulento corazón.

 

“Aclamad la gloria y el poder del Señor”

Señor, libérame de la tentación del hombre moderno: técnico, materialista, secularizado. Quiere explicarlo todo según las leyes físicas sin caer en la cuenta que tú eres el Creador de dichas leyes. Yo quiero mirar el mundo con mirada de fe. Yo siento necesidad de verte, palparte, escucharte en los fenómenos de la naturaleza. Quiero oír tu voz retorciendo los robles, descortezando las selvas, descuajando los cedros. La voz de mi Dios es fuerte. La voz de Dios es magnífica.

 

“La voz del Señor sacude el desierto y lanza llamas”

Señor, déjame sentir tu presencia bipolar: sobrecogedora en el trueno; subyugadora en el relámpago. Quiero quedar anonado, sobrecogido; a través del trueno, despliegas tu fuerza y tu poder. Ante ti quiero sentirme pequeño y deponer todo orgullo y toda arrogancia. Quiero redescubrir mi vocación primera de siervo cuya finalidad es servir y adorar a su Señor. Pero también quiero quedar subyugado, fascinado; cuando envías tu rayo y haces brillar tu luz. Déjame cegarme por esa luz. Déjame abrasarme por ese fuego.

 

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