El domingo de Tomás

Pedro Escartín
26 de abril de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Pascua – C – (27/04/2025)

El párroco nos ha dicho que a este segundo domingo de Pascua se le llama en la liturgia “el domingo de Tomás” por el protagonismo de este discípulo tan reacio a reconocer que sus compañeros habían visto al Señor. También es el domingo de la Divina Misericordia, porque Jesús nos sale al encuentro en el evangelio (Jn 20, 19-31) mostrándonos las cicatrices de su pasión en sus manos y costado. Me gustaría conocer que pensó Jesús al darse cuenta de la tozudez de Tomás y, en cuanto lo he tenido a mano, le he dicho…

– ¿No te molestó que Tomás no diera crédito a sus compañeros cuando le dijeron: «Hemos visto al Señor»? Supongo que dijiste para tus adentros: ¡Mal empezamos! Con unos amigos como Tomás, no necesito que los ancianos den dinero a los guardias para que digan que mi cadáver fue robado.

– No juzgues a Tomás como si fuera un incrédulo -me ha replicado Jesús, mientras que, con nuestras tazas ya en las manos, nos disponíamos a saborear este café pascual-. Tomás estaba conmocionado al igual mis otros discípulos. Me habían visto morir como si fuera un malhechor, el Padre no lo había impedido y en aquel trance también afloraron en mis labios las palabras del Salmo 22 “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Bien sabía yo que el Padre no me abandonaba, pero mi sensibilidad, como verdadero hombre que soy, se rebelaba. Cuando mostré mis manos y el costado a los compañeros de Tomás, estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Aunque el evangelista dice que al verme se llenaron de alegría, no dudes que antes se frotaron los ojos y se pellizcaron los brazos para asegurarse de que estaban despiertos. ¿Cuántas leguas del camino y conversación tuve que consumir con Cleofás y su amigo para que en Emaús me reconocieran al partirles el pan?

– Reconozco que tu crucifixión y lo que pasó en los días previos fue muy fuerte -le he dicho mirando a sus ojos con gratitud y cariño-. Me temo que nos estamos acostumbrando a tomar tu muerte y resurrección como algo que tenía que ocurrir, cuando en realidad fue una tragedia para ti y para los que te amaban…

– … y una manifestación del amor con el que el Padre os ama. Lo mismo dije al fariseo Nicodemo en aquella larga conversación que mantuvo conmigo cuando vino a decirme: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él”. Aquella noche, Nicodemo no llegó a creer, pero quedó tocado. Fue el único miembro del Sanedrín que se atrevió a pedir que se me juzgase con justicia y, una vez muerto, aportó unas cien libras de mirra y áloe para que se me enterrara dignamente. No quiso darse a entender, por eso vino de noche y, sin embargo, quería creer. Yo le dije que tanto amaba Dios al mundo que le daba a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Mis palabras y mi entrega hasta el extremo en la cruz fueron haciendo mella en él. Por eso te digo que no dejéis pasar las celebraciones de estos días sin contemplar todo el misterio que encierra mi muerte y resurrección.

– Gracias, Jesús, por volver a recordarme lo que ya sabía, pero ¡se me va el santo al cielo tantas veces! No dejes de mostrarme las cicatrices de tus manos y costado para que nunca olvide todo lo que has hecho por mí y me pregunte qué voy a hacer yo por ti, tal como escribió tu gran amigo Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, además de invitarte a este café del tiempo pascual.

– Lo de invitarme al café no lo escribió Ignacio de Loyola -me ha dicho con un gesto de complicidad, mientras recogíamos nuestras cosas y nos acercábamos a la barra-.

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