Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

El dolor no salva

5 de abril de 2023

Esta frase puede parecer incluso blasfema contemplando a Cristo crucificado o muerto en la cruz. Sin embargo, no solo no es blasfema, sino que da el verdadero sentido a la crucifixión y muerte de Jesús, el Señor. Si el dolor salvara, estaríamos en un mundo masoquista y creeríamos en un Dios igualmente masoquista. ¡Terrible!

Por eso, todos, cuando sufrimos, intentamos vencer al dolor, eliminarlo. Si el dolor salvara, médicos, enfermeros, farmacias no deberían existir entre los cristianos porque irían en contra del plan de Dios que nos salvaría por el dolor de Cristo y por el nuestro, unido al de Jesús.

Una Semanas Santa centrada en el dolor de Cristo, en su muerte dolorosa y terrible en la cruz, creo que es una Semana Santa ‘desviada de lo esencial’. Como se ha dicho a veces, Jesús fue a abrazar la cruz como un enamorado. ¡¡Amaba la cruz!! ¡Puro masoquismo!

El Evangelio describe lo contrario. Jesús se escondía o se escapaba cuando querían agredirlo: “lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco… con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó” (Lc 4,29-30). O cuando oraba de esta manera: “Cayó en tierra y rogaba… Abba, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mi este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres” (Mc 14,36)

¿Por qué fue ‘necesario’ Judas? Porque Jesús se escondía y tuvieron que echar mano de alguien que supiera dónde lo hacía. Y ¿quién mejor que uno de los suyos?

Pero que no salva el dolor, lo dejó claro el Señor: “Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido del Padre” (Jn 10,18). Más claramente, si cabe, nos dice el evangelio: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

¿Por qué vino la cruz, por qué crucificaron a Jesús? “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19).

Y Jesús reveló su amor hasta el extremo: no huyendo de la cruz que le ponían los enemigos o los que no aceptaban su mensaje, sino aceptándola para mostrar ese amor. “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,8).

Un sencillo ejemplo que puede ayudarnos a ir comprendiendo, con el corazón y la vida, que salva el amor y no el dolor, puede ser esta pequeña oración al contemplar a Cristo crucificado: “¡Cuánto nos amas, Señor!”. Es desviado, no centrado ni completo, por lo menos, comenzar diciendo: “¡Cuánto sufriste por nosotros!”, a no ser que añadamos “por amor”

El dolor puede ayudar, y no poco, cuando se lucha contra él a la vez que se lo vive con serenidad esperanzada, dándole personalmente un sentido. Una de las experiencias más gratuitas y esperanzadas es encontrarse con un enfermo sereno, humildemente sonriente. En mi vida sacerdotal, puedo decir que me he encontrado, me han evangelizado, enfermos que he llegado a definir como ‘enfermos felices’, con una felicidad honda, profunda, interior, humanamente desconcertante. ¡Qué gran regalo han sido para mí esos enfermos! ¡Qué tristeza produce, por el contrario, un enfermo triste, quejoso continuamente, que hace sufrir a los demás… pero al que hay que escuchar, atender, comprender igualmente desde una madurez humana y cristiana sensible!

Lo que sí necesitamos, cuando acompañamos a una persona que sufre, es hacernos cargo de su situación; acompañarla con un silencio respetuoso, sin dar consejos, paternalistas o no, desde la ausencia del dolor; acariciar su mano; besar su frente; escuchar cuando manifieste su dolor con palabras o nos comunique una necesidad que él sienta o que nosotros ‘intuyamos’ desde la empatía y solidaridad fraterna.

Sin olvidar nunca, como cristianos: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Jesús no quiere que suframos inútilmente (el dolor por sí solo no salva). Sí quiere que aceptemos su “yugo”, el del seguimiento y sus consecuencias; que hagamos como él “que es manso y humilde de corazón”; y entonces “encontraréis descanso para vuestras almas”. Porque, desde la fe, “mi yugo es llevadero y mi carga ligera·” (Mt 11,28-30).

No es una opción posible ser indiferentes ante el dolor”[1]. Ni ante el propio ni ante el del hermano. Así nos sorprendió Jesús (Cfr. Mt 5,3-12):

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Ya aquí y ahora serán consolados por el Señor, por la fe, por los hermanos.

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Ya aquí y ahora están en el Reino de los cielos acercándolo con su vida. Su dolor tiene un gran sentido y razón.

“Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa”. Ya aquí y ahora porque nuestro dolor es consecuencia del seguimiento de Cristo.

Por eso, “alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Ya aquí y ahora nos alegramos y regocijamos y esa alegría no terminará nunca, nunca.

Y pido perdón, especialmente a los que sufren y a los enfermos, por hablar del dolor cuando en estos momentos tengo poco para quejarme.

Intensa y profunda Semana Santa y Aleluya Pascual, en y con Cristo Muerto y Resucitado.


[1] FRANCISCO. Del mensaje por la Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2023.

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