El mes de junio está dedicado por la piedad eclesial al Corazón de Jesús. La fiesta litúrgica se celebra después de la solemnidad de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi. Este año es el viernes, 19 de junio.

Con esta Carta pastoral quiero ofrecer unas orientaciones para vivir según la mente de la Iglesia  la devoción y el culto al Sagrado Corazón de Jesús, como fuente de vida y amor. 

A la luz de la Sagrada Escritura, la expresión ‘Corazón de Jesús’ designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El Corazón de Jesús es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.

Como han recordado los papas, desde León XIII hasta Francisco, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura. Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10, 30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mimo como “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 299. La devoción al Corazón de Jesús es el cumplimiento del costado abierto de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19, 34), símbolo del sacramento admirable de toda la Iglesia.

El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20, 20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20, 27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al Sagrado Corazón.

Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero Pascual, victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5, 6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los santos padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta del costado. Así escribe san Agustín: “la entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención”.

En la Época Moderna, el culto del Corazón del Salvador, tuvo un nuevo desarrollo. En un momento en el que el Jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual el corazón es prenda y símbolo.

La devoción al Sagrado Corazón está recomendad por la Sede Apostólica y los obispos y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial de la misma devoción.

Mirarán al que traspasaron (Jn 19, 13)

En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nuestra atención debe centrarse en Cristo crucificado, muerto en la cruz por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Nuestro corazón, toda nuestra persona, debe centrarse en su Persona divina y en su Corazón sagrado. San Juan, testigo predilecto del Señor nos invita a contemplar al Corazón de Jesús: Mirarán al que atravesaron (Jn 19, 13).

Miremos a Cristo traspasado en la cruz del Calvario. Él es la revelación más auténtica y plena del amor de Dios Padre. Dios, a su vez, tiene sed de nuestro amor. El apóstol Tomás reconoció a Jesus resucitado como “Señor y Dios”, cuando puso la mano en la herida de su costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor.

La respuesta que Cristo desea ardientemente de nosotros es, ante todo, que acojamos con gratitud su amor y nos dejemos atraer hacia Él, con la adoración, la acción de gracias, la reparación de nuestros pecados y la súplica confiada por las necesidades del mundo y de la Iglesia.

Miremos con confianza al costado traspasado de Jesús del que brotó “sangre y agua” (Jn 19, 34), el bautismo y la eucaristía, los sacramentos que construyen la Iglesia. Contemplar “al que atravesaron” nos debe llevar a abrir el corazón a los hermanos, reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos debe comprometer a luchar contra toda forma de desprecio por  la vida humana desde su concepción hasta su final natural; nos debe urgir a construir la civilización del amor.

Con mi afecto y bendición,